AMÉRICA LATINA Y LOS PAÍSES ÁRABES
Una aventura de la diversidad

<P><STRONG>AMÉRICA LATINA Y LOS PAÍSES ÁRABES<BR>Una aventura de la diversidad</STRONG></P>

Con los recientes acontecimientos en Oriente que están acercando   los países  árabes a  América Latina, gracias  a las dinámicas diplomáticas lanzadas desde  hace  más de diez  años en varios  foros  bi-regionales como fue el celebrado en Brasilia en el año 2005, y recientemente en Lima, Perú, entre otros de gran importancia. Nos crea un “déja-vu”, porque no podemos  olvidarnos de  don  Simón Haché, a quien conocimos  en el hotel Mercedes de  Santiago de los  Caballeros, hotel donde él vivía   y con  quien compartimos  cada  fin de semana  para cumplir  nuestro compromiso de docencia en la Pucamaima, a finales de los  60. Fue a través de sus  recuerdos y memorias que nos apasionó la aventura migratoria  humana de los  árabes en esta y otras islas. Y luego, al regresar a París, y continuar otros estudios en la Universidad París IV, la Sorbona, nos fuimos interesando por el conjunto de esta diáspora en toda  América Latina, queriendo saber y conocer cada vez más. También contribuyó a apasionarnos sobre el tema lo que nos enseñaban  nuestras  lecturas literarias de García Márquez, en las que siempre  aparece en trasfondo un árabe, o mejor dicho un turco.

Esta curiosidad también se impuso para muchas estudiantes y profesores de mi generación,  pues en la década del 80  no estaba claramente  definida la ubicación histórica ni  antropológica de la comunidad  árabe en la Nación Capital Primada de  América, ni en el conjunto del continente suramericano.

Nos  llamó  y nos  sigue  llamando la  atención cuando se  trata de turco a un árabe de ascendencia  libanesa, siria, palestina, jordana, iraquí, etc. Entendimos que el adjetivo ubica rápidamente la manera expeditiva e impropia para definir a los descendientes de una de las  mayores y más antiguas civilizaciones de la humanidad.

El nominativo “turco” tenemos que reubicarlo en su dimensión  humana para evitar un error  y hasta una equivocación del espíritu, pues estamos  hablando del conjunto de los  árabes que  tuvieron  el valor  y el coraje de  huir de la opresión del imperio otomano, sin saber a donde  llegarían…y llegaron a América Latina a finales del siglo XIX, principios del veinte, años en que sus  tierras de origen se definieron y trazaron  dándoles a los que se  quedaron en sus pueblos  y montañas la nacionalidad libanesa, siria y palestina.

Volviendo a don Simón Haché, él contaba que los que se fueron para evitar la opresión turca-otomana se montaron en el  primer  barco, llegaron a Nueva York, y muchos como  él y su madre siguieron el viaje hasta estas  tierras, huyendo del frío.

Pero resulta que detrás de toda anécdota  humana hay que  buscar la historia oficial, y en este caso es muy precisa, América Latina cuenta con una  diáspora   árabe de  22 millones de ciudadanos de  origen católico en su mayoría, pertenecientes al catolicismo oriental maronita. Muchos asimilan y mezclan la “arabeidad” con el islam, que cuenta en amplia mayoría, pero no podemos obviar ni descartar la importancia del  cristianismo de oriente y mucho menos si pensamos que ha sido a lo largo de toda su historia abierta, culta y erudita. A pesar de ser  minoritario, el clero oriental ha contribuido extensamente en el conocimiento y el estudio de las  escrituras santas, de tal manera, que tenemos una  diáspora cristiana árabe en  América Latina, que se integró por el trabajo y la fe a este Nuevo Mundo, contribuyendo a su desarrollo tanto en el campo agrícola como en el comercial,  terrestre y marítimo.

Esta diáspora árabe de principios  de siglo XX dejó huellas  profundas en el  crecimiento económico de América Latina, es dentro de este contexto que la nación  dominicana  se integra con naturalidad al movimiento político y diplomático que grandes  dirigentes, como Lula Da Silva,  inician en el 2003, visitando   los países del  Medio Oriente  y entablando lazos diplomáticos entre los países  árabes y latinoamericanos, considerando una realidad geopolítica y  humana, sin  que nadie se pierda en los datos.

América Latina tiene estadísticas de  400 millones de habitantes, el mundo árabe 300, en una palabra,  estamos frente a un potencial de producción y consumo de 700 millones de ciudadanos y ciudadanas, y tal como expresa el profesor e investigador francés  Dabéne: “Estamos frente  a una realidad que puede  significar  un gran equilibrio económico”…

Pero si las razones económicas son fundamentales en las nuevas estrategias políticas  entre América Latina, el Caribe y el mundo árabe, tenemos también un extraordinario  potencial cultural y científico  que compartir. Por ejemplo, la cantante y bailarina colombiana  Shakira hiciera sonar la  rítmica árabe en sus tonalidades vocales cuando se inspira de la  gran árabe Fayruz, que  fusiona  con el estilo vocal de  Madona.

Nuestro patrimonio cultural árabe-latinoamericano  debe contarse también a través de la  comunidad palestina de Chile, que significa ser la  diáspora más grande a nivel del planeta, grupo  migratorio que  cuenta entre  sus hijos  a uno de los mayores cineastas chilenos, el intelectual Miguel  Littin. En  Ecuador,  podemos mencionar  a la intelectual y  ministra señora Telle,  de  origen árabe. En República Dominicana, la comunidad  palestina  y sirio-libanesa participó y sigue  participando en el desarrollo económico y cultural del  país, contando  grandes  hombres políticos, como el expresidente Jacobo Majluta,  y  las  familias de distinguidos apellidos como los  Haché, los Khoury, Cury, Elmúdesi, Tactuk, Najri, Sadhalá, Zaglul, Hazim, Dájer, Nader, Jana, Hasbun, Hued, entre otros de igual importancia, que llevaron la ciudad  del Este San Pedro de Macorís a la  distinción del denominativo “La Gran Sultana”.

Queremos resaltar la especificidad de la “dominicanidad” con  el aporte  árabe, y debemos investigar,  pues probablemente que ya desde el sigo  XV llegaron  a estas  tierras españoles andaluces con fuertes características  de la  civilización árabe  que heredaron los españoles durante  cinco siglos.

Es en nombre de todos estos aspectos que debemos sentir  con orgullo todo lo que  acerca  América Latina a los países árabes, como el recibimiento que don Leonel Fernández, pasado presidente de la República, externó en el Palacio Nacional al recibir  al líder  y jefe  palestino Mahmoud Abbas, antes de que Palestina fuera reconocida por la  ONU como país observador.

Notemos que la  casi  totalidad de los países latinoamericanos dieron su voto a Palestina. Todos los pasos que se han ido dando desde hace ocho años en dirección de abrir una diplomacia activa con Jordania y con Qatar, son iniciativas que  preparan el porvenir y el futuro económico del Caribe como región que cuenta, pues no podemos descartar los nuevos  horizontes  que  imponen los desafíos del siglo XXI. Desafíos  de paz, de reconciliaciones y de desarrollo, pero también, de nuevos platillos en la construcción de la paz en Medio Oriente, pues, si la diáspora hebrea cuenta en la política norteamericana en dirección del conflicto israelí-palestino, es justo que la diáspora árabe de América Latina pueda contar con dirigentes latinoamericanos, como Lula Da Silva, Correa, Chávez y Leonel Fernández, quienes dirigen y apuntan hacia nuevos equilibrios en la panorámica internacional, y que están construyendo una nueva visibilidad de una nueva cultura política de América Latina y del Caribe. Debemos estar orgullosos de que estos políticos tracen estas nuevas perspectivas, y que los demás dirigentes de la región se unan a estas acciones.

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