Almirante César De Windt Lavandier: In memoriam

Almirante César De Windt Lavandier: In memoriam

 PEDRO J. ATILES NIN
Dos semanas antes del sentido fallecimiento del Almirante De Windt Lavandier, visité su hogar, sin imaginar siquiera que sería mi última visita. Sin embargo, qué grato momento disfruté con él. El entusiasmo y el gran sentido del humor del cual él siempre hizo gala, nada raro en su personalidad, nos permitió amenamente ver pasar el transcurrir de las horas sin desperdicio alguno.

 Dialogábamos de tantas cosas constructivas que recuerdo escuchar un zumbido a mi oído que decía «Pedrín! cuántas mentiras te he dicho, te confieso no haberlas comentado antes con nadie más…» por supuesto, eran verdades tan elocuentes como si él mismo se presintiera que estaba a punto de darle vueltas a las campanas o que algo grande habría de ocurrir.

Gozaba de una salud y lucidez inusual en un hombre de aproximadamente 96 años de edad, era conversador, historiador, académico, educador y conocedor de tantos tópicos acerca del pasado y el presente que nos ocupa, que a menudo no faltaban palabras para expresar el amor apasionado que sentía hacia su Marina y la gente de mar que le acompañó casi toda una vida. En tanto, a mí sólo me resta decir públicamente que fue un honor y privilegio el haberle conocido; más cuanto sin tapujos me confió momentos históricos estelares, pero también los sinsabores que le tocó presenciar y hasta sufrir en hechos inenarrables que difícilmente vuelvan a repetirse, sin obviar, desde luego otros de muy grata recordación.

En efecto, todo aquel que trató y conoció al Almirante De Windt, sabe que no es secreto reconocer el alto sentido patrio y la virtud del deber cumplido que le adornaron. Así lo demuestra su larga trayectoria, su vocación por la enseñanza, su experiencia como viejo lobo de mar puesta en práctica en la gloriosa Marina de Guerra Dominicana y en la Flota Mercante Nacional, C. por A., que tuvo a bien dirigir con pulcritud y honradez, las cuales estuvieron dotadas de todas clases de embarcaciones y equipos, de muy difícil repetición en esta época globalizada. Contaba además con verdaderos navegantes de formación y disciplina, toda una casta, si pudiéramos llamarlos de esta manera.

Por otro lado, recuerdo el relato de todo un episodio de su singular vida, cuando en sus tiempos mozos ostentaba el rango de Comodoro de la Marina de Guerra y, estando abordo de la fragata Presidente Trujillo con la presencia de un gran número de funcionarios del gabinete del gobierno de entonces, se encontraba el «Jefe» Rafael L. Trujillo Molina despachando asuntos de Estado y de un momento a otro empieza por decir y preguntar a cada uno de ellos: «Dicen que son mis amigos los que me van a matar y ustedes ¿qué piensan de ésto? No faltaron voces que decían ¡No Jefe! no diga eso… no hable así… eso es imposible… ¿Cómo va a ser posible una cosa así…, cuando de repente mira al comodoro De Windt y le dice ¿Usted qué opina? Inmediatamente De Windt se pone en atención y haciéndole el saludo de rigor, le contesta de forma jocosa «Respetuosamente excelencia ¿Efectivo cuando mi ascenso? Señor!» Por supuesto, esto causó una reacción en el Jefe poco común y a la vez una respuesta inmediata cuando le reprimió diciendo «Esto no se trata de un relajo, carajo! Conteste mi pregunta Comodoro». En efecto, De Windt hábilmente le responde «Jefe yo no soy su amigo, yo soy su subalterno y como tal me debo a Usted con lealtad y gratitud»… Claro esto provocó en el Generalísimo Trujillo risas y carcajadas, al tiempo de expresarle ante todos los presentes, «que cocolo que sabe éste…jajajaja… que cocolo que sabe…jajajaja…» (sic). Y finalmente, cuando tocan puerto en Sans Soucí, había ya preparado y firmado un decreto con su ascenso a contralmirante y la cosa quedó ahí, sin mayor contratiempo.

¡Qué Almirante! cuántas anécdotas, historia y sabiduría por recoger, ¿Acaso se imaginó De Windt? el inmenso vacío que dejaría su partida a su entrañable Liga Naval Dominicana, a las Academias de Historia y Geográfica, a su Escuela Naval y a tantos amigos y familiares que le quisimos y apreciamos. Es difícil para quien estas líneas escribe, a pesar de la distancia generacional que nos separa, ocultar el privilegio que tuve de haber caído en su gracia y del afecto mutuo dispensado hacia mi persona, cuando consabidamente supo cultivar tantas amistades que lo hacen merecedor del más noble y distinguido reconocimiento.

¡Descansa en paz! Mi querido Almirante, qué grande fuiste, que te sople un buen terral.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas