¿Amar a tu enemigo?

¿Amar a tu enemigo?

ÁNGELA PEÑA
El enemigo no ama, destruye, critica, vive de maquinaciones para vencer a su contrario. Porque no sólo en la guerra y la política cunde el odio. Se quiere vencer a la competencia en el mercado, al compañero de trabajo que es un cerebro, a la amiga bonita, exitosa, la más reconocida e inteligente. A veces se duerme con el enemigo sin saberlo. Hay fuertes enemistades en la intelectualidad. La envidia es un sentimiento que invade a la humanidad y como pocos se alegran del triunfo ajeno, los fracasados se agrupan en campañas de intrigas. Tienen enemigos ocultos los matrimonios sólidos, aspirados por parejas en disolución. Aunque lo disimulen, los frustrados siempre están al acecho de ver caer al otro, para celebrarlo. ¿Cómo puede entonces el Señor pedir que se ame a los enemigos si inclusive en el mismo Antiguo Testamento la enseñanza mandaba a odiarlo?

Un amigo me envía un extenso mensaje titulado “Ama a tus enemigos”, apropiado para este día cuando todos buscan expresar su ternura sólo a seres queridos con los que comparten la vida. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen”, cita a Mateo.

“El amor es la victoria en el sendero. Por tanto, a menos que haya amor no puede haber victoria. El amor es una iluminación de los fuegos del Espíritu Santo”, decreta y explica el significado de amar a los enemigos: “Cuando amáis a vuestros enemigos, ese amor es transmutativo… Cuando enviáis amor a los enemigos existe una disolución de los mismos elementos del enemigo y también una desconexión de vosotros a esa persona”.

Sin embargo, agrega: “que perdonemos a una persona no significa que condonemos sus acciones dañinas, significa que podemos olvidar la injusticia y dejar que Dios se encargue de la situación. El momento, el lugar y el cómo son asuntos de Dios: “La venganza es mía, yo pagaré, dijo el Señor”. Comenta que “es nuestro trabajo perdonar y el trabajo de Dios enjuiciar e incrementar el karma, lo cual ayudaría al alma a aprender sus lecciones”. “Sed positivos y no tendréis enemigos”, recomienda, y habla de la magnanimidad del corazón, que es “dejar de lado, ignorar y quitar las aparentes fallas de los demás” dando apoyo, amor, reconocimiento. No obstante, alerta que hay que ser compasivo pero que es preciso estar en guardia “ya que existen individuos peligrosos en el mundo”. Invita a no condenar ni criticar porque “el odio y la crítica nos unen a nuestro enemigo”. “No hay que juzgar u odiar a nadie porque incluso el Arcángel Miguel cuando va a atar la simiente del maligno dice: “Yo no te juzgo, el Señor te juzga”. Y considera que “el odio nos pone a los pies del sujeto al que odiamos”. Una aseveración muy significativa culmina prácticamente tan profunda entrega: “El amor a los enemigos no significa permitir que hagan contigo lo que quieran, que abusen de ti, que te denigren y no hacer nada para detenerlo. Eso no es amar a los enemigos”.

Amar a los enemigos parece ser es el estandarte de los sabios, el arma de los que anhelan una conciencia libre, un corazón limpio, un alma pura. Tal vez es el instrumento de los poderosos. Leí que un predicador respondía a los ataques verbales con las palabras: “Que Dios bendiga su boca sucia”. A Abraham Lincoln lo criticaban por su indulgencia con sus enemigos, “recordándole que su deber como presidente de los Estados Unidos era aniquilarlos”. Y él contestaba: “¿Acaso no destruyo a mis enemigos cuando los transformo en amigos?”. Y vi estas impactantes citas de dos maestros de la sabiduría: “Tu amistad a menudo me ha herido el corazón. Sé mi enemigo por amor de la amistad”, de William Blake. Federico Nietzsche afirmaba: “Quien vive de combatir a un enemigo, tiene interés en que éste siga con vida”.

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