Un choque inevitable. EEUU no puede soportar que aparezca otra potencia que discuta su liderazgo y dominio global. Contra la Unión Soviética el equilibrio se centraba en el poderío nuclear, pero contra China, aunque también es potencia nuclear, el equilibrio es el poderío económico. China y EEUU se tratan de “tú a tú”, como iguales, pero no son iguales, ni su historial es el mismo. China tiene una historia milenaria como no posee ninguna otra potencia global.
Diferente a ellas no ha tenido trayectoria de intervenciones y usurpaciones, ni un sistema colonial. Por el contrario, ha sido víctima de ocupaciones, intervenciones y humillaciones por varias potencias que hoy se “preocupan” porque se haya convertido en gran potencia con política diferente a la tradicional de ellas hacia el resto del mundo.
Le endilgan la pretensión de querer hacer lo que ellas han hecho: dominar el mundo; y la acusan de aspirar a un “nuevo orden internacional”. China no necesita crear un “nuevo orden”, al haber logrado construir lo que ella es ahora, en apenas 40 años la sitúa, quiérase o no, como uno de los ejes de un “nuevo orden”. Sus contestatarios más virulentos quieren conservar el “viejo orden” de privilegios y dominio hegemónico. No defiendo una potencia en contra de otra, es mi siempre afán de ser objetivo.
Washington y algunos de sus incondicionales aliados, ofenden al pueblo chino, lo amenazan e insultan y se horrorizan, y hasta “patalean”, cuando sus representantes les responden con energía. No están acostumbrados a que les contesten y no se convencen que, efectivamente, hay nuevo escenario y actor. China sufrió ocupaciones de su territorio y usurpación, por la fuerza, de partes inherentes del mismo, soportó imposiciones de fuerza en algunos puertos, y “asentamientos” de dominio extranjero. Solo a finales del siglo XX, cuando era evidente en que se estaba convirtiendo, Reino Unido y Portugal, curándose en salud, retornaron a Beijing sus colonias en Hong Kong y Macao.
Ninguna otra potencia de hoy ha tenido que soportar tanto abuso y humillación. Por ello, cualquier afrenta que atente contra la soberanía y la dignidad de un pueblo orgulloso de su historia y cultura milenarias lo incita a reaccionar con energía. Es un elemento inherente de idiosincrasia nacional, tanto como su también tradicional paciencia.
La política exterior norteamericana, lamentablemente, se centra en “hardpower”, amenaza y golpea; China se abre paso con su “softpower” –comercio e inversión-, no tiene reminiscencias colonialistas. Tiene contradicciones territoriales con vecinos cuya solución tiene que encauzar negociando, pero nunca va a permitir que terceras partes se interpongan y alienten la confrontación y mucho menos en temas de soberanía.
La revista inglesa Economist advertía hace años que la “mejor forma de convertir a China en rival es tratarla como rival”. El exsenador John Kerry, candidato demócrata frente a Bush, siendo presidente del Comité de Exteriores senatorial, en ocasión de la visita del presidente Hu Jintao, recomendó a la Casa Blanca no tratarlo como enemigo. En el próximo trabajo expondré pasajes de roces entre ambos países de los que la actual administración no ha aprendido nada.