“Ana Frank: el diario” una colosal puesta en escena

“Ana Frank: el diario” una colosal puesta en escena

La ignominia del holocausto judío, hecho abominable que marcó la primera mitad del siglo XX, debe permanecer como una mancha indeleble en la memoria colectiva.

Mucho se ha escrito sobre este acontecimiento, pero aún hoy, como ayer, algunos tratan de ignorarlo.
Historiadores, cientistas sociales, han investigado sus causas más allá de lo inmediato y sus consecuencias, pero ningún libro ha tocado tanto la sensibilidad de los lectores, como los relatos escritos por una adolescente judía, Ana Frank, en su entrañable diario.
El diario es solo eso, una narración de los episodios vividos por la familia Frank, dentro del escondite que los albergó durante dos años, huyendo de la persecución nazi. El diario no es un texto dramático, por lo que la propuesta teatral se convierte en teatro documental, y como tal se nutre de una fuente auténtica.
La adaptación que hace Antonio Melenciano de este relato es creativa, apunta hacia un ideal estético utilizando para este fin todos los medios artísticos disponibles, y apelando a los sentidos y a la riqueza de significaciones, busca subyugar al público.
El montaje que sigue hoy y mañana en la sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes, inicia con una escena retrospectiva; desde la platea bajan dos soldados nazis, que llevan, más bien arrastran a una niña –con su pijama de rayas– hasta el campo de exterminio. Francisco José Montalvo y Danny Fernández accionan con auténtico sentido de su rol.
La música intermitente enfatiza las escenas, excelente trabajo de Edward Tineo. Las imágenes proyectadas, recurso válido, nos conectan con el hecho histórico, pero una presencia, una voz, logra conmovernos, es Bronia Krouse, sobreviviente del holocausto, quien estuvo en el mismo campo que Ana Frank, ambas tenían la misma edad.
Este momento le da al hecho teatral mayor trascendencia.
En la primera escena, un bellísimo telón nos muestra la calle donde vivían los Frank en Amsterdan. En proscenio vemos a la familia reunida en la casa. La llamada a la madre –Edith– para que se reporte a las autoridades cambiará sus vidas- Inician el camino al escondite, que ya tenía preparado el padre, Otto Frank.
La triste llegada, no obstante, deslumbra al espectador, la escenografía espectacular y realista nos introduce en aquel lugar de penurias, una verdadera obra de arte, resultado de una concepción semiológica de la puesta en escena, creada por Noé Vásquez.
Melenciano, en un alarde imaginativo, escinde el personaje de Ana Frank utilizando tres jovencitas para encarnarlo: Johanny García, Fernand Bavestrello y María Arcalá, y aun más, una cuarta, Lhia Hidalgo.
La resultante es buena, todas dan muestras de talento, cada una asume un momento, una situación, proporcionando un ritmo sostenido a la acción.
Ana escribe y describe en su diario las dificultades del encierro, la falta de alimentos, los roces con su madre, mujer taciturna, rígida, perfectamente asumido por Karla Hatton, y la complicidad con su hermana Margot, interpretada por Sharon Mercedes.
Pronto al pequeño lugar llegan otros judíos perseguidos, la familia Van Daan, compuesta por los esposos y su hijo de 16 años, y el señor Dussel –el dentista– interpretado por Ernesto Báez.
La estancia se torna pequeña, Ana cuenta las crecientes tensiones que surgen en el grupo. La señora Van Daan no asume la realidad, es frívola, en medio de aquella situación se cree merecedora; sin embargo, su actitud produce momentos de hilaridad, los que maneja a la perfección Yamilé Scheker, secundada con igual resultante por su esposo, interpretado por Jorge Santiago.
En medio del oscuro panorama, una luz asoma a la vida de Ana, el amor que siente por el tímido joven Peter Van Daan, condición reflejada a cabalidad por el joven Guido Ferrari.
Otros personajes claves. De este maravilloso montaje son Miep Gies y el señor Kleiman, interpretados por Karoline Becker y Rogger Wasserman, amigos entrañables, que sin medir las consecuencias, cobijan a los perseguidos.
Las noticias sobre la guerra, la inminente invasión de los Aliados los mantiene esperanzados, pero justo entonces se produce el climax, cuando son descubiertos por la Gestapo y conducidos a diferentes campos.
A manera de epílogo, luego de terminada la guerra, Otto Frank, único de la familia sobreviviente del holocausto, vuelve al ático. La escena es conmovedora, la soledad, la pena, la impotencia lo abruman; Miguel Lendor, en profunda introspección, consigue transmitir ese estado de melancolía extrema. Inesperadamente la amiga solidaria llega y le hace entrega del diario de su hija Ana que había quedado olvidado en aquel lugar, tras la detención.
Un documento íntimo, ingenuo, pero trascendental… para que no se olvide.

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