El país continúa viviendo erráticamente entre el autoritarismo y la anarquía social. El presente social, generación tras generación, ha sido y es, realidad y ficción, no tiene cara definitiva, es rostro maleable e indócil, es ayer, hoy, mañana, es futuro impenetrable: obedece a las mentes y a las manos diversas que lo esculpen.
Si esas manos y esas mentes viven en la anarquía, el resultado es un presente anárquico: la planificación del presente ha sido entre nosotros nube pasajera. Si esas mentes y esas manos son autoritarias, el resultado ha sido y es, una sociedad autoritaria.
En efecto, la anarquía y el autoritarismo han ocupado los grandes espacios sociales de nuestra nación en su mejor siglo: el siglo XX. Su única virtud ha sido el cambio. Cada persona, familia, escuela, empresa, institución, sociedad, estado, forman hoy una nación, abrazados por momentos de esplendor y momentos de tristezas, que nos vienen desde dentro, cada uno por separado y eternamente juntos, formando un resumen de anarquía y autoritarismo.
En tiempos de Trujillo, tiranía al fin, lo oficial prevalece sobre lo cotidiano. Mensaje para la familia: «En esta casa Trujillo es el Jefe». «Dios y Trujillo». Mensaje para la escuela: «la escuela pública de Hostos no conviene, es desterrada por decreto. Adiós a la única escuela pública que unió a teoría y práctica». Mensaje para la empresa: «si estás bien con el gobierno estás bien con tu empresa». Mensaje para el Estado: «Centralismo, autoritarismo, corrupción nepótica, creación de cortesanos».
En fin, un resumen de anarquía y autoritarismo. Trujillo dislocó a la República, le terminó de crear un sólido cauce autoritario. 31 años de guillotina y como una niebla pesada gravita el miedo gris sobre los rostros.
Y nada rebaja tanto a los pueblos como el miedo. No me extrañaría que lo llevemos algún día al Panteón Nacional, junto a Pedro Santana.
El país ha seguido dando tumbos, en anarquía, sin proyectos propios, y no ha podido quitarse de encima el autoritarismo.
El ciudadano común quedó maleado por dentro, marcado en sus conductas, delegando en terceros o en el Estado, la solución de sus problemas. Una nación que ha vivido sin sociedad civil, sin comunidades, porque esta ha delegado sus derechos en terceros. Decimos estar en transición política: disolutos, en anarquía, autoritarios, ahora con libertades formales, globalizados y sin un proyecto nacional de desarrollo.
Pobres y ricos reclaman un proyecto nacional de desarrollo. Nadie actúa todavía en ese sentido.
Nuestra conciencia histórica nació ligada a Occidente. Durante el período colonial: 350 años de fracasos, crisis, abandono administrativo, despoblaciones e invasiones extranjeras. Ni la población ni la riqueza crecieron. Desde 1844 hasta 1961: las constantes montoneras: la población y la riqueza apenas crecieron. Los mejores años de la República: los últimos 40 años. El azúcar hasta 1975. Y ahora la economía de servicios. En el siglo XX la población creció en un 700% y la riqueza aún más. Nuestro producto bruto interno es hoy de 350 mil millones de pesos. Vivimos nuestro mejor momento económico: ya somos un país de desarrollo medio al nivel mundial.
Pero, con familias destruidas, escuelas ineficientes, empresas corporativas, instituciones frágiles, Estado corrupto e infuncional. Trujillo, el gran sembrador, pasó dejando huellas profundas. Quedó viva su ficción, la conciencia de lo devastado y como jefe, nos persigue todavía como un fantasma en pleno siglo XXI, con todos sus defectos. El alba republicana se inventó con la tragedia: primero el caudillismo, la obra suprema de nuestras modernas torpezas, donde Trujillo es su más acabado resumen en el siglo XX.
Desde entonces, nuestros intelectuales comenzaron a mirar hacia el pasado, de manera autocrítica, para preguntarse que habíamos sido. De esa larga mirada nació una concepción pesimista de la historia dominicana. Los mejores intelectuales dominicanos del siglo XIX y XX, han sido grandes pesimistas frente a la posibilidad del presente.
Hoy mismo, muy pocos intelectuales corren en «mañanas radiantes». Si pensamos en términos históricos, hemos vivido en la edad de hierro, cuyo acto final ojalá sea el siglo XXI; si pensamos en términos morales, hemos vivido en la edad del fango: los liderazgos políticos han llevado al país al fango de la corrupción, a la disolución de la familia y de la escuela, han maleado a los ciudadanos, han carcomido la credibilidad en las instituciones. Hasta la Iglesia fue carcomida por Trujillo. ¿Los que vivieron esa época, no recuerdan en cada hogar, aquella plaqueta de bronce que decía «Dios y Trujillo»? Los que vivimos en este fin del siglo XX, de democracia de palabra, hemos tenido la oportunidad de leer, muy atentamente, la declaración jurada de nuestros funcionarios. El siglo XX fue para los dominicanos, la edad del hierro y la edad del fango, el siglo de la anarquía y el autoritarismo, pero el siglo de mayor auge económico.
El siglo XXI, no hay que ser muy inteligente, lo será el siglo de nuestras comunidades. ¿Por qué nos sorprendemos ahora de que exista una delincuencia generalizada, de que ningún partido esté dispuesto a cederle un lugar honorable a las comunidades? Nuestro país ha estado enfermo durante siglos: ha enfermado por falta de comunidades activas. Ha vivido entre dos grandes fuerzas sociales y humanas: la anarquía y el autoritarismo. Nos queda la opción de las comunidades, como en los países ricos. La democracia económica y política será obra de las comunidades, al igual que en Estados Unidos, Europa y el Japón.