AMET y la educación cívica

AMET y la educación cívica

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Parece que no hay forma de que se entienda o se acepte. El miércoles 2 de este mes que precede las elecciones presidenciales, este periódico publica (pág. 12-A) que la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) tras un operativo de medición realizado en varias intersecciones del centro de la Capital, constató 629 violaciones a la luz roja de los semáforos en un espacio de dos horas y media.

 El operativo (detesto esta palabra y su real significación) se llevó a cabo bajo la supervisión del mismísimo director general de AMET, general Latif Mahfoud, de 7:30 a 10:00 de la noche.

Y ¿quién tiene la culpa? ¡Es que no quieren ver que los agentes de AMET son maestros de la desobediencia? Hoy, cuando escribo, es miércoles 2 de abril. Al cruzar por el sector Naco, Piantini y zonas aledañas, agentes de AMET ordenaban cruzar la intersección con el semáforo en rojo y detenerse cuando brillaba el círculo verde. No hubo accidentes, pero sí caos y pésimas enseñanzas. Es la enseñanza, señoras y señores. Es la mala enseñanza. Es la escuela de la desobediencia cívica, que fácilmente puede trasladarse a otras áreas. Y no hay que sorprenderse. Ya decía Cervantes en su Coloquio de los perros, que “no me maravilla que como el hacer mal viene de natural cosecha, fácilmente se aprende a hacerlo”. Lo difícil es comportarse correctamente, ser justo, prudente o generoso con los demás, levantándose sobre miserias de la vida. El poeta John Milton afirmaba en El Paraíso Perdido: “Largo y difícil es el camino que desde el infierno lleva al cielo”.

Todo ascenso es difícil.

Pero tenemos que educar hacia el esfuerzo en todas las áreas. No sólo en la informática que nos arropa y avasalla. Yo creo que AMET tiene ante sí una monumental responsabilidad educativa, que habrá de trascender a territorios insospechados. A pulcritudes ciudadanas, debido al ejemplo diario de que las leyes se respetan. Si un agente o superior de AMET estima que facilitaría la circulación vehicular anulando la función del semáforo…señor…apáguelo, y colóquese en sitio visible para dirigir el tránsito, como he visto en otros países más o menos tercermundistas, que tienen altas tarimas para que el agente sea visto con claridad.

Aquí, entre atolondramientos y perplejitudes, logramos descubrir un agente de AMET zigzagueando entre peatones, vendedores, limpiadores de parabrisas que te tiran una esponja sucia sobre el vidrio delantero del carro y se enfadan si tú no aceptas “la limpieza” y se alejan refunfuñando entre limosneros de toda suerte, e inválidos, haitianas con criaturillas en los brazos y vendedores de los objetos más disímiles.

No hay ni ley ni orden.

No me cabe duda que el Gobierno tiene interés grande en la educación. Pero no se empieza y termina en aulas escolares, bajas o altas, sin una pizarra o con computadoras, sin libros básicos o con Internet.

La educación empieza en el comportamiento de la masa popular, que no debe ser confundida con permisividades y privilegios desbordados.

En otros tiempos, la gente “importante” no hacía cola en los bancos y otro sitio donde hubiese aglomeración. Era “don Fulano” y nadie objetaba que se le privilegiara. Hoy todo el mundo hace cola, y he presenciado que un humilde obrero, sucio y maloliente, ha reclamado que estaba antes que un poderoso personaje, el cual ha aceptado la situación, se ha reubicado y ha pedido excusas.

Es cuestión de educación.

Por eso AMET es tremendamente importante.

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