Amigos  adolescentes y para siempre

Amigos  adolescentes y para siempre

El titular de la página 8B de fecha 3 de junio  de 2009 del diario Hoy: Ex jugador Mateo Alou, recibe atenciones en un centro médico”, me estremeció y les voy a decir por qué? Sucede que el gran atleta es mi gran amigo y les voy a dar como testimonio estas simples líneas llenas de amor fraterno.

En una tarde normal, más bien con una interrogante en lo más profundo del alma, el 19 de octubre de 1949, un día antes de cumplir los doce años de edad, rondando la 5 de la tarde, llegamos al kilómetro 12 de Haina, acompañado de mi madre, hoy recién fallecida.

No preciso si nos acompañó mi benefactor el Ingeniero Andrés Guzmán, el papá de mi prima Mildred Guzmán Madera, pues don Andrés era el esposo de mi tía abuela doña María Antigua Madera, hermana de mi abuelo, papá Fello, es decir Rafael Madera Polanco.

A solicitud de mamá, quien estaba preocupada por la continuidad de mis estudios, don Andrés gestionó con algunos de sus amigos una beca en la Secretaría de Estado de Salud y Previsión Social, para yo estudiar internado en el Colegio de Haina; esa tarde nublada me condujeron a  la presencia del señor director Don Pedro Ballester Hernández, así entregando la documentación e intercambiando saludos, me asignaron mi número de identificación, el 29, el cual no salía en la lotería hacía muchos años.

Me asignaron a un grupo bajo el cuidado de un guardián y seguido me integré, alguien dijo “el nuevo” es igualito a Rily, un alumno que había salido el día anterior, y ese pasó a ser mi apodo o “nuevo nombre”, en el “asilo”, pues “Granja Escuela”, realmente el letrero que ese día destacaba con grandes letras negras en fondo blanco, el nombre del colegio era “Granja Asilo Presidente Trujillo”, unos meses después se modificó por Granja Escuela Presidente Trujillo y hoy Hogar Santo Domingo Sabio.

Esto explica porqué Mateíto me conoce por “Rily”. Él, Felipe y Jesús Rojas Alou, el más joven de los tres, y otros jóvenes “del doce” (Kilómetro 12) estudiaban allí, como caso especial, pues cuando pasaban a cuarto de la primaria eran aceptados, ya que la escuela del doce sólo llegaba al tercer curso.

Por la mañana hacíamos una formación tipo militar, para izar la bandera; luego pasábamos en marcha al frente del comedor, a fin de formar filas y pasar en orden a las mesas para desayunar y luego pasar a las aulas en forma ordenada.

Por la tarde después del almuerzo, disfrutábamos de un ligero descanso y de 2 p.m. a 4 p.m. los talleres; sastrería y música, dirigido por el maestro Luis Felipe Parahoy, quien además era Director de la Banda de Música de los Bomberos del Distrito Nacional (Ciudad Trujillo).

Doña Tata, maestra amorosa, podríamos decir que era una madre de todos, era encargada del mantenimiento de los uniformes; imagine 200 muchachos rompiendo pantalones y camisas; colchones, ropa de camas, toallas, etc, zapatería maestro Luis María; barbería maestro Puello, y otros.

El Dr. Luis Emilio Tallerías y yo fuimos expertos en pantalones, camisas y remiendo y zurcido de rodillas rotas de pantalones y las L que dejaban los alambres de púas al pasar de pronto de 3 a 4 p.m. pasábamos a los deportes, clasificados por edades, claro está el baseball o juego de pelota era el más popular; es donde Mateíto y yo hacemos amistad.

A eso se agrega la cacería con tira piedra y nadar en una laguna cerca de donde vivía Mateíto, ahí donde está ahora hace unos 40 ó 50 años la urbanización Costa Verde y hoy día el Centro Geriátrico Dr. Güilamo, de quien me honro de ser amigo ya que asisto a sus charlas, como Asesor Científico de la Asociación Dominicana de Alzheimer.

Muchos recuerdos felices del juego de pelota y aventuras agarrando cangrejitos “colorao”, en los montes hacia la costa, especialmente entre las matas de “uvas de playas”, y sancochándolos en latas de aceite en la misma zona del monte de atrás de los edificios; no existía la autopista 30 de Mayo en esos años.

Al cumplir los 15 nos retiramos del colegio y la vida nos envió a buscarnos el futuro, como continuar los estudios básicos; pasaron los años juveniles y un día tal vez del año 1963 recibí la visita de Mateíto en las oficinas de la Azucarera Haina en la Feria, Centro de los Héroes.

El que ya era una estrella en su profesión, se iba a casar y me fue a llevar la invitación, pues al pasar de los años cada uno por su lado, la amistad de la adolescencia nunca ha perecido.

Este relato lo doy como testimonio y pido a Dios por su salud, por todos los envejecientes, adultos mayores especialmente por Mateíto Rojas Alou y por Luz, mi esposa, y los demás viejitos que no tienen medios para pagar los costos de un hogar, al cuidado de profesionales y personal de apoyo bien entrenado y amoroso.

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