América Latina en el siglo XIX:
seis artistas europeos, 52 litografías

América Latina en el siglo XIX: <BR>seis artistas europeos, 52 litografías

MARIANNE DE TOLENTINO
En Santo Domingo, el grabado es la categoría artística que más sufre de la ignorancia y de los prejuicios. Sin embargo, las aguas fuertes y litografías de Théodore Chassériau, recién expuestas en el Centro León y el Museo de Arte Moderno, especialmente la serie de Otelo, suscitaron inmenso interés y admiración, demostrando que la gráfica puede recobrar el sitial que merece.

Muy pronto, en el Museo de las Casas Reales, las litografías de  Henry Chamberlain, Jean-Baptiste Debret, Augustus Earle, Adolphe d’Hastrel, Jean-Léon Pallière, Johann Moritz Rugendas, Emeric Essex Vidal, –tres franceses, dos ingleses, un alemán– volverán a seducir a los conocedores y a los que quieren conocer  verdaderos valores de la obra de arte.

En el 2001, la muestra “América Latina en el siglo XIX” se presentaba en el Instituto Italo Latinoamericano de Roma. Una manera de conmemorar el bicentenario del invento de la litografía y de enseñar cómo esas láminas aunaban el documento científico, el refinamiento artístico y el dominio técnico.

Se enfatizó entonces la importancia del descubrimiento y la difusión de la litografía, destacando los méritos de su inventor, el alemán Aloys Senefelder, el cual convirtió un hallazgo en vocación y proceso sistemático que él consignaría en un tratado y en 24 aplicaciones prácticas de su invención, asegurando que lograría reproducir pinturas al óleo  y que “nadie podrá decir que son estampas.” Él consiguió, utilizando tantas piedras litográficas como colores, ejecutar la litografía a color en su primera y retadora etapa.

La información y el arte propiamente dicho se juntaban. Así mismo sucedió, cuando parte de las obras viajaron al Mexican Cultural Institute de Nueva York, y luego al Museo Ayala en Manila: un resonante éxito coronó en ambas plazas esta exposición. En Santo Domingo, las imágenes de México no se presentarán, sino 26 litografías del Brasil, y 26 de Argentina, aliándose la historia y la geografía. Se ha querido destacar los atractivos estéticos y la maestría, tanto del dibujo y el cromatismo como de la impresión y su frescor, a los 150 años aproximadamente de su tirada. En cada etapa del itinerario, hay un objetivo particular.

Curadora y coleccionista: Jacqueline Montagu

La exposición se debe a la pasión y a la voluntad de una coleccionista francesa, que no conoce la palabra “obstáculo” cuando piensa que, en algún país del mundo, el público puede disfrutar obras atesoradas durante muchos años. Jacqueline Montagu, que ha ido reuniendo pequeñas piezas maestras de la litografía entre otras obras de arte, es una viajera incansable. Sus corresponsales la alcanzan hoy en Portugal, mañana en el Brasil, luego en Nueva York, pero de repente ella se marchó para Indonesia o habrá retornado a París…

Esta personalidad insólita posee una infinidad de contactos internacionales, al más alto nivel, que enriquece constantemente: museos, centros culturales, historiadores y críticos, especialistas de la estampa, sin olvidar las grandes casas de subastas, Sotheby’s y Christie’s. Los círculos diplomáticos se abren a Jacqueline Montagu y a sus propuestas, iniciativas incuestionables como intercambios de arte y cultura. Así en Santo Domingo, las embajadas de Argentina, Brasil y Francia colaboran con la coleccionista, también curadora de cada nueva selección.

Una de las cualidades que más sorprende en esta “misionera” del arte, especial y permanente, es su naturaleza totalmente desinteresada. Contribuye con sus medios, su colección, su temperamento, acompaña las estampas, prepara las exposiciones, atiende hasta el catálogo y los asuntos de prensa. Manifiesta simplemente su deseo de que millares de espectadores aprecien los atractivos de obras antiguas –varias hoy son únicas-, prácticamente imposibles de ver fuera de instituciones especializadas o exposiciones de excepción.

Por otra parte, si fuera por las vías convencionales de intercambios, serían procesos largos y complejos… Aquí una sola persona llega, propone, convence, y al cabo de pocos meses el proyecto se vuelve realidad. Después de la República Dominicana, la colección iría a Guatemala y a otros países del hemisferio.

Obras de pintores viajeros

“Argentina y Brasil en el siglo XIX”, de índole consonante con el marco histórico del Museo de las Casas Reales, nos va a mostrar, a través de litografías originales, intensidad, encanto, vitalidad, junto a un refinamiento exquisito en el detalle, que otros medios y técnicas no poseen. Transmiten el deslumbramiento y las emociones que artistas europeos sintieron sinceramente ante la revelación de América Latina. No pocas veces recordaremos, en esas imágenes, los pronunciamientos de Jean-Jacques Rousseau, en el Siglo de las Luces, y su fe casi mística en la vida natural, en una naturaleza no contaminada por la civilización, de los paisajes a los seres humanos.

Se puede considerar que el famoso humanista y científico, explorador y artista, Alexander Von Humboldt, el primero en internarse en la vida y la selva nativas, fue su maestro, y en lo artístico varios pintores del Viejo Mundo continuaron su obra, pero desarrollando estilos y enfoques propios. Pintores profesionales o aficionados entusiastas, ellos, a diferencia del incomparable naturalista alemán, no solamente representaron la flora. También plasmaron a los pobladores – nativos y metropolitanos-, a usos y costumbres, al habitat rural y urbano.

Observa atinadamente el historiador uruguayo Ángel Kalenberg: “Venidos de Alemania, también de Francia y de Inglaterra –y de otros-, los pintores viajeros eran independientes de la Corona y de la Iglesia. Contribuyeron así a que el arte americano se independizara de los canones vigentes en la Colonia, aún antes de ocurrir la independencia política”.

Él agrega enfáticamente, no sin emoción: “Enseñaron a la propia América a verse a sí misma. Revelaron el paisaje, hombres, casas y árboles, por medio de las litografías, cuyas tiradas populares, impresas en Europa, circulaban generosamente en América. (…) Enseñaron al mismo tiempo, a Europa a ver de otro modo a América.”

Esa “mirada fresca”, ese paisajismo encantador, esa visión tradicional, llevados con un respeto evidente, instrumentados por un oficio a menudo admirable, hicieron que en América Latina y en ciertas islas del Caribe, se situaran a las obras de esos pintores viajeros como la primera expresión de un arte nacional, devolviéndoles la misma consideración que ellos habían manifestado por las tierras y la gente americanas.

Preciosas litografías nos enseñarán que esos pintores, románticos por afinidades y la época en que nacieron, fueron a la vez poetas  en  el lirismo del paisaje como Rugendas, Henry Chamberlain y Essex Vidal, historiógrafos como Jean-Baptiste Lebret en el Sacro de Pedro Iero –recordando curiosamente a la célebre pintura de David-, costumbristas como Adolphe d’Hastrel y Jean-Léon Pallière en sus escenarios argentinos, satiristas sociales como el mismo Debret.

“Argentina y Brasil en el siglo XIX” va a ser una exposición importante, que coincidentemente se sitúa en el linaje, época y estilismo aun, de Théodore Chassériau.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas