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¡Que dicha más grande tener el alma libre, libre de odios, orgullo y vanidad y poder decir a lo Nuestro “YO” -sin miedos y mentiras- lo que pensamos, lo que queremos y todo cuanto ansiamos!
¡Dichoso aquel que en medio del dolor y la tristeza que le rodee tiene el valor para sobreponerse a los embates de la vida! ¡Feliz aquel que, cuando le atormenta un problema de esos que a veces al alma se presentan, puede con serenidad, paciencia y valor, enfrentarse a él y meditar y ver al fin de la jornada resuelto su dilema!
Paciencia o valor, ¿qué es lo más útil? Difícil es dar una respuesta cabal a la pregunta; paciencia, aquí radica las más de las veces el éxito de la empresa que nos hemos propuesto a realizar; valor, he aquí lo que nos he necesario, preciso. El valor es imprescindible en cualquier momento; pero, ¿acaso se puede alcanzar lo que nos proponemos si no poseemos la serenidad necesaria, la paciencia para meditar, que ciertos instantes de la vida reclaman, esos precisos momentos de meditación que sin ellos serían inevitables muchas cosas que perjudicarían a la humanidad, y viceversa, que si no fuera porque el hombre ha podido disfrutar de ellos, las cosas no hubiesen sucedido de tal o cual manera, esto es, siempre se cumple la eterna ley del equilibrio, porque todos nuestros actos son función de la perfección, aunque todos no nos lleven a ella, y anhelar la perfección es poseer uno de los más altos ideales, aunque somos del parecer que nadie anhelaría una imperfección; el artista que realiza un cuadro, obra en función de belleza; el poeta que traslada de su mente al papel un poema, obra en función también de perfección; todos nuestros actos-como dijimos antes- y como dicen los ingenieros, son los caminos de la perfección Convergentes.