Angel Miolán «In memoriam»

Angel Miolán «In memoriam»

De niño, recién decapitada la tiranía trujillista, solía escuchar en las emisoras de mi pueblo natal, Mao y las de Santiago, sobre las vicisitudes que pasaron en el exilio los enemigos del régimen, y entre esos nombres hubo uno que me quedó grabado para siempre por ser dajabonero o vecino noroestano.

Recuerdo haber visto la foto histórica en los principales diarios del país, cuando arribaron al mismo el 5 de julio de 1961, él, Nicolás Silfa y Ramón A. Castillo, quienes soportaron estoicamente 31 años interminables, enfrascándose en actividades riesgosas, que fueron socavando el régimen al cual designios humanos y divinos le tenían reservado el ajusticiamiento del 30 de mayo de 1961.

Luego pasando el tiempo seguía escuchando sobre su rol protagónico en comisiones de organismos internacionales como la OEA, entre otros.

Cuando vine a estudiar medicina a Santo Domingo, asistía a los desfiles del festival del Merengue en la Ave. George Washington, donde le conocí siendo director de Turismo. No  existía la infraestructura hotelera de hoy.

Para mí fue un privilegio por ser él un arquetipo de honradez, caballerosidad y dignidad que brotaban como efluvios de su personalidad.

Pero donde empecé a tratarlo de cerca fue en el Ateneo Dominicano, que presidió por poco tiempo en los años 90, siendo quien suscribe miembro de la directiva. En dicha docta institución, inició una cruzada para rescatarla pues habrá caído en una especie de limbo institucional y sufría al ver que la otrora meca de la cultura de este país, por la que desfiló lo más granado de la intelectualidad y los artistas dominicanos (Salomé Ureña, Fabio Fiallo, Hostos, Federico Henríquez y Carvajal, Américo Lugo y visitantes de la estatura de José Martí), languidecía. Murió con ese anhelo.

Asistí a muchas de sus brillantes conferencias sobre el exilio y luego sobre turismo y pude aquilatar que se trataba de un prohombre a carta cabal, un ser de reciedumbre sin dobleces, un corazón sano, de humildad acrisolada y su espontáneo acercamiento a la juventud, para inculcar en las nuevas generaciones, ese espíritu revolucionario y libérrimo que le infundia aliento. Debo aclarar que lo que aparenta ser un exceso de loas o apologías, no lo es.

Luego compartí varios de sus cumpleaños con la familia y percibí que era paradigmático el profundo respeto que profesaba a su esposa, hijos y nietos. Don Angel Miolán fue un ser tan singular, que murió en las mismas condiciones económicas que vivió la mayor parte de su vida, con una exigua pensión estatal que no alcanzaba para mucho. De lo que estoy seguro es que los avatares de la vida pulieron su alma hasta la excelsitud, pues su conducta impoluta es el rico legado que nos deja con su partida física. Los hombres de su estirpe están en vías de extinción.

Que el aroma más puro del incienso y la mirra sagrada perfume sus cenizas y la luz perpetua le ilumine.

*El autor es médico, profesor Universitario y escritor.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas