Amor de madre

Amor de madre

Jugábamos béisbol del otro lado del “puente”, como solíamos llamar a Villa Duarte y sectores aledaños.

Éramos vecinos de Villa Francisca y cuando ya no encontrábamos terreno adecuado para lanzar pelotas… y a veces batearlas, comenzamos a emigrar hacia ese vecindario.

Fue hacia la mitad de los años cuarenta. El último “estadio” que nos arrebataron fue un terreno sumamente abrupto e inapropiado para deportes. Quedaba al lado de una jabonería, de las que fueron muy populares para aquel entonces. No recuerdo si era la fábrica de jabón Quisqueyano, propiedad de un señor de apellido  Guzmán. El solar era conocido como “el suburbio”, que alude la parte afuera de la urbanización. Estaba en el tramo de la avenida José Trujillo Valdez, hoy avenida Duarte, entre Benito González y Félix María Ruiz.

Invadíamos cualquier solar de Villa Duarte: Molinuevo, donde más adelante se levantó un estadio modesto, pero lo mejor de esa época.

Nos apropiábamos de otros terrenos: uno que fue primero campo de aviación, creo que hondureño, de la línea aérea Taca. También un terreno llamado El Carbón, de pendiente difícil para jugar, lleno de grandes peñascos que el tiempo y las pisadas lograron rebajar o acondicionar un poco.

De este lado quedó atrás La Fuente, al norte de las instalaciones de la Corporación Dominicana de Electricidad, cerca del barrio de Santa Bárbara. Por unos y otros ámbitos nos descolgábamos mi hermano Fernando, Felo y su hermano Cesáreo, Luisito Escalante, sobrino de Ventura (Loro) Escalante y otros… Generalmente jugábamos con amigos y conocidos de aquel lado: los Pavón, Guillermo Carbonell…

Recuerdo bien a tres hermanos que solían hacer presencia. Eran jóvenes de buen tamaño y de contextura superior a la mayoría de nosotros, unos “refuerzos” formidables para aplastarnos en cada enfrentamiento.

Nombres de la trilogía, no me acuerdo, gracias a Dios, para no volver a avergonzarme por las palizas que nos daban en la mayoría de los juegos. Esto sí voy a decir: Me parece que eran de apellido Suero.

El mayor, que para aquel momento debía alcanzar 16 ó 17 años, lo apodamos por su tendencia al desarrollo: “Va creciendo”.

El segundo no tardó en hacer lo mismo y alcanzó pronto a su hermano. Lo bautizamos con alguna precaución: “To largo” por su enorme estatura, que alcanzó y sobrepasó pronto a su pariente.

Con equipos como éstos ¿quién podría competir? Jugábamos desalentados. Nosotros no “sabíamos” de cláusulas de contratar “refuerzos” y de exclusividad, y nada pudimos hacer entonces.

Recuerdo que para un período de lluvia de aquellos días de mayo, nos resignamos a refugiarnos cada día en la casa con el recuerdo y jugadas de los Jimmy Fox, Joe Dimaggio, Ted Williams, Pee Wee Reese y otras maravillas de este deporte encantado y encantador. Nos habíamos olvidado, o pretendíamos olvidar, pero el “choteo” que nos ofrecían cada vez que nos topábamos en el cine Travieso, en el Micine o en el parque Julia Molina (Enriquillo), durante las retretas de los domingos, pisándole casi los talones a una enamorada, parece que nos levantó el orgullo y decidimos volver después de la desaparición de la temporada de lluvia. Dos o tres semanas de enfrentamientos, les dio a los contrarios la oportunidad de incorporar otro prospecto de la familia sui generis. Pensamos entonces en la cláusula de refuerzos que nunca habíamos discutido, y acudimos a conversar con la dirección del equipo contrario y le preguntamos de dónde había salido ese asombroso ejemplar.

Y nos respondieron:

– Sencillamente, ese es el más pequeño de la familia X.

– ¿Y ese gigantón es de la misma familia? ¿Y encima, más joven, que “Va creciendo” y que “To largo”?

– Pues así es. No creo que haya objeción.

Después que discutimos por un rato y nos convencimos de que el prospecto no solamente era del pedazo por donde ellos vivían; además era el más pequeño de la familia de los modelos “Va creciendo” y “To largo”.

 -Está bien. Lo aceptamos. Pero con una sola condición: Que lo inscriban con un nombre que no dé paso a ninguna otra figura asombrosa y espectacular.

 -¿Y cuál nombre es ése?, nos preguntaron.

 -Se llamará, a partir de ahora “Amor de Madre”, que es lo más grande que hay. Y no habrá más sospechas ni alegatos. Pero que se acaben las cosechas de monstruos de mano enguantada.

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