Alrededor del cementerio

Alrededor del cementerio

COSETTE ALVAREZ
El pasado fin de semana larguísimo, aprovechando la oferta de un hotel en Barahona, nos fuimos hasta allá con el plan de visitar el Hoyo de Pelempito y la Bahía de las Aguilas, que mis acompañantes, mi hija y un amigo europeo, no conocían. Entonces, nos levantamos temprano y salimos hacia Pedernales.

Once kilómetros después de Barahona, pasamos tremendo susto, un mal rato, con un nutrido grupo de hombres portando armas largas y vistiendo chalecos antibalas que nos hicieron bajar del vehículo para revisarlo.

Protesté por el aparataje, porque no creo que les asista el derecho de tratar a todos como delincuentes o sospechosos de un crimen tal que requiera tantas ametralladoras. Ahí no había la menor posibilidad de intercambio de disparos, aunque nosotros tres estuviéramos armados, que no era el caso. ¡Qué vejación!

Antes de llegar a Pedernales, doblamos a la derecha para tomar el camino a ese regalo de la naturaleza que bien vale el interminable trayecto. Luego, llegamos hasta el pueblo de Pedernales, comimos, y no quisimos resistirnos a la tentación de pasar la frontera «sans papiers», para hacer lo que siempre nos cuentan: comprar perfumes franceses, quesos, ron haitiano, qué sé yo, al menos ver ese supuesto movimiento. No había nada.

Por irrelevante, dejaré para después el tema de Migración y Aduanas, que junto a una destartalada caseta del difunto Cedopex, salen sobrando en aquella tierra de nadie, no hablemos del pintoresco comandante y lo bien que nos comunicamos, él para que yo entendiera que debía darle dinero, y yo para que él entendiera que no le daría nada.

¡Tanto que me afané para que nos dejara pasar con el vehículo, y resulta que en Anse-à-Pître no hay calles! Pero ojalá eso fuera todo lo que falta. Señores, en Anse-à-Pìtre ¡falta la vida! Aquello es un cementerio. Sólo ahora entiendo a qué se refería Hipólito cuando insistía, consternado, en que Haití era un asunto de la comunidad internacional. Ahora, además, me pregunto, ¿qué hacen las Naciones Unidas en Haití, con tantos militares, en un pueblo sin fuerzas, muriendo en vida?

Un río seco, una frontera abierta, unos vecinos indiferentes cuya única reacción es la de sentirse amenazados, y los inefables profesionales de los organismos internacionales ganando muchísimo dinero, porque a más riesgo mayor salario, excepto que el riesgo es inventado, porque la debilidad de esos haitianos no les permite ni siquiera darse cuenta de que están vivos, así que de ninguna manera pueden tener idea sobre sus derechos ni de lo que están siendo objeto. No son sujetos, porque no están en condiciones de realizar ninguna acción por muy simple que sea.

Parece que es cierto que el plan para reducir la pobreza es dejar que los pobres se mueran, hasta que no quede ninguno. Hace como cincuenta años que se «trabaja» formalmente en ese sentido y no se han visto los resultados. Reuniones, extensos documentos, discursos. Plumas de burro.

Anse-à-Pître no necesita una invasión de nada que no sea comida y agua. De hecho, no está invadida más que por una miseria espantosa. Supongo que en otros poblados de nuestro país hermano y vecino ocurre lo mismo. Con mucho menos de lo que están gastando en mantener a esos militares en Haití, mucho menos de lo que ganan los nunca bien ponderados expertos en programas de desarrollo, mucho menos de lo que se gasta en cualquiera de esas visitas de nuestros políticos, diplomáticos, empresarios, contrabandistas, traficantes, y demás, se daría un buen empujón a ese pueblo horrorosamente abandonado.

Antológica y ontológicamente, Anse-à-Pître gira alrededor del cementerio, diferente a otros pueblos que giran alrededor de un parque y una iglesia. Y es que allí la muerte llega pronto. Cuentan que un número muy elevado de niños no llega a los cinco años.

Regresa una a la capital y se encuentra con páginas enteras de lo que están gozando, del brillo que se están dando tantos dominicanos en Haití, y ni una letra sobre esa «vida» infrahumana, de manera que ni pensar en una intención, un plan, nada para aliviar aquello que ni en los documentales sobre la India habíamos visto. ¡Cuánta indolencia! ¿Recuerdan aquella vez, el fiestón que se dieron alrededor de mil funcionarios del gobierno peledeísta en su primer mandato?

Nunca como ahora he visto más claramente que si los organismos internacionales, agencias de desarrollo, oenegés, imperios y demás, resolvieran los problemas a los que en principio se dirigen, ahí mismito se acaban los sueldos de lujo, los viajes en primera con sus viáticos, en conclusión, lo pierden todo.

Por ejemplo, volviendo a las Naciones Unidas, esta organización tiene un Programa Mundial de Alimentos, un Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, FAO, UNICEF, por sólo mencionar algunos. Pero, no. Todo lo que tienen para Haití son militares. Muchos militares. Igualmente Oxfam que, me consta, una vez apoyó la resistencia haitiana. Pero, carajo, con lo que gastan en comida, en reuniones, en papeles, en vivienda, en transportes, en llamadas, en caprichos, es más, con mucho menos que eso, un país tan chiquito como Haití no tendría ni un solo niño desnutrido, mucho menos muerto por una diarrea, ni viviendo prácticamente del aire y al aire libre.

No se ha demostrado interés real por los asuntos sociales ni económicos. Solamente por los asuntos políticos y todo lo que ello implica, por cierto, nada positivo. No hay derecho. Eso llora ante la presencia de Dios. ¿Y la prensa? ¿Y la iglesia? ¡Bien, gracias!

Después de esa experiencia traumática, no pudimos disfrutar de la belleza exuberante de la Bahía de las Aguilas, no solamente por tener el ánimo en el suelo, sino por aquel camino intransitable. Había tanta gente,…

La parte agradable del viaje fue encontrarnos con Carlos Julio Félix en Pedernales, conocer a su esposa y a su familia, y también reencontrarnos con Marcia y Jacobo Moquete en Barahona, precisamente en el hotel que administra su hijo Emil (el señol Esmir, como lo llama con mucha solemnidad uno de los empleados).

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