En una pintura, soldados chilenos siniestros están violando a una joven y clavando sus bayonetas en el cuerpo de una vieja mujer. En otros dos, se les presenta incendiando una casa y saqueando candelabros y cubiertos de plata en un opulento comedor.
Las imágenes pueden ser reconstrucciones, pero las fotografías arenosas de las paredes del museo de Miraflores en el sur de Lima muestran las pruebas reales de la devastación causada por las tropas chilenas en Chorrillos, un vecindario cercano, mientras avanzaban hacia la capital peruana en enero de 1881.
Ana María Alca, una maestra de El Callao, el puerto de mar al norte de Lima, observa las escenas: «No es nada nuevo que siempre haya habido tensiones desde entonces entre Perú y Chile», dice quedamente.
Desde que Perú y Bolivia fueron derrotadas en la Guerra del Pacífico, de 1879-1874, un resentimiento latente ha caracterizado sus relaciones con su vecino del sur. Es un sentimiento que se fortalece en tiempos de fervor político, como en el periodo actual de campañas por las elecciones presidenciales en ambos países.
En Bolivia, que rompió las relaciones diplomáticas con Santiago en 1978, las protestas contra un plan para exportar gas a través de Chile obligaron a dejar el cargo a la administración de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003. En Perú, los sentimientos son menos profundos, pero la erupción periódica del sentimiento anti-chileno de todas formas es la fuerza más unificadora en una sociedad profundamente dividida.
Como el vencedor en la guerra, Chile se quedó con la provincia peruana de Arica, y la de Antofagasta de Bolivia, el desierto central de Atacama, rico en minerales, y los 400 kilómetros de sus costas. Las fronteras no han cambiado desde 1929, cuando Chile devolvió la provincia de Tacna a Perú, mediante un acuerdo negociado por Estados Unidos. Sin embargo, es probable que Chile enfrente pronto la perspectiva de un proceso judicial internacional por sus dos vecinos norteños, que pudiera determinar un nuevo trazo de sus fronteras.
El mes pasado, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Perú dijo que se estaba preparando para llevar a Chile al arbitraje internacional en desacuerdo por sus fronteras marítimas.
En noviembre, el Congreso de Perú aprobó unánimemente una propuesta del presidente Alejandro Toledo para redefinir la frontera sur del país, para que incluya 38,000 kilómetros cuadrados de la rica zona de pesca que actualmente controla Chile.
Santiago declaró ilegal la medida, y citó dos acuerdos pesqueros firmados en la década de 1950, y dijo que continuaría ejerciendo su soberanía en el área. Perú dice que esos acuerdos no pueden constituir un límite marítimo, y que puesto que Chile se negó negociar sobre el tema, el país se vio obligado a actuar unilateralmente. Ricardo Lagos, el presidente saliente de Chile, ha estado ocupado buscando el apoyo de otros países de la región. Ecuador, en un inicio declaró su neutralidad, pero a comienzos de diciembre el señor Lagos y el presidente ecuatoriano Alfredo Palacio firmaron una declaración que dice que las fronteras marítimas entre Perú y sus vecinos quedaron definidos en la década de 1950.
Pedro Pablo Kuczynski, el primer ministro de Perú, denunció las tácticas chilenas como un «movimiento de pinzas».
El señor Lagos también realizó un intento en busca del respaldo de La Paz, al advertir que la disputa de chile con perú pudiera ir en detrimento de las aspiraciones costeras de Bolivia. «Todo el mundo en Chile está de acuerdo en negarse a dividir el territorio, por lo que cualquier solución estaría relacionada con la frontera norte», dijo el señor Lagos al periódico La Tercera, recientemente, insinuando que la ley peruana pudiera socavar las perspectivas de un acceso seguro al mar. El señor Lagos esperaba aprovechar un deshielo en las relaciones entre Chile y Bolivia en los últimos meses. Desde octubre, la mayoría de las exportaciones bolivianas entran a Chile exentas de tarifas, y los ciudadanos de ambos países ya no necesitan pasaporte para cruzar la frontera. Michelle Bachelet, que está en camino de ganar la presidencia chilena en una segunda vuelta este mes, ha expresado estar preparado para atender la concesión de un acceso al mar a Bolivia.
Pero esto pudiera no ser suficiente para atraer a Bolivia al campo chileno en la disputa con Perú. A cambio de la anexión de sus costas, en 1904 Chile acordó permitirle a Bolivia exportar sus productos a través de Antofagasta y Arica, pero La Paz ha estado esperando largo tiempo por un corredor soberano hasta el Pacífico. El país todavía mantiene una marina, estacionada en el lago Titicaca.
Evo Morales, ganador de las elecciones presidenciales el mes pasado, ha dicho que Bolivia quiere acceso al mar con soberanía y que no aceptará una «marina calificada». El líder radical indígena dice que una vez sea presidente llevará el tema al arbitraje internacional.
En Perú, la disputa con Chile es útil para la desacreditada clase política. En un país cuyo presidente tiene la tasa de aprobación más baja de América del Sur, y donde se desconfía profundamente de los políticos, existen pocas oportunidades para lograr consenso y unidad.
Luis Benavente, director de Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima, dice que los cronogramas electorales han marcado el debate marítimo en ambos países. «En Chile, Lagos ha deseado ayudar a Michelle Bachelet en su campaña electoral, por lo que ha adoptado una línea dura. En Perú, el tema de Chile siempre sale a flote en tiempos de elecciones. Mientras nos acercamos a las votaciones de abril, es probable que este se vuelva un tema recurrente».
Para la señorita Alca, el conflicto recalca cuán importante es para Perú recordar el tratamiento pasado por parte de su vecino del sur. «Ya ellos no enseñan en sus escuelas esta parte de la historia», dice. «Es una vergüenza».
(Version al español de ivan perez carrion)