Alienación

Alienación

POR EZEQUIEL GARCÍA TATIS
La crisis que abate a la República Dominicana obedece, fundamentalmente, a causas internas que han estado gritando sobre el país desde sus inicios y son, por consiguiente, parte de nuestro actuar. Estas formas de comportamiento se acentúan cuando los más conspicuos dirigentes de la sociedad las fomentan o se hacen de la vista gorda en vez de enfrentarlas y tratar de corregirlas.

La corrupción, la incapacidad, la indisciplina o carencia de organización y la alienación son cuatro constantes de nuestra cultura y las principales formas de actuar de la mayoría de nuestra población. Y cuando estas lacras, o antivalores, convertidos en costumbres, se practican desde las alturas del poder político económico y social, la nación decae y pierde conquistas logradas en tiempos pasados y, en ocasiones, es difícil levantarla del lecho de dolor y penurias en que se sumerge.

Desde el inicio de la colonia la corrupción en las formas de: abuso de poder, esclavitud, vasallaje, prevaricación, cohecho, alevosía, contrabando, hurto, coima, comercio ilegal, usura y fraude, ente otras, se han ejercido ampliamente entre los mismos españoles llegados con Colón y entre estos y los nativos, a quienes los primeros comenzaron engañando cambiándoles espejitos por oro.

Se acentúan luego con La Encomienda, sistema mediante el cual se reduce la población nativa de un estimado de cuatrocientos mil al inicio de la colonización a once mil en tan solo veinticinco años y que explota a los negros traídos de Africa de tal manera que su promedio de vida, trabajando en las minas, era de siete años. Las demás formas de corrupción aparecen en cualquier libro de historia que hurgue un poco sobre el comercio interno y eterno, a tal punto que uno de los móviles de Las Desvastaciones, causantes principales de la división de la isla, fue que hasta de Santo Domingo se trasladaban comerciantes a traficar con corsarios y contrabandistas en la Costa Norte.

Al tiempo que va surgiendo la población criolla España pierde interés en esta colonia, la cual se empobrece y se ruraliza. Las buenas normas que predican los religiosos son apenas trasmitidas por tenues lazos de prácticas familiares. La población no se rige por normas legales, en las ciudades y campos se impone el más fuerte, usualmente el más rico o el de poder político o militar; sus juicios y costumbres, sanos o impuros, permean el modo de vivir, se mezclan con los principios religiosos y las prácticas de la virtud son tan mulatas como el color de la piel de las mayorías. El trabajo, como medio de lograr fines y metas, no es norma de la conducta de nuestras gentes; preferimos, como señaló Juan Antonio Alix, «coger los mangos bajitos» y, así, predominan la desorganización y la indisciplina, en vez del orden social.

Unase a lo anterior la escasa y hasta nula formación escolar, en muchos casos, y la baja cultura proveniente de una población ruralizada y económicamente empobrecida en las pequeñas ciudades.

Es, hasta cierto punto natural y lógico, que nos encontremos grande y mejor todo lo que viene de fuera, con grave enajenación; y más cuando los colonizadores europeos y la potencia naciente en América se disputaban nuestro territorio, nuestro comercio y nuestros recursos. Por eso los «pragmáticos» alienados con las potencias extranjeras y en uso del poder local consideraron a Duarte y sus seguidores como ilusos, entregando la Patria a poderes externos. Y hoy, a ciento sesenta años de la Independencia, muchos de nuestros dirigentes políticos, económicos y sociales continúan cambiando oro por espejitos.

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