Ampliemos la enseñanza de la historia

Ampliemos la enseñanza de la historia

De la enseñanza de la historia derivamos casi siempre experiencias maravillosas, frutos eficientes que nos sirven de base para juzgar con justicia los procesos evolutivos y regresivos de los accidentes sociales. Sin embargo, a pesar de que las personas conscientes saben que estos procesos sirven como ley invariable para juzgar los acontecimientos históricos por los cuales atravesamos, y nos dan a la enseñanza de esta disciplina su justo valor social educativo, no le dan justo valor.
Es una verdad ineludible que la historia forma parte intrínseca de la sociedad, que está regida por el devenir de los acontecimientos; pero sin embargo no aprovechamos su experiencia para juzgar los actos de nuestra vida político-social. ¿Por qué? Porque los hombres de hoy como los de ayer damos más importancia a las cosas baladíes que a las verdaderamente de profunda raíz social.
Decía una persona allegada a nosotros, que la historia de tipo romántico había absorbido toda la existencia de nuestra atención y nos había llevado a la retaguardia de la evolución. Sin duda alguna esto es lo cierto. Nuestros sentimientos nos han arrebatado y nos llevan por la variable indefinida del caos. Por eso precisamos de una autoeducación histórica, independiente de nuestra razón de existir, porque llegaremos al antiguo sistema del coloniaje.
Se podría argumentar que las circunstancias actuales predicen un nuevo desarrollo encaminado hacia un mejoramiento social de todas las clases; pero los que confían en esto de por sí son utopistas, porque por la razón que más arriba expusimos, nos da fuerza para decir lo contrario, puesto que no creemos en un mundo organizado por unos pocos, pero sí creemos en el consorcio fundamentado en las razones necesarias y suficientes por las cuales se puede obtener una organización social de acuerdo con las exigencias vitales de la mayoría.

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