Ángel Rafael Lamarche no solo fue un prolífico y gran escritor, orador, poeta, maestro y editor sino decidido nacionalista contra la Ocupación Norteamericana de 1916-1924. Fue además forjador de varias generaciones de periodistas, ensayistas y narradores. Sin embargo, es poco recordado en el ámbito literario y el homenaje póstumo que recibiría, ser recordado por una calle, fue anunciado, más no ejecutado.
Fundó revistas, hizo de traductor en el extranjero y publicó alrededor de diez libros, pero es escasa su presencia en las antologías. Balaguer le dedicó estas líneas en su Historia de la literatura dominicana: “Autor de “Siempre”, breviario sentimental escrito en prosa poética, y de crónicas e impresiones de viajes que pueden incluirse entre las mejores obras de su género”. Su obra más celebrada es “Cuentos que Nueva York no sabe”, reeditada recientemente por Miguel D. Mena. De las demás se habla poco.
Por la alcurnia de quienes fueron sus padrinos, el expresidente Horacio Vásquez y la ex Primera Dama María de los Santos Domínguez, esposa de Juan Isidro Jimenes Pereira, que también gobernó el país, se infieren sus elevados vínculos políticos y sociales. Entre sus ascendientes hay reputados intelectuales. Cuando murió, en 1962, el panegírico lo pronunció Viriato Fiallo, entonces connotado líder de la Unión Cívica Nacional. Estos detalles hacen más inexplicable su olvido y la indiferencia de muchos autores ante su obra.
Ángel Rafael no dejó descendencia. En la crónica de su fallecimiento se da el pésame a su hermana María Blanca Lamarche, maestra del Conservatorio Nacional de Música, y a sus sobrinos Juan Miguel, María Teresa y Blanca María Lamarche Patín. No aparecen fotos suyas en archivos, fototecas o enciclopedias.
La única conocida es la que ilustró la noticia de su eterna partida.
“Maestro y animador” El maestro, que dejó también su producción intelectual en la prensa dominicana, sobre todo en el Listín Diario, del que fue editor, nació el 27 de noviembre de 1899, hijo de Ildefonso Ostermán Lamarche Marchena y María Teresa Lluberes.
En 1916 comenzó a colaborar con la Revista Renacimiento.
Tomó parte activa como orador y escritor en la campaña antiintervencionista de ese año hasta la salida de las tropas yanquis.
Con más de 20 jóvenes se integró a la asociación literaria “Plus Ultra” y fue uno de los principales redactores de su órgano de expresión, “Claridad”.
En su madurez tuvo a su cargo la sección “Panorama internacional” en el Listín Diario. Luego residió algunos años en Nueva York donde se desempeñó como traductor literario.
“Es uno de esos seres excepcionales que pasan por la vida sin causar un solo dolor, sin hacer derramar una sola lágrima”, dijo Viriato Fiallo sobre Ángel Rafael, en el cementerio al que acudieron funcionarios, comisiones de asociaciones literarias y culturales, allegados, amigos, diplomáticos. El deceso se produjo el 16 de mayo de 1962.
Lamarche publicó: “Siempre, El libro de la madre muerta” y “Cuentos que Nueva York no sabe”, y dejó inéditos: “El corazón es todo y uno”, “Pero en la tierra los hombres”, “El corazón es terco” y “Una novela corta” (novelas). También “Los ojos en el mundo” (ensayos críticos), “Nuestra poesía” (publicada en México), “Historia de la aparición de la virgen de La Altagracia”, laureada en el centenario Pro-Coronación, en 1922. Tenía en preparación: “Desde la torre de mi sinceridad” (crónicas, ensayos y cuentos), “Las gestas del reino interior” (poemas en prosa), “La vid que rezuma” (cuentos), “Historia de una nacionalidad” (estudio sociológico), “El libro de la vieja urbe” (crónicas noveladas), “El mundo que yo he contemplado” (crónicas) y “El impulso y la valla” (novela).
“Siempre, El libro de la madre muerta” lo escribió a la memoria de doña María Teresa Lluberes de Lamarche. Dice, entre otras sentidas confesiones: “Hay libros que se escriben para el público. Este, por el contrario es un libro íntimo. Íntimo, subjetivo, personal, empieza y concluye en el alma y aun no requeriría que se le publicara si no fuera porque a veces los sentimientos más profundos ordenan que se les exteriorice”.
Define a su progenitora como “tierna y austera, infantil y grave, cándida y experta… En sus hijos lo fue, lo ha sido todo… Ella total y milagrosamente nació para madre”.
“Hombre de pureza, de bondad y de cultura, Ángel Rafael Lamarche era no solo un notable escritor sino un maestro y un animador en cuyo tranquilo hogar todos los que llegaban encontraban acogimiento, consejo y estímulo para la labor intelectual”, significó El Caribe en la reseña póstuma. Esa residencia estaba en la César Nicolás Penson número 36, donde cerró sus ojos para siempre.
La calle. El ocho de julio de 1992, el Ayuntamiento del Distrito Nacional tomó en consideración que Ángel Rafael Lamarche “fue un notable poeta de nuestro parnaso que con sus publicaciones contribuyó a desarrollar la vida literaria de jóvenes que hoy son glorias de las letras dominicanas” y que “fue un mecenas fructífero y patriarcal para esa juventud”.
En la resolución número 50/92 el cabildo resolvió designar, “como al efecto designó”, una calle de Santo Domingo con su nombre. Pero esta no fue localizada. Quizá no existe.