Anécdotas forenses

<P>Anécdotas forenses</P>

Los pueblos como conglomerado humano comparten entre sí ciertas características en común, sin embargo, tienen también rasgos distintivos que les permiten diferenciarse entre sí. 

Una de las primeras sorpresas que uno se lleva al respecto es cuando sale de su país y se encuentra  con un desconocido que le pregunta: ¿Eres dominicano?  A lo que respondemos con otra interrogante ¿Y tú porqué lo sospechas? a lo cual nos responde:  por el acento peculiar que tienen ustedes los dominicanos.

Pero no es solamente por la forma de hablar que nos distinguimos de otras nacionalidades, además están  nuestros hábitos alimenticios, deportes, manera de vestir, música, así como  otros rasgos no menos importantes.   El  campo médico forense no escapa al carácter sui géneris  del criollo. Así como se conoce del caso de una familia que arrebató de la morgue de un hospital el cadáver de un pariente para luego trasladarlo en una motocicleta hasta su hogar, narramos aquí la situación en reverso.

Unos padres acongojados y tristes, cargaron desde una funeraria con el cuerpo sin vida de su adorada hijita,  llevándolo a  la sede del Instituto Nacional de Patología Forense. Querían ellos conocer la verdadera causa que produjo la muerte de la niña. Otro fue el caso de una señora  testigo del desplome  brusco de una compañera de trabajo. Aquella mujer se envalentonó, montó en su vehículo a la moribunda y se dirigió hacia el hospital más cercano, percatándose en el  trayecto de que su amiga había fallecido, reorientó  sus pasos hacia Patología Forense, adonde depositó a la recién fenecida. Antes de que el personal  del centro lograra percatarse del hecho la conductora había desaparecido del lugar. 

En otra ocasión dos profesionales de la salud quienes hicieron acto de presencia en nuestra oficina ya que supuestamente otra colega les había asegurado que este servidor tenía la potestad para cambiar la realidad de los hechos verificados en una autopsia. Al ellos percatarse de que nosotros no teníamos ese dechado de “virtudes” que me achacaban optaron por retirarse, sin que hasta el sol de hoy hallamos vuelto a  saber de su paradero. 

Una vez  nos tocó ir al cementerio municipal de Baní a realizar una autopsia a un anciano de 86 años encontrado muerto en su finca. La familia acusaba a los propietarios de los terrenos colindantes de ser los matadores del ahora occiso. Tan convencida estaba aquella familia que nos dijeron que solamente necesitaban la confirmación de los peritos forenses para ellos hacer justicia en el acto. Nos prometieron que concluido el  experticio nos servirían un chivo guisado que estaban cocinando.

La necropsia evidenció un infarto de miocardio a consecuencia de una enfermedad arteriosclerótica coronaria avanzada.  Aquella noticia fue la de Troya; hubo protestas  y rechazo al veredicto científico. Nos dejaron sin almuerzo , tal vez debido a que el chivo prometido se les escapó de la olla y quizás todavía ande corriendo por los cambronales de Azua, San Juan de la Maguana, o quién sabe si se internó en el vecino Haití. Lo cierto es que tuvimos que venir a llenar los hambrientos estómagos a la ciudad capital.

Todo este anecdotario forense también es parte del folclor dominicano.

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