Algo que decir sobre mujeres narradoras

Algo que decir sobre mujeres narradoras

Un gran espectro recorre el mundo: es el del terror de potenciales narradoras a los críticos.

A todas las que constantemente me escriben, consultándome y tímidamente mostrándome sus primeros esbozos del decir, sus primeras palabras, comienzo este ensayo contándoles lo que me dijo un día un amigo:

“Cuando mi papá no generaba críticas negativas las pagaba. Sabía que era la mejor forma de difundir sus ideas, y sabía además que uno mide su importancia, en cualquier ámbito, por las pasiones, positivas o negativas, que desata”.

Mi madre, por demás, siempre repetía: “Si quieres ser feliz nunca digas lo que piensas, porque quienes pretenden monopolizar el decir ajeno te atacarán como fieras. Sé mediocre”.

Yo le respondía con una fórmula muy elemental: “He dividido la humanidad en dos grupos: los que me interesan y los que no existen. Y esa fórmula me ha salvado de múltiples disgustos, y múltiples agravios, a menos que mi silencio se interprete como temor y ahí (como también socióloga) investigo y trato de descubrir –para entender- la motivación detrás de los ataques, antes de decidir si los respondo o no.

Y he descubierto problemas de toda índole en las obsesiones de algunos críticos, que nos permiten manejar con humor sus fijaciones y no perder el entusiasmo por la escritura y atrevernos a ejercer nuestro derecho a crear, a nuestra imagen y semejanza…

Una vez ubicada la problemática personal del crítico o crítica, es cuestión de decidir si se vivirá bajo el temor de su diatriba, o descalificación, o si se osará ejercer el derecho a la palabra, y dejar que sea el público quien juzgue.

Es lo que ha hecho Isabel Allende, a quien la Academia de la Lengua de su país le negó la membresía por ser demasiado exitosa. El asunto es que hasta hoy nadie sabe quiénes son esos académicos y ella, como Borges, puede decir: “Yo soy Borges, ¿alguien sabe quiénes son los académicos suecos?”.

Confieso que he intentado leer a los clásicos de la novela y a algunos no tan clásicos, pero clasificados como esenciales y declaro que hay autores que nunca me seducirán. Proust, por ejemplo, me deslumbró con su prosa poética, de un asombroso preciosismo, pero me llevó años encontrar a un crítico que coincidiera conmigo al definir su novela Búsqueda del Tiempo Perdido, como una novela “paralítica”, porque no acababa de dar con la trama.

También confieso que intenté terminar las novelas de James Joyce, a no aval, algo que me pasó con los cuentos del tan celebrado Lezama Lima, algunos de los cuales me parecieron puros disparates. Para mi asombro, osé decírselo a un afamado intelectual cubano y me respondió: Así es.

En Dominicana, estudio las novelas de Marcio, y Ángeles de Hueso es para mí la más conmovedora y poética de las novelas criollas. Por la belleza del lenguaje también me deslumbran las de Don Pedro Mir. Escalera para Electra aún me cautiva por la destreza técnica de Aida y su manejo de la mitología griega trasladada al Santo Domingo de la dictadura trujillista, proeza que también logra el gran dramaturgo cubano Virgilio Pinera, quien tropicalizaba los grandes mitos griegos en sus obras de teatro.

De ese espectro que reina en el mundo: el terror de las narradoras en ciernes a los críticos, y la victimización de las escritoras establecidas, pueden dar testimonio autoras como Julia Álvarez, víctima de la ignorancia de un “crítico dominicano” que confundió un cuentecito para niños de cinco años: “Cuando la Tía Lola vino a cenar”, y lo utilizó para hacer alarde de su conocimiento sobre crítica novelística. Cuando le espeté: ¿No sabes que es un cuentecito para niños de pre-Primaria?, respondió: Igual no me gusta…

Por eso, recomiendo a las jóvenes narradoras leer a otras mujeres con las mismas búsquedas, y utilizo como modelo a Sandra Cisneros, una autora chicana que escribe en inglés, (porque su familia emigró a Chicago cuando aún era muy niña y en inglés se alfabetizó); ha sido traducida al español por la Premio Cervantes Elena Poniatowska, ha sido traducida a 26 idiomas y ha vendido, solo de su primer librito: La Casa en Mango Street, 30 millones de ejemplares.

Celebrada por el primer Premio Pulitzer latino, Oscar Hijuelos, su libro se considera un pequeño clásico y es parte integral de los estudios de español y latinos de USA.

Dice Sandra, en el prólogo a la 25ava edición de The House in Mango Street, una “novelita light”, de apenas 110 páginas, construida con viñetas que a veces son poemas, pero generalmente escritas en prosa, y que también se pueden leer como cuentos individuales:

1.- Cuando muy joven me definí como poeta, pero sentía que la poesía que me enseñaban en la Universidad de Iowa era una torre de ideas.

2.- Yo quería escribir historias que no estuvieran limitadas por las fronteras de los géneros, entre lo escrito y lo hablado, entre la “alta” literatura y las rimas infantiles de los niños en los círculos infantiles; entre New York y Macondo; entre los Estados Unidos y México.

3.- Es cierto que todas queremos que admiren y respeten nuestro trabajo, pero yo quiero que la gente que usualmente no lee libros pueda disfrutar mis historias. No quiero escribir libros que los lectores no entiendan y que los hagan sentirse avergonzados por no entenderlos.

4.- Creo en un libro que pueda ser abierto en cualquier página y todavía tiene sentido para el lector que no sabe lo que se escribió antes o lo que viene después.

5.- Experimento con un texto que es tan sucinto y flexible como la poesía, e introduzco frases como fragmentos, dentro del texto, para que el lector pueda pausar y cada oración le sirva y no a la inversa.

6.- Algunas veces la mujer que una vez fui se reúne los fines de semana con otros escritores. Venimos de las comunidades negra, blanca y latina, somos hombres y mujeres, pero todos tenemos en común la creencia en que el arte debe servir a nuestras comunidades.

7.- Hacemos esto por “amor al arte”, excepto nuestro valioso tiempo, porque el mundo está en llamas y la gente que amamos se está quemando.

8.- ¿Qué leo? En la Universidad de Iowa nunca nos hablaron de servir a otros con nuestra escritura. Y no había ejemplos a seguir hasta que descubrí a escritoras mexicanas como Sor Juana Inés de la Cruz, Elena Poniatowska, Elena Garro y Rosario Castellanos, quien me ensenó que era posible otro modo de ser, aunque yo no supiera latín.

9.- Nos atrevimos y surgimos como grupo. Hoy somos las escritoras latinas en Los Estados Unidos: Cherrie Moraga, Gloria Anzaldua, Marjorie Agosín, Carla Trujillo, Diana Solís, Sandra María Estévez, Desiré Gómez, Salina Rivera, Margarita López, Beatriz Bakidian, Carmen Obrego, Denise Chávez, Helena Viramontes. Y faltarían las puertorriqueñas, las cubanas y las dominicanas, las de aquí y de la diáspora, y falta la Danticat, entre las vecinas haitianas, y las escritoras del Caribe no hispano.

Que este 2016 augure el florecimiento de múltiples jóvenes narradoras, una explosión escritural, una generación de mujeres que se atrevan a decir su palabra.

Recuerden: Solo hay algo que perdura en esta vida y en la muerte: nuestros textos. ¡Paz y bien!

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