LUIS SCHEKER ORTIZ
Entre denuestos y ditirambos, corrupción e impunidad, se nos escapa la democracia. Los candidatos que asumen la responsabilidad de construirla y, fortalecerla se descalifican entre sí. Hacen todo lo posible por desacreditarla y destruirla. Discurre la campaña electoral sin nada que la dignifique. Desbordada por apetencias desmedidas, toma un sesgo peligroso.
La cantera de políticos confiables, de sentimientos patrióticos y visión de estadista, luce exhausta. La moral pública mella la moral ciudadana, virtud que suma los demás valores deseados. Ella, llamada para marcar la diferencia entre una sociedad sana, pautada por los principios éticos que deben regir la conducta de gobernantes y gobernados se encuentra raptada por la rapiña del sálvese quien pueda.
Huérfano de sana orientación, el discurso político se centra en mostrar quién es más corrupto que el otro. Quién tiene mayor capacidad de proyectar imágenes al margen de ideas progresistas, de propósitos serios de buen gobierno, que brillan por su ausencia. El método de ofrecer y mentir, corromper y sumar, con pérdida sensible para la democracia, es común tanto al partido y la cúpula que está en el poder, como a los que aspiran a desplazarlo. La bonanza anunciada con cantos de sirena no alcanza el miserere de la degradante miseria y la marginación feudal.
La nave gubernamental, que debe conducir a la sociedad hacia la auténtica democracia, va en franca deriva. La sociedad no acaba de tomar conciencia y liberarse de las redes de las boas que devoran el presupuesto y se expropian de lo ajeno impunemente. El fardo de promesas y engaños resulta demasiado para un pueblo cargado de miseria fundamentalmente bueno y generoso.