ALTAGRACIA PUIPPE-POLANCO:
«Ser parte de esta época, de este mundo, es un privilegio que disfruto»

<P>ALTAGRACIA PUIPPE-POLANCO: <BR>«Ser parte de esta época, de este mundo, es un privilegio que disfruto»</P>

POR FÁTIMA ÁLVAREZ
Los talentos son dones que se descubren a veces desde que inicia la vida, a veces cuando se ha trillado algún camino y otras, como sosiego a la tercera edad. Altagracia Puippe descubrió el suyo en condiciones especiales.

Nacida en República Dominicana (no en balde la Alta Gracia), fue una niña curiosa: ingresada a la escuela pequeñita, Altagracia no paró de llorar durante cinco días corridos, lo que obligó a la profesora a retirarla, por considerar que no estaba preparada emocionalmente para asumir la primera relación ajena al hogar.

Es así como vuelve al regazo de la madre, olvidándose de preocupaciones tan enjundiosas como la a, e, i, o, u. Pero a los siete años ocurre el cambio: Altagracia descubre una inusitada pasión por aprender y demanda de su vecina que la alfabetice, logrando este reto en tiempo récord.

Con la misma pasión con la que se negó a ir a la escuela y con la que bebió después del conocimiento, empezó a sentir las distintas manifestaciones del arte dentro de sí. El baile folclórico y la poesía coreada fueron sus primeras expresiones. Después, mucho después, la poesía y la pintura.

«La pintura me fue desconocida hasta hace unos cinco años atrás. No sé quien vino a quien, si la pintura a mí o yo a ella. Me parece que es parte de esas fuerzas vitales que en un momento emergen de manera imprevista. De repente, yo estaba más atenta a mi esencia y la capté».

En extremo delgada, con el color del Caribe y el brillo de la pasión en sus ojos, Altagracia se mueve entre las cuatro paredes de su habitación en un hotel de lujo de la capital. Está de vuelta, como cada año, supuestamente en condiciones de turista. En realidad, Altagracia regresa cada año con la misma fuerza que la arena retorna a la playa, con la que el pájaro regresa al nido, con la que el hijo busca la tumba de sus ancestros. Viene en busca de raíces, de fuerza. A llenar la botella de pasión que luego derrocha a manos llenas en el que ha convertido en su segundo país: Suiza.

«Mientras más maduro, más siento la necesidad de venir a beber de la fuente, que es mi tierra».

Altagracia salió un día de República Dominicana rumbo a Europa. Sólo ella sabe buscando qué. Quizás nuevas oportunidades, quizás sueños de otro color. Y con tan sólo una semana allí, con la desorientación natural del que deja el nido, Altagracia conoce a alguien que después se convertiría en su esposo, el padre de sus hijos.

Un regreso a su tierra y después una nueva salida. Ahora como esposa del hombre al que se unió para afrontar la vida juntos. El rumbo: Zaire, África. Otro mundo, otros sabores, otros olores se abren a los pies de Altagracia, quien va bebiendo de todo como en un delirante coctel. «Lo que más recuerdo de Zaire son las puestas de sol. Un sol inmenso como una torta de fuego que baña todo el paisaje».

Todo un proceso de búsqueda de sí misma, de manejo de sus inquietudes, de disfrute de la vida, de ocio, pereza y luego… reemprender el camino hasta encontrarse a sí misma no sólo en la plástica, sino desbordada en trozos en cada cosa a la que ama. «Pienso que el arte es parte integral de mi vida, eso me acompañará hasta siempre».

«Uso elementos como la acrílica, pero le doy terminación con óleo. Además uso otros como arena, soga, plumas, papel, serrín, cáscara de huevo… No es «collage», hago lo que yo llamo «mi sancocho cromático» y el resultado son cuadros que parecen esculturales y que hacen pensar en la pintura rupestre. Estoy a medio camino entre lo abstracto y lo figurativo, pero con un toque de rupestre».

Empezó como todo: por pasión. Al querer más, buscó una escuela con el interés de manejar mejor la técnica, pero sólo asistió el primer día. De repente se vio llena de exigencias, estilos, reglas y huyó. Igual que cuando de pequeña se negó a ir a la escuela para buscar sola su propio camino. Y lo buscó. Y fueron aflorando en ella, cual si llevara un artista interno, una voz que iba dictándole qué hacer, cuáles pinceladas dar, dónde dar el retoque. Y también empezaron a salir cintas alrededor de la cabeza, taparrabos… hasta que descubrió: «¡Pero estoy pintando indios!».

«Cuando comencé siempre fueron personajes. Me interesaba el retrato, pero después… No fue nada calculado, fue algo intuitivo como una memoria celular que salió a flote».

Y fue entonces cuando un día se dio cuenta que tenía decenas de obras trabajadas en una misma temática y empezó a buscar la manera de exponerlas. Encontró un lugar nada común, nada de galerías de arte, ni museos. Una casona de estilo colonial, como contraposición a su arte rupestre, fue el escenario. Y allí no sólo montó sus obras: arepas, pan de frutas, pudín de pan, pan de batata, jugos de frutas tropicales, toda una exposición-venta de lo que es parte de la cultura caribeña, causando en los suizos un interés para ella nunca antes visto frente a una cultura tan disímil.

«Fue un preludio donde convergieron la pasión, la emoción y la admiración por ese pueblo indígena y su cultura taína. En la tarjeta de invitación no sólo coloqué obras sino también un poema que escribí para esta muestra a la que llamé ‘Resonancia Taína’».

«Comencé escribiendo poemas en un momento en que me sentí volcán en erupción; quería cantar, bailar, escribir. Es curioso, pero alguien que leyó entonces mis poesías me dijo: «Usted verá que sus poesías la llevarán a la pintura. Y fue así».

«La mayoría de la gente que asistió a mi exposición no sabía que la taína fue la primera cultura de los dominicanos. A través de esta muestra quise hacer un homenaje a mis raíces, a mi país. El «Naboria alumbrador» fue la obra que abanderó la exposición. Es una manera de rendir homenaje al taíno, pero también al hombre común de mi tierra».

Altagracia Puippe-Polanco es un mar en ebullición. Otra de sus facetas es el masaje terapéutico, que es su mundo laboral, a través del cual organiza su día a día.

«No dejaría el masaje. Me gusta comunicar y el masaje es algo muy íntimo que disfruto al igual que la pintura. Ambos son parte de mi vida. Amo demasiado al ser humano para separarme de ellos. Pero la terapia natural es más íntima, es un intercambio más cercano. A través del masaje estoy físicamente, de persona a persona. A través de la pintura estoy de sentimiento a sentimiento».

Y se retira a cenar con la misma fuerza con que abordó la periodista desde el principio. Una «turba» de niños de todas las edades la rodean reclamando los mimos de su mami, mientras el marido con mirada censora le reclama la larga espera. Se va como vino, como un torbellino con una eterna sonrisa en los labios.

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