¿Alguna vez nos comportaremos mejor?

¿Alguna vez nos comportaremos mejor?

Algunas veces me llega a la mente el título de una película inglesa de los años sesenta: “Stop the World, I Want to Get Off”. No por el tema (se trata de un “musical”), sino porque quisiera “sin querer queriendo” -como diría El Chavo del 8- poder decirle al omnipotente conductor del mundo: ¡Chofer: parada, que me quiero apear!
Ciertamente, la multitud política, que ha descubierto dónde está el mejor negocio, más fácil y redituable (solo hay que tener la cara dura, la mentira a flor de labios y más de una chaqueta de distinto color), esa multitud, supuestamente confundida o engañada, se ha enterado de la baja peligrosidad de cambiar de partido, amparada en la mala memoria, el desinterés y la apática convicción de que no se habrán de producir cambios importantes… sino de nombres y ofertas dudosas.
Por supuesto que no me refiero meramente a lo nacional, con este combate eleccionario y reeleccionario que encontramos hasta en los fideos de la sopa.
Es algo mundial.
¿Hay alguna diferencia con el pasado bastante reciente?
Sí.
Ahora los embarres ensucian hasta a las alta figuras, otrora respetadas… digamos que por tradición. Vamos… por tradición de castigo, cuando no estaban de moda el olvido y la convicción de que las palabras son aire y se las lleva el viento, a menos que coincidan perfectamente con circunstancias poderosas… que son las que hay que evitar.
La política es eso: evitación de trastornos peligrosos… o inconvenientes.
Recientemente, el valiente papa Francisco, que admiró al mundo cuando, al ser cuestionado sobre su posición acerca de los homosexuales, declaró: “¿Quién soy yo para juzgar a un homosexual que busca al Señor con buena voluntad?”, dando muestras de conmiseración cristiana ante un drama humano (…porque lo es, digan lo que digan), tuvo que hacer uso de la inteligencia política cuando el Gobierno francés designó como su embajador ante la Santa Sede a Laurent Stefanini, “gay”, y el Vaticano guardó silencio ante la solicitud de plácet (que es la aceptación oficial de un embajador).
Luego, a mediados de abril de 2015, en respuesta a la insistencia del Ejecutivo francés asegurando que no rectificaría su propuesta pues consideraba a Stefanini la persona ideal para el puesto, el papa decidió recibirlo en audiencia privada.
¿Qué le dijo? No se sabe, pero el Gobierno francés se rinde ante el sobrio silencio vaticano y envía a Stefanini como embajador ante la UNESCO.
Eso es alta política. De la buena.
Muchas cosas hay que manejarlas con alta discreción y prudencia. No “a la mala”, agrediendo cruelmente a quienes “son así porque son así”.
Yo siento respeto por quienes tienen otras preferencias sexuales. Tal vez esté equivocado, pero creo que la antinaturalidad es conflictiva y con visos dramáticos. Pero no deben exagerar en la exposición pública. Todo el mundo tiene privacidades. Para eso están las alcobas. Está el pudor. Cada cual tiene derecho a hacer el uso que guste de su cuerpo de acuerdo con sus inclinaciones sexuales… pero no en público y aún menos sugiriendo conveniencias de su conducta. Una cosa es exigir respeto y otra promover conductas.
Aprendamos a manejarnos con la sabiduría diplomática y firme del papa Francisco.
No solo en este tema.
Hay “política” …y política. Se pueden hacer las cosas más que con claridad, con desparpajo, o, como Francisco, con buen juicio, respeto y elegancia.

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