Ana Lydia Vega, la pasión caribeña y el historicidio

Ana Lydia Vega, la pasión caribeña y el historicidio

La generación del setenta en la literatura puertorriqueña tiene como distintivo el estar constituida por un grupo notable de mujeres que asumen las ideas sociales y culturales propias de una época de transición. Si bien es el primer colectivo femenino y feminista en la literatura puertorriqueña este grupo es significativo tanto en la poesía (Vanessa Droz, Rosario Ferré, Olga Nolla…) como en la narrativa (Magali García Ramis y Ana Lydia Vega).

Nacen en el proceso de desarrollo y crisis del desarrollismo que caracterizó la sociedad puertorriqueña de la posguerra. De la emigración en masa de los puertorriqueños a Estados Unidos, luego del fracaso del modelo cañero de entreguerras. Puerto Rico se recompone entre la mordaza y la violencia contra los nacionalistas; la formación del Estado Libre Asociado que corrige, para Estados Unidos, los defectos legales del Tratado de París (1898). El desarrollismo promociona un plan para que Puerto Rico se convirtiese en “puente” entre Estados Unidos y América (como lo criticara Tomás Blanco, “Prontuario histórico de Puerto Rico” 1937); o ser la vitrina del Caribe. Otros discursos que pusieron en cuestión la mirada hacia el Caribe (Edgardo Rodríguez Juliá).

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Téngase en cuenta la evolución de las ideas económicas y sociales que arrancaron como ideologías de dominio y reconfiguración de la zona, la Guerra fría que llevó a muchos puertorriqueños a las guerras de Corea y Vietnam, los del setenta son jóvenes expectantes que actúan en los movimientos culturales y políticos de una época en que se crearon los derechos civiles y la inclusión de las minorías…Participan como des-constructores de las ideas establecidas en una época que demandaba una revolución política, social, cultural…

De ahí se desprende cierto deseo de estudiar el pasado. De darle valor a las masas populares. De buscar redefinir un pasado colonial que supuraba en los libros de historia, en las visiones patriarcales; en la idea de que Puerto Rico era un país blanco. La Nueva Historia y las nuevas visiones de las mentalidades dieron en su época otras imágenes de la historia: el Puerto Rico negro (Sued Badillo, López Cantos, 1986); el Puerto Rico con sus distintos pisos étnicos y migratorios (José Luis González, “El país de cuatro pisos”,1980) y el Puerto Rico rebelde (de “Esclavos rebeldes”, de Guillermo Baralt, 1982). El Puerto Rico y su propia identidad racial negra, en Isabelo Zenón (“Narciso descubre su trasero: el negro en la cultura puertorriqueña”, (Vol. I, 1974 y Vol. II, 1975).

Ana Lydia Vega vive esa transición y milita en un frente cultural puertorriqueñista. Nace cuando cesa la situación creada por la violencia de los treinta, la escasez de la guerra; la lucha por la educación en español (1947). La actitud de la generación era buscar un nuevo sentido a la historia. Y en la narrativa este tema parece muy pronto: Tomas López Ramírez (“Cordial magia enemiga”, 1971). Edgardo Rodríguez Juliá (“La renuncia del héroe Baltasar”, 1974) y continuará con Luis López Nieves (“Seva”, 1993), Rosario Ferré (“Maldito amor”, 1986) y Olga Nolla (“Rosas de papel” 2002,), entre otros. En la narrativa de Ana Lydia Vega se dan varios temas y valores que se anclan en esta época. La pasión por una revisión histórica; buscar a los héroes de Lares; encontrar el Caribe en el sur de la isla (“Falsas crónicas del Sur, 1991) o revisitar nuestras ideas antillanas, en “Encancaranublado y otros cuentos de naufragio”, (1982). Sin dejar de postular una historia desde el pueblo mismo y retomar el latido del mundo hacendado y el patriarcado como lo formuló Rosario Ferré.

Como Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega enfrenta desde sus crónicas y artículos periodísticos, como “El Tramo ancla” o “Esperando a Loló” ( 1995), un nuevo sociolecto puertorriqueño producto del contacto y los “pulsos” con el inglés; deriva de cuarenta años de ser el inglés la lengua vehicular del sistema de educación; además, la influencia de la emigración a Estados Unidos y las migraciones del campo a la ciudad que dieron una literatura urbana desde “El hombre en la calle” ( 1948), de José Luis González, y los cuentos de René Marqués, “En una ciudad llamada San Juan” (1960); una lengua que ella ha llevado a su punto culminante en sabrosura popular, elementos cómicos, irónicos; en un choteo caribeño que le han servido para parodiar y carnavalizar las posturas e imposturas de lo que llamó Luis Palés Matos, y que muy bien relata Edgardo Rodríguez Juliá, (“Caribeños”, 2002 ) “la aristocracia del dril”. Vega propone ese Puerto Rico popular que se realiza en frases en que la lengua, en sus distintas manifestaciones: agrarias y popular, presenta la hilaridad, la ironía que carcome las ideologías que buscan imponerse y reafirmar el pasado y publicitar el presente.

El neohistoricismo en Puerto Rico es un nuevo discurso que nace entre la historia tradicional y la Nueva Historia económica y social, con la microhistoria de Fernando Picó. Frente a los relatos que legitimaban los grupos hacendados, que validaron el autonomismo como solución mediatizada, frente a las ideas siempre utópicas de nuevas identidades. Historicidas son porque intentan asirse a otras ideas que solo una revisitación del pasado podría explicar.

Apuntala Ana Lydia Vega una poética caribeña como historia de vecinos que se encuentran en el espacio insular y que dialogan en el espacio metropolitano. Frente a proyectos que descontruyen el eurocentrismo de la historia colonial y el fracaso de los proyectos colectivos, nos queda una madeja de historias; de tirantes o gavetes desorientados que nos hacen volver a las metáforas de “islas sonantes”, “Islas que se repiten”, “ nave al garete”, “Borinquen tierra del Edén”, “del jibarito va cantando, así por el camino”… hasta “yo tengo un ser que me persigue” o “no hay tanta cama para tanta gente”, porque los norteamericanos cuando llegaron “encontraron el café colao”…Las metáforas puertorriqueñas se diluyen en un pasado que toca el presente: la crisis del modelo desarrollista…. El fin de “la vitrina caribeña” …

En fin, el Puerto Rico de hoy tiene en la escritura de Ana Lydia Vega una mirada rebelde, irónica, carnavalesca, caribeñista, utópica y descreída. En las discusiones de la cotidianidad en la que la frase da su vuelta para encontrar el otro lado de la ironía en que se monta el espectáculo de un palo encebao en el que unos pocos saben estar arriba y otros, como los eternos militantes de la clase media, están en un sube y baja y en un entra y sale. Mientras nadie sabe a ciencia cierta si puede “ver a Linda” al llegar al final del mes; si “mataron al negro bembón” verdaderamente o acaso “llegó el Obispo de Roma “que cosa linda qué cosa mona”.

Danzando “por la encendida calle antillana”, está hoy Tembandumba de la Quimbamba que ayer, pañuelo de madrás en la cabeza, vendiera sus productos en la plaza. Hoy Puerto Rico es más dependiente del mercado globalizado en un mar en que las Antillas se encuentran en el hundimiento de sus esperanzadas o débiles embarcaciones y en sus aspiraciones de proyectos que se quedan en propaganda para que “la democracia del dril” siga haciendo creer que no somos ya naufragio encancaranublado.

La obra de esta autora, como la de su generación, es crónica y crítica de esta época.

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