Amores mitológicos: monstruosos y generosos

Amores mitológicos: monstruosos y generosos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Es muy importante que los pueblos crean, sientan y piensen, que pueden salir airosos de las situaciones más engorrosas. Muchos generales han ganado batallas en condiciones tan desventajosas, que los estrategas militares estimaron que debieron perderlas. Los soldados victoriosos, desde luego, siempre opinan que es mejor una batalla mal ganada que una batalla bien perdida, esto es, una derrota según todas las reglas del arte de la guerra. Cuando se quiere, se puede. Sin embargo, no es prudente exagerar la viejísima formula de «querer es poder».

Icaro huyó junto a su padre del laberinto de Creta con unas alas que le permitieron volar; pero las alas se desprendieron por efecto del calor e Icaro calló en el mar. El relato mitológico sugiere que el hombre no puede acometer empresas superiores a sus fuerzas. Aunque queramos volar, no podemos volar; si nos lanzamos al vacío es probable que terminemos descalabrados.

Los dominicanos estamos metidos en un laberinto parecido al que diseñó el arquitecto Dédalo para ocultar al Minotauro. No disponemos de los planos del laberinto ni del famoso ovillo de hilo que Ariadna entrego a Teseo. El mito de los cretenses se ha levantado sobre dos formas del amor: la de Pasifae por Toro, amor monstruoso y contra natura que engendra al Minotauro; y la de Ariadna, enamorada a primera vista del héroe Teseo con el ímpetu y la generosidad de una adolescente. Pasifae, esposa del rey Minos, consigue extraer de su carne un monstruo; en cambio, Ariadna, hija de Minos y de Pasifae, logra, por su amor generoso, que Teseo venza al Minotauro y salga del laberinto ayudado por el hilo.

Los trabajos del arquitecto Dédalo en la corte del rey Minos fueron varios, algunos de ellos penosos y trágicos. En primer lugar, Dédalo tuvo que construir una vaca de madera hueca para que Pasifae se metiera dentro y pudiera atraer a Toro, acoplarse con la bestia y satisfacer su insano apetito sexual.  Una vez nacido el Minotauro, se le pidió a Dédalo que edificara un intrincado laberinto para encerrarlo. Finalmente, Dédalo y su hijo fueron apresados por Minos y recluidos en ese mismo laberinto.

Dédalo escapó del laberinto con alas parecidas a las de su hijo, fijadas también con cera. El joven Icaro no siguió las instrucciones de su padre quien recomendaba no acercarse demasiado al sol. Por eso Icaro perdió las alas y cayo al mar que lleva su nombre. Se dice que Dédalo recogió el cuerpo de su hijo y lo sepultó en una isla que ahora llaman Icaria. (Otra versión narra que Icaro cayo en tierra y Hércules cavo su fosa). Minos persiguió a Dédalo hasta Sicilia, aseguran expertos en mitos y leyendas. El rey Minos murió allí hervido en una bañera especial diseñada por el propio Dédalo.

Los procedimientos monstruosos, indefectiblemente, paren monstruos. Los esfuerzos generosos pueden tener la virtud de aniquilar monstruos. Existen hombres trágicos que engendran tragedias colectivas. Todavía hoy cosechamos los efectos de la monstruosa tiranía de Trujillo, creadora de monstruos, grandes y pequeños. Hitler y Stalin continúan condicionando la vida política en Alemania y en Rusia. En ambos países ha surgido un culto al Minotauro. El rey Minos continua en la actualidad como juez en los infiernos, según cuentan los cretenses.

Teseo abandono a Ariadna dormida en una playa, donde la encontró Dionisos, que la llevo al Olimpo y la premió con la inmortalidad. La hermana de Ariadna, Fedra, contrajo matrimonio con Teseo pero se enamoro de Hipólito, marido de su hija, a quien acusó falsamente, por lo cual fue desterrado. Fedra se suicido atormentada por el remordimiento.

Los sucesos trágicos acarrean mas acontecimientos trágicos, en una cadena de eslabones terribles. Romper esa cadena exige a quien lo intenta muchísima disciplina de trabajo y generosidad de miras. El laberinto dominicano esta hecho de tiranías; de la mas reciente, la de Trujillo, han salido tumores, excrecencias y laceraciones de todas clases. Aún así, a veces invocamos la resurrección del Minotauro. Es necesario querer para poder; aunque lo usual entre nosotros es buscar poder, para querer entonces dañar, humillar, saquear. Lo primero es querer cambiar las vías trágicas del amor monstruoso a los tiranos. Lo segundo es «localizar» arquitectos como Dédalo, llenos de ingenio y de energía, para que dibujen un plano del laberinto en que estamos perdidos. Arquitectos y lideres. El nuevo liderazgo dominicano ha de ser múltiple: de empresarios con poder organizativo y recursos de inversión; de académicos con capacidad de concebir, pensar y exponer; de políticos que quieran – querer es casi poder si se cuenta con las herramientas adecuadas – vaciar los cimientos de otra forma de convivencia social; de trabajadores y sindicalistas que quieran vivir mejor, ganar más dinero, aprender nuevos metodos de trabajo.

Remover la costra de nuestros prejuicios y malos hábitos es el reto planteado a las ultimas generaciones de dominicanos. A los jóvenes, aplastados hoy por el desencanto político y por el pesimismo tradicional, se les propone un tirano que los guié y organice. Deben ellos saber que para volar con éxito el mitológico Icaro solo necesitaba dos cosas: más avanzada «tecnología» para pegar las alas…y seguir las indicaciones de su padre. Además, esos jóvenes no deben olvidar que el amor generoso nunca pare Minotauros pero puede, sin embargo, destruirlos.

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