En vísperas a las celebraciones de Año Nuevo, creo que es muy oportuno dedicar unos minutos a reflexionar cómo estamos, y analizar sobre las decisiones que sean necesarias tomar. Pensando en esto, me vino a la mente un proverbio que leí los otros días de un burro que se encontraba situado entre dos montículos de paja completamente parado, intentando decidir cuál de ellos comer… y mientras lo hacía se moría de hambre.
Esto es, muy similar a lo que nos ocurre a muchos de nosotros a la hora de tomar una decisión, nos quedamos atascados mirando hacia un lado y hacia otro, eligiendo inconscientemente no elegir, y dejando que la vida pase delante de nosotros.
Sin duda alguna, todos en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido atormentados por alguna decisión a tomar: seguir en una relación o no, renunciar al trabajo, casarse, tener un hijo, etc. Pero a pesar de que muchas veces sabemos lo que tenemos que hacer (dejar de tomar, salir más a menudo y conocer distintas personas, comer más saludable, establecer relaciones más íntimas) no nos decidimos, es decir, no nos comprometemos a nosotros mismos a hacerlo. Y creo que nos toca reflexionar si es que no nos damos cuenta de que nuestra forma de ser nos está perjudicando (cuando dejamos las cosas para después o trabajamos demasiado, o cuando somos poco cariñosos o demasiado exigentes) pero no sabemos cómo hacer el cambio.
Es por lo cual, que debemos conocer 4 razones que existen por las que se nos hace difícil tomar una decisión:
– Una de ellas es porque nos da miedo ser responsables por nuestras decisiones, ya que cuando estamos escogiendo, nos damos cuenta que sólo nosotros podemos decidir y por tanto, todo depende única y exclusivamente de nosotros.
– Otra de ellas es, porque no queremos renunciar a otras posibilidades. Pero la realidad es que para cada Sí, debe haber un No. Decidir siempre quiere decir dejar atrás otras cosas.
– La tercera es que evitamos tomar decisiones para no sentir culpa. Sí, muchas veces sentimos culpa al tomar decisiones y ésta puede paralizar totalmente el proceso de la voluntad, lo cual debemos estar consciente de que está mal, porque tenemos todo nuestro derecho de tomar decisiones cuando y donde lo entendamos pertinente.
– Y la última y cuarta razón, es porque evitamos tomar decisiones para no pensar en todo lo que pudimos haber hecho. Si tomamos responsabilidad por nuestra vida y hacemos la decisión de cambiar, la implicación es que sólo nosotros somos responsables del cambio y de los errores cometidos, y que pudimos haber cambiado hace mucho tiempo atrás. La realidad, es que para nosotros como seres humanos resulta muchas veces bien doloroso tomar decisiones porque estamos renunciando a todo lo demás, y a veces esto ya no regresa. Aunque parezca precipitado decirlo, mientras más limitadas tenemos las opciones, más nos acercamos al final de nuestra vida.
Se nos hace tan difícil decidir porque a nivel inconsciente nos negamos a aceptar las implicaciones de renunciar. Sin embargo, al igual que cualquier otro tipo de habilidad, también es posible aprender a tomar decisiones. La autonomía y la capacidad para decidir se van desarrollando a lo largo de la vida e implican un proceso de aprendizaje continuo, un proceso que también se puede potenciar si cuentas con el asesoramiento psicológico adecuado o con las herramientas adecuadas.
Tengamos presente, que tomar decisiones difíciles requiere de mucha disciplina, hace falta disciplina para que estemos listos a tomar decisiones que nos acerquen cada día a nuestros objetivos, y para saber gestionar las emociones ante situaciones adversas y complicadas.