América Latina: el enigma de la competitividad

América Latina: el enigma de la competitividad

ENRIQUE V. IGLESIAS
Con el compromiso de liderazgo político, mejora del clima empresarial y ayuda de mi institución, unidos podremos crear un entorno capaz de generar un sector privado fuerte y competitivo. Un dicho que se repite con frecuencia afirma que las regiones no compiten, tampoco los países. Son las empresas las que compiten entre sí, dentro de los países, de los continentes o a lo ancho del mundo.

Pero las empresas no son islas. Por encima de la capacidad de sus directivos, de su ímpetu por adoptar nuevas tecnologías o del refinamiento de su equipo comercial, está el hecho de que las empresas no pueden ignorar el ambiente empresarial en el que operan. ¿Existe en él disponibilidad de acceso a instituciones financieras dónde conseguir financiamiento para adquirir nueva maquinaria? ¿Hay en ese entorno una oferta laboral de personal educado capaz de satisfacer las necesidades de mano de obra capacitada? ¿Existe un acceso confiable a sistemas de telecomunicaciones y transporte? ¿Puede la empresa confiar en un sistema legal y judicial estable y fiable y en una red de instituciones gubernamentales sólidas que, en lugar de obstruir, faciliten sus operaciones comerciales?

Por desgracia, gran parte de América Latina tendría que dar una respuesta negativa a estas preguntas. Una importante encuesta internacional sobre competitividad mundial asigna calificaciones bajas a la región en esta área. De hecho, los indicadores de competitividad de la mitad de los países latinoamericanos incluidos en el sondeo eran más bajos de lo que hubieran podido sugerir sus niveles de ingresos. En los últimos años, y dentro del marco de una economía globalizada, la falta de competitividad ha sido una de las causas principales del decepcionante nivel de crecimiento del producto interno bruto de la región, donde cerca del 44 por ciento de la población —alrededor de 225 millones de personas— sobrevive con el equivalente a 2 dólares diarios, o menos.

Esta situación debe cambiar. América Latina es una auténtica tierra de oportunidades, con abundantes recursos naturales y una población emprendedora y entusiasta. Sus ciudadanos exigen mejoras y los gobiernos tienen que demostrar que las instituciones democráticas pueden trabajar para el bien común.

Es importante resaltar que no todos los países de la región comparten estos problemas en igual grado. Chile y Costa Rica, por citar dos ejemplos, son modelos de cómo resolver el desafío global de la competitividad.

Resulta interesante observar que, aunque las filosofías económicas de estos dos países son similares en algunos aspectos, difieren en otros. Chile ha sido un país pionero del mercado libre; Costa Rica hasta ahora no lo ha sido. Sin embargo, las empresas de ambos países se han beneficiado de un ambiente empresarial generalmente favorable: un sólido estado de derecho, un sistema estable de instituciones financieras con capacidad de dar financiamiento al sector privado y una mano de obra capacitada.

Más que un simple logro, esta situación es consecuencia del trabajo de muchos años, durante los que gobiernos sucesivos de diversas líneas políticas compartieron una visión y un sistema de objetivos de políticas comunes. Como resultado, quien visite un supermercado puede deducir que Chile es hoy líder mundial en exportaciones agrícolas. Aún más importante es el hecho de que las compañías chilenas hayan probado su capacidad de competir e invertir en el extranjero, superando a veces a competidores estadounidenses y europeos. Por su parte, un país pequeño como Costa Rica ha compilado un envidiable historial de éxitos en los sectores tecnológicos, desde microprocesadores hasta la investigación biológica, y en el sector servicios, como el ecoturismo.

Se pueden citar otros ejemplos exitosos. Con el uso de tecnología de vanguardia propia, Brasil está listo para convertirse en líder mundial de exportación de soja y proyecta establecer instalaciones para la fabricación de aviones en Estados Unidos y en China. México se ha convertido en una potencia en el campo de las exportaciones agrícolas, especialmente de frutas y vegetales frescos.

Cada uno de estos países tiene experiencias históricas y estructuras políticas muy diversas, demostrando una vez más que no hay una receta única aplicable al conjunto de América Latina. Pero el BID, con su larga experiencia de trabajo con la región, ha recopilado pruebas suficientes para sustentar ciertos principios generales. En particular, tenemos el firme convencimiento de que, si bien el acceso al capital y a la tecnología es importante, no es éste el factor determinante del éxito. El mayor desafío para mejorar la competitividad es la reforma del marco legal y regulatorio: suprimir las trabas que representan una protección inadecuada a los acreedores, los topes legales a las tasas de interés, los préstamos concedidos por el gobierno a ciertos sectores favorecidos, los sistemas judiciales sin fiabilidad y otras medidas fundamentales.

El BID se siente orgulloso del papel que ha desempeñado en la promoción de las reformas administrativas, financieras y judiciales de sus países miembros de América Latina, tanto a través de sus programas de préstamos como por las muchas iniciativas innovadoras emprendidas por su Fondo Multilateral de Inversiones. No creemos que el cambio vaya a ser fácil, ni sus resultados inmediatos. Pero con el compromiso del liderazgo político de la región, la mejora del clima empresarial y la ayuda de mi institución y de los muchos amigos con que cuenta América Latina, unidos podremos crear un entorno capaz de generar un sector privado más fuerte y más competitivo, un crecimiento económico más rápido y un futuro mejor para nuestros ciudadanos.

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