Ambigüedad ante el empresariado

Ambigüedad ante el empresariado

FERNANDO I. FERRÁN
No estoy seguro por qué, pero en las últimas semanas advierto una cierta ambigüedad de diversos sectores frente al empresariado. Por una parte se le sigue reconociendo como motor del desarrollo nacional y, por la otra, las mismas voces le endilgan todos los males habidos y por haber, desde fraudes fiscales y evasión de impuestos hasta ser beneficiarios y manipuladores de los privilegios que otorga el Estado.

Múltiples y diversas son las explicaciones de este relevante fenómeno de forcejeo ante la opinión pública. No pienso adentrarme en ellas, pero sí señalar una simple estrategia que permite por sí sola ponerlo todo en perspectiva.

Para ello parto de dos constataciones: cuantas veces un particular o un sector considera que el interés de un empresario o empresa privilegia el interés particular en contra de lo que entiende ser el de los demás, da rienda suelta a declaraciones en contra el sector empresarial. Sin embargo, aquellas empresas avaladas por una indiscutible labor social o trayectoria comunitaria están exentas de cualquier cuestionamiento. A la luz de esos dos hechos, debe quedar bien claro cuál es la motivación última de una empresa y cómo lo justifica.

George Soros, cuyo éxito empresarial en el mundo contemporáneo está fuera de dudas, resume contundentemente que «las empresas están motivadas por el beneficio, no tienen por objetivo salvaguardar los principios universales». Pero, atención, eso no agota el tema. Consciente del atolladero al que conduce lo afirmado, el mismo Soros advierte de inmediato: «Hasta la protección del mercado requiere mucho más que el beneficio propio: los participantes en el mercado compiten para ganar, y si pudieran eliminarían la competencia.»

Quizás por esa limitación intrínseca a un sistema económico orientado a la sola generación de riquezas y empleos, y por tanto, «incapaz de garantizar la libertad, la democracia y el Estado de derecho», Adam Smith fue el primero en discernir el problema ético del modo de producción capitalista.

Para el filósofo escocés, toda riqueza que se obtenga violando las reglas de juego es moralmente reprochable. ¿Por qué? Porque «rara vez se verán juntarse los de una misma profesión u oficio, aunque sea con motivo de diversión o de otro accidente extraordinario, que no concluyan sus juntas y sus conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o mercancías.»

¿Qué es lo único que es capaz de desbordar el «beneficio propio», denunciado por Soros, y de poner coto al afán de lucro a toda costa, criticado por Adan Smith? No es la mera propiedad privada, como se defendía en el pasado reciente, sino la responsabilidad social.

En efecto, si bien la legislación sigue basada en el principio de que basta la propiedad para legalizar el poder, ni la herencia ni la propiedad son suficientes para legitimarlo. Nadie, por la mera propiedad de un paquete de acciones o la posesión de un contrato o de una fortuna, puede hacer lo que le venga en ganas. De manera que, ¿cómo evitar que se pierda el control empresarial, al igual que sus riquezas y privilegios, en medio de la desconfianza ambiente relativa a los actores económicos?

No conozco mejor respuesta que la responsabilidad social del empresariado por medio de la cual se conjugan el beneficio propio y el bienestar de los demás. Por tal motivo, con el propósito de normar el comportamiento empresarial, hay que rescatar cuanto antes los tres principios que encabezan el Código de Ética del empresariado dominicano. De acuerdo a ellos, el empresario (1) «debe comprometerse a actuar siempre con apego a las leyes y disposiciones emitidas legalmente». (2) «Debe siempre actuar con honestidad, veracidad y transparencia en sus actuaciones con el Estado, sus accionistas, sus empleados, sus clientes, su competencia y la comunidad en general. Y (3) «no debe procurar beneficios personales, tratamientos especiales o privilegios que ocasionen una distorsión en el mercado».

A mi entender, cada uno de esos principios y más todavía si son los tres, son capaces de economizarnos cualquier asomo de ambigüedad ante el empresariado nacional. Si no por otra razón, al menos por que lo que ya constatamos: las empresas avaladas por una incuestionable trayectoria comunitaria, están exentas de cuestionamiento.

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