Almacenes Rancontán

Almacenes Rancontán

Salí a la calle Colibrí; mientras avanzaba por la acera volteaba la cabeza para ver si Edelmira había empuñado de nuevo la manguera.  Pero su puerta permaneció cerrada.  Monté en el automóvil y me dirigí a la oficina.  Entré e inmediatamente subí al segundo piso. –Señor Caperuzo, la viuda Edelmira tiene sus papeles en regla, según me dijo personalmente; su abogado sacará copias de los documentos originales para redactar la escritura. –Magnifico ¿cuándo estará disponible la propiedad? –Me explicó que hablará con el cura párroco antes de iniciar los trámites.  –¿Y eso que tiene que ver con nuestro negocio? –Bueno, ella es la dueña de la casa.

–¿Qué le pasa Tizol? lo siento un poco desanimado.  Deberías estar alegre y echando humo; es la oportunidad de tu vida.  –Es que tengo el pálpito de que la compra no será fácil. –Déjate de tonterías; ya te dije que si ella quisiera más dinero, le daríamos más y se acabó.  –Ojala fuera así; pero es un barrio con gente especial.  El marido era contable y ayudaba al herrero del vecindario; y los dos buscaban donaciones para la iglesia del padre Servando.  –No te enredes en detalles, anécdotas o chismes; ten presente lo esencial: el valor real de la casa y la conveniencia de adquirirla.

Edelmira, todavía sentada en la sala, que se había quitado las sandalias, oyó chirriar el timbre y se asustó.  ¿Será otra vez el corredor inmobiliario? se preguntó. Abrió la puerta. –¿Es doña Edelmira? –Si soy yo. –Vengo de parte del padre Servando a entregar este sobre.  El mensajero, un jovencito de unos 18 años, con los zapatos sucios y una gorra deshilachada, estaba aturrullado por la timidez.  –Muchas gracias; diga al padre que le llamaré para concertar mi visita.

Despegó el borde del sobre y leyó: “Padre Servando: escribo desde las oficinas de Almacenes Rancontán, donde estamos practicando una auditoria; debemos concluir el viernes.  La vida, según hemos discutido, es un río desbordado.  Arrastra piedras, hojas podridas, monedas de oro.  La contabilidad puede mejorar estados financieros, ocultar beneficios o enseñar la realidad del negocio.  ¡Conseguí su campana bilbaina! Finalmente, logré pagar la casa de mi adorada Edelmira.  Ahora moriré en paz. Abrazos. Arnulfo”.

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