Alza de sueldos

Alza de sueldos

PEDRO GIL ITURBIDES
El aumento de sueldos es una necesidad para grandes mayorías en el país. Es, además, un recurso demagógico para otros. Yo estoy entre los primeros. Sin embargo, espero que prime la sensatez y que se ofrezca un compás de espera a la destartalada economía, antes de recurrir al incremento salarial.

Porque cuantas veces hemos elevado las remuneraciones, tantas veces cobró impulso la inflación. Por ende, la solución a nuestros descuadres financieros domésticos no se encuentra en la elevación de los sueldos.

La revaluación del peso dominicano es el más importante de los instrumentos para fortalecer nuestro potencial de consumo personal. Cuando las importaciones de bienes intermedios y finales cuesten menos pesos, los proveedores las canalizarán a menor costo. Es imperativo, por tanto, que la conversión para agenciarse recursos con valor internacional, suponga una inversión menor de moneda nacional.

El fabricante nacional que utiliza bienes primarios o intermedios importados está irremisiblemente atado al valor de la moneda con la que trafica en nuestro mercado. Y, ¿cuál es ésta? ¡El peso! Para un producto con costo unitario de un dólar, invertirá, en un momento dado, cuarenta pesos.

Sus costos locales se definen a partir de esos cuarenta pesos. Pero influyen además, otros costos cotizables en dólares como los servicios de fletes, seguros, y otros, que deben multiplicarse por cuarenta.

Cuando sume estos valores, y adicione servicios de energía, intereses de financiamiento y capital, salarios, depreciación y otros, multiplicará en proporción de cuarenta. Y por supuesto, como el salario no se indexó por cuarenta, el artículo se torna inalcanzable para el comprador de menos poder adquisitivo. Pero, ¿qué ocurriría si la revaloración permite que ese mismo empresario invierta veinte pesos para adquirir el mismo dólar? Que los costos señalados no los multiplicará por cuarenta, sino por veinte.

Este problema no afecta únicamente al que importa como fabricante local. El comerciante que importa bienes finales para su venta directa aplica como factor de costo de sus operaciones, la depreciación del peso. Recordemos que toda moneda, como instrumento de cambio, es una suerte de mercancía.

Esta pesarosa interrelación se explica en lo dependiente de nuestra economía de producción. Aún la producción de bienes primarios se vincula con porcentajes importantes, a bienes y servicios importados. La producción primaria que se arranca al subsuelo, depende de importaciones, pues de las minas sólo es nuestro el nombre. Capitales financieros, y humanos en alguna proporción, equipos, combustibles, tienen que traerse del exterior.

Lo mismo ocurre con la producción de bienes consumibles. Estos, empero, tienen un historial más denigrante, pues en algunos casos los insumos importados constituyen el 75% de sus factores de costos. Al devaluarse la moneda nacional, ¿qué precios alcanzan tales bienes?

Nos salvarían las exportaciones de esos bienes. Pero quienes desean salvarnos devaluándonos el peso, rechazan esos productos. Hemos, pues, de recurrir a su consumo, con costos cada vez menos alcanzables para el consumidor local.

Si la productividad fuese dable -basada en la eficiencia del esfuerzo, el rentable aprovechamiento de todos los recursos, la multiplicación de resultados-, ella sería el otro instrumento del que podríamos echar mano.

Pero somos indisciplinados, poco perseverantes, habitualmente desorganizados, y ello nos resta potencial.

Sin una real capacidad exportable de aquello que pudiésemos producir con reducido componente importado, y con una productividad aspirada pero no alcanzada, queda como recurso supremo, la revaluación del peso. Pero después del desastre prohijado por aventurerismos tan diversos como la devaluación forzada por gastos y consumos públicos descontrolados, o por la ilusión de volvernos «competitivos», el esfuerzo de revaluar requiere más que discursos. Y los contenidos de éstos, no siempre se conectan con la realidad.

Ante tan desquiciante panorama es que desearíamos se diera tiempo para su reordenamiento, a la destartalada economía.  Entendemos que el instinto social de supervivencia, y la intuición, más que las políticas no siempre certeras, serían acicate suficiente. Pero si de por medio se cuela la demagogia instigando a quienes necesitamos un alza salarial para enfrentar nuestras precariedades, entonces el horizonte se desdibuja aterrador.

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