Algunas dudas en el Panhispánico de dudas

Algunas dudas en el Panhispánico de dudas

DIÓGENES CÉSPEDES
En el plano léxico, el Diccionario panhispánico de dudas trae al menos tres ocurrencias (XIX, XXVII y XXV), si no yerro, de la palabra alternativa en plural. Me entra la duda de su uso porque el Diccionario de la Real Academia, en todas sus ediciones, definía este vocablo como opción entre dos cosas y era sinónimo de disyuntiva o dilema.

Pero la presión, supongo que de las Academias correspondientes en cuyos países esa y otras palabras se usan indistintamente, la obligado a la Real Academia a flexibilizar su posición en el sentido de acoger usos contrarios de una misma palabra o a aceptarla con un significado absurdo allí donde existía ya la palabra exacta y clara para designar un objeto, una abstracción, un animal o un humano.

Lo mismo ocurrió con parafernalia, vocablo inglés que ha sustituido al exacto y claro vocablo español “utillaje”. O, en su defecto, “adminículos” o “utensilios”. En el caso de “alternativa”, existían sin nada de oscuridad, los términos “opción” y “posibilidad”. Pero esta como en otras materias léxicas se corre a la indistinción, variante del relativismo y la permisividad como dos de las cuatro patas de la cultura frívola, o “light”, como gustan decir los anglófilos que colocan el poder en la lengua o en el lenguaje.

A algunos intelectuales frívolos o “light” les han molestado las observaciones que he hecho al Diccionario panhispánicos de dudas. Arguyen que soy académico correspondiente y que mi deber es callar. Quienes así piensan, son personas que nacieron para obedecer ciegamente a las organizaciones geométricas, como les llamaba Octavio Paz. Y olvidan también que la función del intelectual, como decía el pensador mexicano, es la crítica. Pero esos mismos adocenados son los primeros adoradores de Paz, a quien no han leído. Se critica para mejorar.

El problema es que los errores son propios de los humanos. Y cuando ese humano personaliza la crítica, cree que le han herido su amor propio, su orgullo, las verdades en las cuales ha fundado su existencia. Es una persona que psicológicamente depende de los juicios ajenos y de la aprobación externa para sentirse que vale algo. Y eso no funciona. Lo único que le aporta a la persona es inseguridad. En el juicio interno está el valor del sujeto. Manejar la crítica que se le hace como simples puntos de vista, perspectivas diferentes ayuda a cambiar los errores con los que hemos vivido toda la vida creyendo que eran las grandes verdades del universo.

Otro lector me ha señalado que el uso de “ello” ese fósil lingüístico, como le llama Pedro Henríquez Ureña, no es tal fósil, pues según él, basta que su uso esté expandido en todos los países de habla española para que el vocablo sea moderno. Alegada que su uso actual es el de un pronombre neutro. En esto sigue lo estatuido por la Real Academia.

A este respecto le manifesté al lector, que existen personas y muchos escritores e intelectuales que todavía escriben que el sol se levantó a tal hora o que se acostó a tal hora, a pesar de haber leído desde la primaria hasta la universidad que el sol no se mueve y que es la tierra la que gira alrededor suya. La inercia y la fuerza de la metáfora es tan contundente que ni el “sin embargo se mueve” les ha podido borrar los cimientos echados a la ciencia por Galileo y Copérnico. Asimismo, existen personas que han estudiado gramática y lingüística y siguen creyendo que en español hay un pronombre neutro, como existió el latín y como existe actualmente en alemán con “Das”. Pero neutro significa que no posee ningún género. Es decir, que no es ni masculino ni femenino. Algunos creen todavía hoy, como se enseñaba en mi juventud la gramática,  que “lo es neutro”. La superchería se revela de inmediato en la adjetivación de lo que se pretende que sea neutro.

Existe, en todos los idiomas, lo que se llama género motivado e inmotivado. Saussure lo explica muy bien. Fuera del género masculino y femenino, usado para marcar todo ser viviente, sea humano o animal, existe lo que se denomina, metafóricamente, genero inmotivado. Eso facilita la economía lingüística y los hablantes saben que una piedra no tiene sexo, como tampoco lo tiene un río o el mar. Lo que en una lengua es masculino inmotivado, en otra será femenino inmotivado. Eso prueba que cada lengua analiza la experiencia humana de manera diferente, pues la cultura y los contextos (la historia) son diferentes.

Este aserto se comprueba cuando una persona que habla el inglés o el francés como lengua materna, confunde el género de los sustantivos en español. Tratará de calcar al español el género que tales sustantivos tienen en su lengua, y procederá de la misma manera al adjetivar esos sustantivos. Solamente las personas de gran cultura y conocimiento de una lengua extranjera no caen en estas trampas, pero no están exentas de que el inconsciente les juega una mala pasada.

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