Con motivo de la concesión del Premio Nacional de Literatura 2017, he recibido gran cantidad de felicitaciones a través de “Facebook”, de mi dirección electrónica o del teléfono regular de nuestra casa. A todos los remitentes doy gracias por sus palabras amables y buenos deseos para lo porvenir. A muchos he podido agradecérselo personalmente durante la ceremonia de entrega del Premio, en el Teatro Nacional. He tenido la suerte de abrazar amigos de infancia con los cuales jugaba en las calles de la ciudad colonial de Santo Domingo; varios de ellos acudieron al acto de premiación. Me apretaba el nudo de la corbata para evitar que la emoción me atragantara.
También he escuchado halagos, elogios exagerados, piropos públicos, acerca de mi trabajo periodístico o literario. Según parece, el elogio favorece la salud emocional. Así como el vejamen permanente encoge los huesos, el elogio infla la piel y estimula la circulación de la sangre. El escritor, acostumbrado al silencio general, el día que recibe un premio corre el riesgo de que le suba la presión arterial y sufra un desarreglo permanente en los “niveles de vanidad en hígado y páncreas”. En la lengua inglesa hay una clara distinción entre amor propio y vanidad egocéntrica. No es los mismo “self-love” que “selfishness” o egoísmo.
Sin amor propio no es posible la salud mental; ni tampoco sería posible mantener en acción la energía nerviosa, requerida durante años, para producir obras literarias. Adam Smith sostiene que hay pasiones que “se originan en el cuerpo”; y otras pasiones que “se originan en una inclinación o hábito particular de la imaginación”. Los artistas y escritores no son ajenos a ninguna de estas dos clases de pasiones; pero creo que “mirarse el ombligo” es una pasión, tanto del cuerpo como de la imaginación.
De todos los elogios que he recibido en estos días, uno me ha conmovido profundamente: el discurso del Ministro Pedro Vergés. No lo citaré íntegramente para no avergonzarme al transcribir sus palabras. Dijo: “ha ganado un premio que se merece tanto como el que más y, desde luego, mucho más que muchos”. Además: “ha dado en el clavo en no pocas opiniones sobre nosotros mismos y […] eso ya es bastante”.