“Yo solo actué como una madre”. La frase la repetía una y otra vez Marlin Martínez, madre de Marlon Martínez, cuando todavía pensaba que podía engañar al país ocultando su condición de cómplice de su hijo en el alevoso y vil asesinato de Emely Peguero y la criatura de cinco meses que anidaba en su vientre. Y es probable que en su celda solitaria de Najayo-Mujeres, donde está recluida,  siga pensando lo mismo, aunque a estas alturas le resulte imposible justificar que en su afán de proteger a su hijo haya sido capaz de llegar tan lejos. ¿Actuó realmente  como madre? ¿Haría usted lo mismo? Es posible adivinar cuáles serán las respuestas a esas preguntas, sobre todo si los que tienen que responderlas nunca han vivido en carne propia una experiencia semejante, y por lo tanto no se han enfrentado al terrible dilema:  ¿entrego a mi hijo a la justicia para que asuma las consecuencias  de sus actos, 20 ó 30 años de cárcel, o lo protejo ayudándolo  a evadir la justicia y el castigo que merece por su crimen? Las madres que leen esta columna saben que no es una decisión fácil de tomar y luego tener que  convivir con las consecuencias, aunque en su mayoría finalmente concluyan que lo correcto, lo que haría una madre responsable, es entregar a su hijo para que le responda a la sociedad por el daño que le ha causado. Claro está, por lo que ha surgido durante las investigaciones  todavía en curso parece  que Marlin Martínez no solo fue una madre  que simplemente  quiso proteger a su hijo mas allá de lo razonable, y hasta es probable que en el juicio se determine que mas que cómplice fue la verdadera instigadora del crimen dada la feroz oposición que mostró  al  embarazo de la muchacha. Pero desde que la escuché invocar su  condición de madre  para justificar sus actos   he pensado mucho  en una expresión que estoy escuchando desde que tengo uso de razón,  pues  Marlin Martínez parece haberla interpretado, desgraciadamente,  al pie de la letra: el amor de madre no conoce límites.