Nada más grato que el vivir, mejor aún es disfrutarlo en salud y cargado de agradables sorpresas. Cerrando el último mes en el calendario del recién transcurrido año de 2019, recibí un valioso y exquisito libro de regalo, una compleja joya de la cultura y del arte, “Anacaona”, hija legítima de una colega médico, gineco-obstetra, oncóloga, escritora, educadora, investigadora y madre, Ofelia Berrido. La impecable encuadernación y el diseño exterior, simbolizan la riqueza de su contenido.
De antaño se definía la música como el arte de saber combinar los sonidos en el tiempo. Comprometer la fotografía con su rejuego de luces, sombras y colores, a través del lente, guiado por el ojo humano, reflejando lo hermoso de la naturaleza caribeña, es de por sí, una gran hazaña. Insertar fragmentos de un poemario aborigen dentro del imaginario geográfico histórico quisqueyano es fina tarea de edición.
Engalanan el desfile de imágenes los autores Juan J. De Los Santos, Alejandra Oliver, Jiny Elena Ramos, Carmen Inés Bencosme, Parmela Matos de Calventi, Dennise Morales Pou, así como mi dilecto contendor sobre los escaques del juego ciencia, Pedro Genaro Rodríguez.
Concluido el desayuno con las exquisitas fotos, condicioné y comprometí el pensamiento y el alma para entregarme al pleno disfrute del plato fuerte, un integral secuencial de finos versos surgidos del manantial de la poetisa. Hube de cavar profundamente hasta percatarme de lo inagotable de la fuente. La gran hazaña de la autora ha consistido en viajar al remoto pasado histórico, a fin de actualizarlo para que sirva de estímulo en las luchas presentes y futuras por la emancipación y plena realización dominicana.
Veamos: “Mujer, espíritu antillano, / aliento, mar y loma. / Areito mañanero, / murmullo de río bravío/ en noche cerrada.”… La tierra inmolada, endurecida…/Lo taíno es sombra desnuda/ bajo el yacimiento del sol, /vértigo de una identidad olvidada” …Tus cánticos nocturnos aún se escuchan/ y el areíto revive en tu voz. / ¡Oh, Anacaona, Anacaona!… Te elevaste para descender en ti misma, / convertida en relámpago y trueno…/ en flor de caña, aleteo de pájaro y tambor…”
Recorriendo siglos parece encontrarse e hibridarse con un tenue perfume Pedro mírense. “El sol despierta…/ Hay un tesoro escondido, / en los surcos de la madre, / en el llanto del trapiche, / en el espíritu noble cubierto de angustia.” Se degusta la corriente indigenista a lo Juan Luis cuando leemos: “¡Oh, Anacaona!… / Quiero volar sin tormentos, / y nadar como un pez/ por las aguas cristalinas del comienzo. / Quiero vivir como tú, / Caonabo, Enriquillo y Bohechío”
El vuelo metafórico se agiganta hasta alcanzar su máximo esplendor cuando dice: “Reanima en mí el alma taína que aviva la tierra/ para penetrar realidades profundas, / develar los misterios de la tierra con una azada llena de vida. / La luz diáfana penetra las piedras entre sombras, / se extiende tierna sobre la tierra negra sin perderse en liviandades. / La tierra ardiente retiene y aprehende la vida. / El agua que fluye la penetra y la preña.”
Cierra Ofelia con broche de oro el recital a manera de epitafio: “Anacaona, cobija en tu regazo a tu dulce pueblo, / mantén el higüero lleno…”
Como patólogo al fin, diseco el cuerpo de la cacica, a través del lente ofeliano, y luego contemplo al microscopio la belleza inconfundible de su fuerza interiorista.