Andamos cada vez peor

Andamos cada vez peor

Fabio llegó a su casa y dijo que no se sentía bien. A su edad todos padecemos de algo. Lo habían tratado por problemas del corazón pero ¿quién no toma pastillas para compensar una u otra deficiencia?

Después de conversar entró al baño.

Miriam y yo habíamos iniciado la sesión nocturna en la terraza situada en la parte atrás de la casa. Desde nuestra terraza se ve la sala del segundo piso de la casa de Fabio y Cristina.

Veíamos una película de las que proyectan sin anuncio en uno de los canales de televisión por cable.

Los ruidos de la noche se quebraron con agudos gritos ininteligibles que  aumentaron desesperados, algunas personas corrían dentro de la casa del vecino.

En 1992, cuando nos mudamos a la avenida Bolívar 66 tuvimos la suerte de encontrar a Fabio como vecino. Sus hijos Carlos y Cristian e Iván Emilio, nuestro nieto de mayor edad, hicieron buenas migas.

Con Fabio era fácil llevarse bien. Era ese tipo de vecino ideal;  lo conocíamos de antes de ser vecinos.

Llevaba su negocio sin aspavientos.

Una vez Nieves Cristina, nuestra hija,  acompañó a Fabio y Cristina, su esposa, a comprar en una feria en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos.

Cuando nuestro hijo mayor, Julio Heberto, fue a vivir a Orlando, un hermano de Fabio era vecino o vivía cerca de nuestra sobrina Miriam Socorro Martínez Guzmán.

El padre de Fabio tenía una librería primero en la calle Mercedes y luego en la avenida Bolívar 68. Los libros estaban, como quiera, donde quiera,  dentro de una organización tan especial que sólo él sabía dónde se hallaba el ejemplar solicitado.

Vendía libros de texto para universidades; metía las manos debajo de una pila de ejemplares de ingeniería y hallaba, sin dudar, el ejemplar de anatomía que buscaba.

Miriam, mi mujer, corrió al teléfono, marcó el 911 y cuando le contestaron explicó la urgencia de la llamada: Fabio se cayó en el baño y rompió la bacineta del inodoro con la cabeza.

Luego de las explicaciones y de que el interlocutor identificara a Miriam como la señora de los pudines, dijo: ya sale la ambulancia para allá.

Nieves Cristina, e Iván Emilio, mi nieto, corrieron a casa de Fabio y ayudaron a Cristina  con el cuerpo moribundo de aquel hombre de unas 210 libras que yacía en el baño de su casa.

La ambulancia nunca llegó. Fabio llegó muerto a la clínica. Nadie sabe si se hubiera salvado de llegar la ambulancia a tiempo.

Uno se pregunta ¿qué carajo es lo que funciona bien en el país? ¿Dígame una cosa?

¿Aún queda capacidad de resistencia?

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