Alternativa

Alternativa

La presión que ejercen sobre la economía nacional los constantes aumentos de los precios del petróleo debe conducirnos a desarrollar estrategias de ahorro de combustibles y energía y a buscar alternativas más económicas.

Se trata de que la factura petrolera podría alcanzar montos que desestabilicen nuestras balanzas y pongan en riesgo la estabilidad alcanzada después de la gran crisis provocada por las quiebras bancarias.

En esta materia, el gas natural es señalado por los expertos como la alternativa menos costosa para el país, no sólo por su bajo precio, sino también porque en el caso de los vehículos de motor y otras aplicaciones que trabajan con gas licuado de petróleo, las adaptaciones necesarias tienen bajo costo.

Inclusive, el bajo precio de este combustible podría significar para el Estado un ahorro extra en el sentido de que no sería necesario un subsidio como el que se aplica en el caso del gas licuado de petróleo. Entonces, el monto empleado por el Gobierno para cubrir este capítulo podría ser destinado a subsidiar la conversión de los vehículos del transporte movidos con gas licuado de petróleo y gasolina.

Otras ventajas relativas del gas natural son su alto rendimiento, baja contaminación y menor peligrosidad en caso de fugas.

Estamos hablando de la alternativa de sustitución de gasolina, gas licuado de petróleo y gasoil más factible en plazo más corto que el que se tomaría ponernos en condiciones de producir suficiente etanol, biodiesel y otras fórmulas.

Hasta prueba en contrario, el gas natural parece ser el remedio más factible.

Por Haití

Las grandes potencias económicas de Norteamérica y Europa, específicamente Estados Unidos, Canadá y Francia, deberían considerar seriamente la elaboración de un programa conjunto para ayudar a desarrollar Haití como un Estado viable.

Estas potencias tienen una gran deuda con ese pueblo, por razones históricas que no vamos a enumerar en estos momentos, y además porque todo parece indicar que la pobreza extrema de Haití está resultando más costosa que lo que costaría financiar el desarrollo.

No hay razones valederas para regatearle a Haití un plan de desarrollo a través de inversiones directas que generen fuentes de trabajo y mejoren las condiciones de vida de ese pueblo. Lo primero que hace injustificable la indiferencia de estas potencias es el hecho de que frecuentemente se definen como “amigas” del pueblo haitiano.

En pleno siglo 21, no tiene justificación que haya en América un enclave de tanto atraso y miseria como Haití, de tantas enfermedades y hambre.

Quienes explotaron toda la riqueza haitiana en tiempos de la colonia, deberían  resarcir por el daño causado.

El Parlamento Latinoamericano se ha pronunciado, oportunamente, sobre la necesidad de que se vuelque la ayuda internacional sobre el pueblo haitiano y la Organización de las Naciones Unidas mantiene allí una fuerza para preservar la débil institucionalidad. El Estado dominicano, en diferentes administraciones, ha pedido que se canalicen recursos para propiciar cambios sociales económicos e institucionales en Haití. Eso es parte del trabajo. Falta más.

Está demostrado hasta la saciedad que Haití no puede con sus problemas, y nosotros, sus vecinos, tampoco podemos ayudarle. Es tarea de muchos, pero como no hay atractivo geopolítico, tampoco hay voluntad política.

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