Altruismo en la búsqueda del interes propio

Altruismo en la búsqueda del interes propio

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
Una de las grandes paradojas económicas es la necesidad de actuar altruistamente cuando se busca el interés propio. Por supuesto hay que establecer  quién o quienes son los buscadores por excelencia  del interés personal y qué entendemos por altruismo. En apariencia el dictador explotador, no la ficción del dictador benévolo de Arrow ni siquiera el dictador populista ideologizado o no, figura como prototipo entre quienes persiguen su interés personal.

Tener “todo” el poder coactivo (no sólo el que dan las leyes, los derechos del hombre  o las costumbres) sin necesidad de compartirlo con otros, sin sufrir  siempre riesgosas elecciones y teniendo bien calladitas a fuerzas morales como la Iglesia parecen resumir las condiciones necesarias y suficientes del explotador ideal.

  Estas condiciones no parecen fáciles de cumplir ni siquiera aproximadamente en grandes organizaciones sociales como los Estados millonarios en población. El prototipo de dictador explotador puede ser más bien el jefe mafioso barrial que ha eliminado la competencia e infiltrado instituciones judiciales, policiales o militares. Aunque con gran probabilidad la vida “útil” de semejante explotador no resulta sustentable a largo plazo (los equilibrios forzados contradicen la naturaleza), aceptémoslo como  el explotador por excelencia. Sencillamente montamos un “experimento mental”.

  Altruista puede ser la conducta de quien favorece al prójimo o la motivación de anteponer el interés de otros o de la sociedad  al bien propio. La diferencia es grande.  La actitud es un “habito” interno, una virtud decía la escolástica, que mueve permanentemente a la persona a un determinado comportamiento bueno. La acción beneficiosa para otros puede tener motivaciones distintas. Es posible que alguien con motivación egoísta tenga para alcanzar su interés propio que actuar de modo favorable a otros. En este sentido, acción altruista, hablaremos hoy.

   Suponemos entonces que el dictador explotador, un jefe barril mafioso, busca siempre su interés propio. La dinámica de esa motivación egoísta lo llevará, si obra conforme a lo que más le convenga, a prácticas altruistas. Nos guiará  Mancur Olson brillante economista que analizó con excepcional profundidad la lógica del poder público.

1. Necesario altruismo del perfecto explotador social. Democratización del poder.

Compongamos primero el escenario. Históricamente han convivido en muchos barrios pobres el ladronzuelo de cartera, el exhibicionista sexual, el más que maduro donjuán, el monje disipado, el seminarista presumido, la joven atrevida, la alcahueta,  la mujer de la calle y la  insatisfecha, el hombre vago o desempleado y el matón a sueldo con los hombres y las mujeres “decentes”. La pequeña violencia (¿existirá pequeñez en la violencia?) ha sido el ingrediente social que da sabor con molestia a la vida barrial sin hacerla  insufrible y sin necesidad de sometimiento a poderes explotadores  del Estado, de los ricos o de los violentos. Seguramente la vida real y la imaginada difieren de este cuadro y muchos anhelarán otros barrios más aburridos pero más tranquilos. Problema de los experimentos mentales.

  La historia moderna de muchos barrios pobres es distinta. De la violencia “pícara” se ha pasado a la violencia general y sin compasión; de la convivencia más o menos divertida de gente libre sin ley, estilo gitanos o mendigos profesionales, a las reglas estrictas, draconianas de los mafiosos de las drogas. En lugar de barrios excluidos hay barrios sometidos en los que manda el dictador que presentamos: el perfecto explotador.

  Nuestro héroe ha implantado sus reglas de conducta, sus tribunales, sus policías y hasta sus inspectores y recaudadores fiscales. Ha reproducido en pequeño la soberanía estatal. Sin visa no se entra en su sagrado territorio y sus fronteras se defienden celosamente. Suponemos que el único objetivo o motivo de su actividad es aumentar su riqueza y sus ingresos y nos preguntamos entonces cómo lo hace.

   El dominio práctico de lo que dice la teoría económica, que el agente económico busca maximizar su beneficio, lo conduce por prueba de éxito y error a estimar el máximo valor extraíble a sus sujetos, digamos un tercio del ingreso del barrio. Si trata de acumular más riqueza sus habitantes se sienten desestimulados a trabajar e incentivados a dejar el barrio.

  Más aún: la búsqueda de un máximo de beneficios obliga al explotador a revertir parte de ellos a transferencias en favor de los habitantes del barrio que les permitan mejorar su ingreso. Estos estímulos toman, como en el caso de los municipios, formas conocidas: ayuda a los enfermos y a los pobres, becas  para la escuela de los menores, tribunales expeditos para resolver conflictos y castigar crímenes, seguridad, limpieza de calles, etc. Estas transferencias del dictador a los habitantes del barrio mejoran la calidad de vida del barrio e incentivan a  sus habitantes a trabajar más. El tamaño del botín aumenta y con él el de la tercera parte expropiada.

Brevemente: si el mafioso quiere maximizar el fruto del expolio está obligado realistamente a comportarse “altruistamente”, o sea a renunciar a parte de sus beneficios en favor del barrio para que el aumento de riqueza barrial incremente el despojo por el dictador: siempre su tercera parte.

  Este resultado teórico puede ser distinto si el poder mafioso de la explotación no depende de una sola persona sino de un consorcio criminal. En este caso sigue siendo verdad que el máximo porcentual obtenible es el mismo que el antes descrito pero que la mejoría del barrio aumenta a través de mayores transferencias  que económicamente son “externalidades” que facilitan  la actividad económica del barrio.

   La diferencia fundamental respecto al caso de la concentración del poder en una sola persona depende del número de componentes de la mafia: hay que dividir lo mismo entre más socios. El menor tamaño de la riqueza expropiada en manos de cada uno de ellos les hace caer en la cuenta de que a partir de cierto número (por ejemplo sin son más de cinco socios) puede ser más rentable para ellos renunciar en favor del barrio a una mayor parte que la que le correspondió porque de esta manera aumentará  más la parte de su ingreso nacida de la mejoría del pueblo. En cortas palabras: con el aumento del número de explotadores cobra más importancia la riqueza derivada de su ingreso normal fruto del trabajo y menos la de la apropiación forzosa del ingreso barrial. Las mayores transferencias públicas aumentan la riqueza del pueblo porque hacen aún más rentable su trabajo.

  Esta desconcertante consecuencia, totalmente lógica, da luz sobre las posibles ventajas de bienestar de  un sistema democrático expoliador  sobre otro dictatorial. Es muy probable que el origen del Estado no deba ponerse en un acuerdo cuasicontractual entre súbditos y gobernantes legitimado en nombre de la paz social, del bienestar, del poder  nacional, o hasta de la gracia de Dios, sino en el ejercicio consecuente del poder (social o físico) de un “dictador”carismático. Muy pronto hasta el dictador más popular caerá  en la cuenta de que su poder de expropiación dependerá de las transferencias que reciban sus súbditos y estos reclamarán aunque sea votando con sus pies, emigrando, un sistema de dominio plural sobre todo si periódicamente pueden revocarlo.

Esta dinámica social se hace más atractiva y hasta más  realista si comprobamos que los dictadores  desde el origen de las ciudades de Asiría y de Babilonia hasta los tiempos actuales pasando por los emperadores romanos, los patricios y Papas del Renacimiento y los monarcas absolutos, han mostrado una propensión al monumentalismo desproporcionada a su poder confiscador. La democracia, el gobierno de los muchos, será corrupto pero tendrá que democratizar las transferencias.

2. Argumentos económicos en contra del altruismo

a)   Contra la frecuencia de conductas altruistas, las que benefician  a otros que no son quienes actúan, se puede argumentar distinguiendo el corto y largo plazo. El mismo ejemplo recién expuesto nos hace ver la diferencia entre ambos.

  A corto plazo las transferencias al barrio no convienen al dictador en el sentido de que disminuyen los ingresos de su rapiña aunque favorecen los de los  demás; a largo plazo el dictador puede aumentar sus ingresos si a través de aquellas incrementa el “producto” del barrio, lo que beneficia a todos.   Quienes niegan la importancia y la frecuencia de actos altruistas se apoyan en la motivación dominante, búsqueda del interés, pero no aprecian que los actos altruistas -los que a corto plazo benefician a personas distintas de los agentes- son  necesarios para maximizar ingresos futuros.

   A la mayoría de los defensores  de actos altruistas frecuentes (excepción hecha por supuesto de familiares y amigos íntimos) nos basta el reconocimiento de acciones beneficiadores de otros, aun cuando sean medios para fines posteriores. Nada más traidor que argumentar “en cadena” sobre consecuencias de consecuencias. Un creyente, por ejemplo, podría argumentar que la conducta humana totalmente interesada, aunque sea a largo plazo, prescinde de la posibilidad de que sea un medio para un fin ulterior, aprobar en el tribunal de Dios la asignatura básica del amor al prójimo. El no creyente podrá argumentar con Layard que lograr metas de interés económico a largo plazo puede y de hecho muchas veces conduce a pérdidas de estabilidad familiar ambas medios para alcanzar la felicidad. 

b) El Dilema del Prisionero forma parte obligada de toda introducción a la competencia en  el mercado entre grandes compañías. El “juego”, muy simplificado y sustancialmente variado, se organiza de la siguiente manera. La policía apresa a dos reincidentes de pequeños robos de quienes sospecha además que son autores de un homicidio penalizado con condena capital. Para obligarlos a denunciarse mutuamente los separa  y ofrece a cada uno la posibilidad de salir inocente si acusa al otro de homicidio y éste no lo hace. Si los dos se acusan  mutuamente  serán juzgados por delitos con pena menor.

  La solución más favorable para cada uno  sería acusar al otro y confiar en que éste no lo hará. El acusador saldría libre y el otro sería ejecutado. Sin embargo  esta fórmula sería también ideal para el socio. Lo menos malo, segunda mejor  pero más segura solución, sería declararse mutuamente culpables y ser juzgados por un delito menor.

   El objetivo de este juego en sus múltiples variedades es mostrar que cada quien escoge lo mejor y más seguro para él aunque exista otra opción mejor pero más arriesgada: maximizar escogiendo un mínimo relativo. El presupuesto del juego es la prioridad de la utilidad sobre consideraciones de verdad y de justicia como norma generalizable de conducta y el hecho de que prácticamente todos aceptamos el resultado de este experimento mental: irrelevancia del altruismo en la búsqueda del interés propio.

   Este juego, así lo llamamos los economistas, es susceptible de muchas críticas: el aislamiento de los reos para evitar cooperación, la no-reiteración del experimento y la ignorancia de instituciones confiables independientes de la policía para dirimir culpabilidades.

  Aislar al reo y no reiterar el experimento priva a cada parte de la posibilidad no sólo de llegar a un acuerdo de cuestionable validez pero mejor que nada, sino de tener indicios sobre las actitudes del socio. Se obliga sencillamente a una perdona aislada a tomar de una sola vez una decisión trascendental para su vida: todo o nada. No sólo la vida es diferente sino la misma estructura lógica del experimento excluye implícitamente  la posibilidad de que uno o ambos protagonistas sean inocentes; todo está diseñado para arrancar confesiones.

   El Dilema del Prisionero choca además con la existencia de instituciones,  de asesorías legales, y de instituciones jurídicas y judiciales que garanticen la presunción de inocencia de los reos y el debido proceso. El diseño es ingenioso pero no sólo abstrae de hechos, algo inevitable en toda ciencia, sino imposibilita llevarlo a la vida real por contradecir estructuras básicas de los procesos policiales y judiciales.

3. ¿Homo homini lupus? ¿El Hombre lobo contra el hombre?

  El pensamiento económico, social y político del humanismo en Euro América se ha desarrollado  en torno a tres supuestos de importancia diversa en su historia: la idealista de un cristianismo histórico, la desligitimadora y materialista de Marx y la utilitarista de Adam Smith.

a) Las fuentes del Cristianismo, los evangelios, dejan muy en claro y en varias ocasiones el precepto de amar y ayudar al prójimo aun al enemigo y en especial a los pobres como criterio discernidor del cristiano (si no lo  hacen ustedes mis discípulos ¿en qué se diferenciarán de sus enemigos) y como norma para ser juzgados (lo hecho a un pobre es como hecho a mí). La moral evangélica es indudablemente altruista.

  Este altruismo no  ha sido ni es visible en la actuación sobre todo pública de muchos cristianos, fieles y pastores. La distinción entre comportamiento privado y público en la que se reserva el altruismo a la esfera privada contribuye a su escasa vigencia política y económica. El mismo efecto provoca considerarlo como “consejo evangélico” y no-norma general.

   Una crítica mucho más profunda del altruismo en la esfera pública la presenta Max Weber quien insiste en que la moral del sermón de la montaña no tiene en  cuenta los efectos sociales deletéreos a largo plazo de una conducta de políticos comprometidos.

b) Marx estaba convencido del carácter interesado de la moral aun de la más altruista. Bajo capa de piedad y de respeto al bien común los grupos sociales  dominantes disfrazan su verdadera motivación: mantener sus privilegios materiales.

   Una ética empeñada en el bien material de los oprimidos tiene que romper con toda superestructura moral, religiosa y económica “altruista”   que aliena al ser humano de sus verdaderas preocupaciones, las materiales. Sólo un gobierno de los proletarios oprimidos económicamente puede identificar lo que es bueno para todos y forzar su cumplimiento.

   En el fondo la única ética personal válida es la que busca el interés material sin perjudicar el de la sociedad. El Estado socialista es su garante.

c) Adam Smith no estaba de acuerdo con una moral sistemáticamente altruista pero creía que a la larga la prosecución del interés material personal en el área económica, conducida por la mano invisible del mercado, aseguraba un mayor bienestar económico y moral de la sociedad.

La argumentación usada en este artículo para mostrar los efectos favorables de las transferencias al barrio motivadas por el deseo de aumentar el bien personal del dictador es un ejemplo de esta posición doctrinal.

 Sin embargo de su lectura saca uno la conclusión de que los beneficios sociales derivados de la búsqueda individual del interés material se dan solamente cuando los agentes económicos son muchos en número y no tienen una posición dominante en la formulación de políticas económicas. Su crítica  contra el influjo interesado de grandes industriales y comerciales prueba, que para él, el principio de legitimidad del interés propio como medio apto para  obtener el bien de la sociedad no tiene aplicación universal.

3. Conclusión personal

Personalmente creo que el altruismo como motivo y como acción es  general aunque no tan universal como el interés material personal. La experiencia propia y ajena con familiares, amigos y miembros de grupos significativos  me lleva a esa opinión.

   Me parece palpable que en nuestra sociedad se reconoce en teoría la deseabilidad de la solidaridad con el excluido y hasta la aceptación de disminución marginal de ingresos propios a favor de ellos, siempre y cuando sea demostrable que el Estado los canalice correctamente y no para beneficio del partido o de los amigos y familiares.

También por este capítulo, y no solamente por su potencial para disminuir riesgos, necesitamos instituciones legales, judiciales y sociales efectivas. Entre ellas figura la necesaria transparencia  de toda operación en efectivo y en crédito de nuestros organismos  públicos. Sin ellas los límites del altruismo son estrechos.

Toda virtud personal se practica en un entorno social nunca en soledad absoluta.

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