KEDMAY T. KILINGER BALMASEDA
La mayor parte de los cambios en la estructura del sueño y en las funciones fisiológicas asociadas a él, en el caso de los niños (as), se producen en sus primeros quince años de vida. Es por esta razón que, para comprender la evolución del sueño a lo largo de la infancia, es fundamental empezar a conocer, además de la fisiología del sueño, ciertas características específicas del desarrollo infantil y entre ellas el desarrollo del llamado «acoplamiento».

Como resultado de la evolución del ser humano en relación con el sistema de cuidado del niño, se desarrolla un acoplamiento o dependencia con su madre o cuidador, que se revela de forma dramática cuando el niño es separado de ella, por lo que ésto sería la consecuencia directa de un deseo biológico de proximidad y contacto con los adultos, que proviene de la selección natural.

En función de este acoplamiento y del estado madurativo neurofisiológico del niño, cada edad presenta unas características determinadas del sueño. Así como en los primeros meses de vida, son frecuentes los breves despertares en el sueño de los infantes; específicamente durante los primeros tres meses, aunque el adormecimiento nocturno generalmente se produce con facilidad, es a partir de esta edad que se observa cierta dificultad en alcanzarlo, quizás determinado por el deseo de relación con el entorno.

Es importante reconocer que la definición de los trastornos del sueño en la infancia es sorprendentemente difícil, ya que a menudo existen problemas del sueño en lugar de verdaderos trastornos del sueño, puesto que mucha veces el problema es para que los padres y no para el niño, aunque de igual forma, existen situaciones que para unas familias son problemáticas, mientras que para otras del mismo entorno, no lo son. Es por esto, que se hace preciso entender que las diferencias entre lo normal y lo anormal muchas veces es definido según la edad del niño y no según el patrón de sueño; puesto que no todos los problemas del sueño son anormalidades ni todos precisan tratamiento; así pues, el trastorno representa siempre una función anormal mientras que el problema puede representarla o no.

Los problemas para iniciar o mantener el sueño se relacionan con la presencia de miedos, despertares nocturnos, alteraciones psiquiátricas o médicas y la historia familiar de problemas del sueño; los cuales pueden ser provocados también al presentar factores de tipo físico, como ronquidos, estreñimiento, orinar en la cama, alergias, enfermedades o inmadurez.

Es común que los niños pequeños desarrollen sentimientos de preocupación por separarse físicamente de sus padres, miedos a la oscuridad y demás, de manera que cualquiera de esas manifestaciones se convierte en una dificultad para dormir por la noche. Lo que recomiendo, en el caso de los más pequeños, es hablar con ellos sobre sus miedos y temores para ayudarle a superarlos; los padres deben intentar mantener abiertos los canales de comunicación para resolver conjuntamente los problemas que suponen la razón de no poder dormir por la noche.

En ocasiones, el tratamiento va a ser semejante se trate bien de un trastorno o de un problema del sueño, debido a que las alteraciones de los patrones específicos del sueño infantil pueden causar serios problemas, incluso cuando se trate únicamente de variaciones de la normalidad.

Es por esto, que para evitar en lo más posible que surjan este tipo de situaciones en nuestros niños: quiero resaltar la importancia que tiene el hacer hincapié en la prioridad que se le debe dar a la creación de rutinas diarias que poco a poco ayudarán a su niño a dormir durante toda la noche, es decir, establézcale costumbre a su hijo/a desde que nazca en cuanto al horario de comidas, juegos, baños, paseos y descansos. Debe recordar que todo vínculo, hábito o manía a la que se le acostumbre, serán reclamados cada vez que necesite conciliar el sueño luego de despertares prolongados, costumbres, que al pasar de los años cada vez van a ser más difíciles de modificar o eliminar.