SAN JUAN PR. Desde hace más de una década, el profundo deseo de penetrar la íntima esencia de la realidad parece ser la fuerza determinante en la práctica pictórica de este reservado y excepcional pintor, dibujante, grabador y escultor, formado en la Escuela de Artes Plásticas del Instituto de Cultura Puertorriqueña, bajo el influjo directo de maestros rigurosos y consagrados, tales como Fran Cervoni (1913 2001), David Goitía (1932), José Alicea (1928) y Julio Suárez (1948).
Exitoso transmutador de los fermentos más notables del Expresionismo Abstracto y de las viejas vanguardias posinformalistas. Acechador del vasto complejo de la Realidad interior y exterior. Pro curador del sistema nervioso de la Tierra. Pasante cósmico. Topo de la memoria y la pasión. Romántico agonista en el fértil abismo de lo incierto. Fugitivo de la antropofagia que sella la limitante ideológica predominante en el espectro de la cultura visual latinoamericana del siglo XX.
Angel Guzmán practica la abstracción lírica al borde de la autofagia. En sus pinturas negras Goya ha devorado a Saturno. Pero el puertorriqueño se devora a sí mismo, se desvanece y renace plásticamente como un nuevo fénix en el Apocalipsis del médium. Ahora hay que aproximarse a la pintura como polivalente ejercicio de identidad y diferencia. Escritura altera, pasmosamente planetaria. Génesis recóndita y turbulenta de un reino nítidamente conceptual. Patria erógena, preñada de experiencias, pulsiones, recintos originarios, utopías y ritmos aglutinantes. La pintura como maravillosa cifra material del júbilo de la melancolía y de la pura subjetividad de Angel Guzmán.
Extasiados sobre los filamentos del enigma y la sorpresa, advertimos El Parto de las Musas de Angel Guzmán en la galería (La Casa del Arte, #422 Ave. Muñoz Rivera, Hato Rey, febrero 12 marzo 6, 2004) como cifra dialógica de la cadencia energética de un Behique fugitivo, cuya presencia activa proclama desde hace más de una década su inminente contextualización junto a los más lúcidos representantes de la pintura abstracta latinoamericana de la actualidad. El proceso del parto no se concibe sin dolor y para Angel Guzmán el ejercicio ético de la imaginación es lo mismo que parir, dar a luz, alumbrar, germinar claridades o realidades estéticas únicas a través de la vigilia sublimada y comprometida.
Así, en El Parto de las Musas hay unos niveles de ejecución que exponen de manera elocuente el acento de genialidad característico de una buena parte de la producción pictórica de Angel Guzmán. Es cierto que sus materiales están todavía en el límite de la pintura, pero su impulso desborda lo material y lo visible. De entrada, lo que nos incita frente a una serie de pinturas excepcionales, tales como las tituladas Midas, Maquinaria Cósmica, Radical Libre, La gloriosa resurrección de Agüeybaná el Bravo, Gestación de la Libélula, Empresario de Metal, Rembrantdza y Formas intimistas, es la suma de emociones, ideas, sensaciones, ensueños y alucinaciones que se introducen en nuestro espíritu. Se dispara en nosotros el goce del asombro, la percepción de relaciones, la extraña excitación que lleva a escudriñar el caudal imagetico de la microfísica plástica sin que jamás lleguemos a agotar su significación.
Angel Guzmán concede un valor esencial a los misterios de la técnica pictórica tradicional, pero instinto e intuición constituyen procedimientos definitivos a la hora de la potencia del color y de la vehemencia del gesto creador. En los trabajos señalados, los pigmentos están sometidos a un perpetuo proceso de fusión y alteración. Las amalgamas doradas, rosas, fucsias, violáceas, amarillas, azules, plateadas o cobrizas, traspasan sus vertiginosas emanaciones vitales a los empastes tonales de colores minerales, pétreos, metálicos, plomizos y oxidados.
Midas es la preciosa cifra de un universo autógeno y germinal. Al igual que muchas de las pinturas de Angel Guzmán, esta pieza tiene un diseño resueltamente constructivo y en este elemento reside el poder sugestivo de su mutante previsión de imágenes. Parafernalia gestual de lo informe en constante flujo y transposición. Mágico y terrible vellocino bidimensional. Módulo energético. Fragmento condensado del aura brillante, metamórfica y enigmática…
Empresario de metal es la efigie del fracaso, de la ruina, del simulacro del Cyborg y su crítica cofradía de seres replicantes. La fría amalgama gris metal que fija el instante poshumano.
La gloriosa resurrección de Agüeybaná El Bravo es una imagen o extracción simbólica clarificada. Aquí los empastes tonales son abiertamente afectivos, profundamente sentimentales y emotivos. En la atmósfera épica estalla el ritmo de la sangre, la luctuosa evocación de la memoria y del signo ancestral a través de una gramática pictórica de efecto profundamente conmovedor. Parecería que en esta pintura Angel Guzmán ha querido dar consistencia existencial a una imprevista tentativa estética que no procede de la razón o del conocimiento del pasado, sino del eterno presente, que es siempre nuevo y maravilloso. Asimismo, resulta evidente que en la implicante invocación el artista practica su ejercicio retando su propia capacidad, como si hubiese puesto en acción un mecanismo definitivamente peligroso con objeto de crear esta nueva realidad, esta nueva vida, esta nueva imagen cargada de poder y de deseo.