Almuerzo con el Presidente

Almuerzo con el Presidente

El recuerdo, la remembranza de épocas y estilos distintos, retan la memoria. No hay confusión pero la comparación es inevitable. Otros periodistas, otros presidentes, otras demandas. Problemas, urgencias y métodos diferentes. Otro mundo, otro país. Los noveles reproductores de información tienen liviana la carga. Basta un tuiteo oportuno para cubrir una fuente. Youtube atenúa cualquier sofoco en procura de alguna declaración que un descuido dejó escapar. Saben que la plaza pública tiene más fuerza que un párrafo perdido en un reportaje.

La carga es liviana, la guadaña no acecha el atrevimiento, el peligro no ataja la provocación. Aquellos, los de otro tiempo, si se salvaron del disparo, envejecieron, se acotejaron. Algunos continúan, otros se cansaron. Que los más jóvenes conozcan o no la historia, es intrascendente. Trabajan. Están ahí, caminando por los pasillos de Palacio, todos los días, entrando y saliendo del Salón Orlando Martínez. Llamando al ministro, al consultor, tuteando al general. Pidiendo pin y contraseñas, invitando a chatear. Se acercan y escuchan, tocan y le abren.

Después del balaguerato y esa manera de despreciar la opinión ajena, de desdeñar a los periodistas, de amenazarlos, asustarlos, matarlos, los jefes de Estado sucesivos se empeñaron en demostrar que su relación con los medios sería democrática, respetuosa, al menos. Horizontal o vertical, a través de voceros o asumiendo la vocería, pero sería opuesta a la difícil convivencia con Balaguer y sus acólitos. Del presidente Antonio Guzmán al presidente Danilo Medina, las rotativas fueron modificadas, el papel y la tinta también. Cambiaron las exigencias académicas, sustituyeron jefes de redacción. La prisión política quedó vacía, el generalato asesino se aquietó, los abusadores de poder podían ser denunciados con el solo riesgo de que un coronel, o sus adláteres, interceptaran las comunicaciones privadas y la extorsión afectara la libertad de expresión. Ah cuanto ha cambiado esto!

El Presidente de la República quiso compartir almuerzo con los periodistas asignados a Palacio y aceptar las preguntas de los comensales. Su segundo año de gobierno amerita evaluación. Las preguntas fueron muchas. Fondo y forma es otro tema. El mandatario casi dice lo que nunca se ha dicho. Contó su trance en La Habana, reunión CELAC. Compartió su satisfacción cuando comparó promesas y logros. Habló de déficit, de plantas, del pacto eléctrico. Dijo que con 10,000 pesos nadie puede vivir. Delincuencia, educación, ratificó el compromiso de hacer un gobierno ético. Proclamó que no es juez. Ratificó su militancia peledeísta y algo que a nadie debe extrañar, que el objetivo de cualquier político es conquistar el poder y mantenerlo. Soy esencialmente demócrata, afirmó. Tanto dijo, tanto respondió durante más de una hora, que el resumen es prolijo. Sin embargo, lo destacable ha sido lo atinente a la prohibida repostulación.

Destacar solo ese tema, conspira contra la realización del buen gobierno que aspira el presidente Danilo Medina Sánchez y su gabinete. Es un volver a un espacio histórico preterido. Es la mediocre conceptualización de la abulia. Divierte sí, claro que entretiene. Permite desvaríos doctrinales, las mismas frases, los argumentos repetidos. Ese buscar donde siempre está lo mismo.

Así como erigir proyectos políticos sobre el terraplén de la ética, es frágil, presumir de demócrata, porque se rechaza la postulación sucesiva de un candidato, es falaz. Utilizar como anzuelo la reelección es volver al pasado, negar avances formales indiscutibles. Es ratificar la mediocridad de las propuestas políticas. Peor, porque las disquisiciones ocuparán tiempo y espacio, permitirán alardes y advertencias y los reales problemas nacionales, quedarán a la zaga. Muchos temas hubo en aquel almuerzo.

El menú fue variado y sabroso. Para postre hay disversidad. La degustación debe comenzar por recordar el artículo 124 de la Constitución de la República: El Poder Ejecutivo se ejerce por el o la Presidente de la República, quien será elegido cada cuatro años por voto directo y no podrá ser electo para el período constitucional siguiente. Lo simple es contundente.

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