Ángela Peña – Abril y la ciudad

Ángela Peña – Abril y la ciudad

Después de la revolución de abril de 1965 hubo un intento consciente de quitarle el significado ideológico a Santo Domingo, por obra de Joaquín Balaguer. Tres puntos de significación histórica por su relación con la revuelta fueron transformados: el parque Independencia, la fortaleza Ozama, la cabeza del Puente Duarte. La modificación fue acompañada del trazado de la avenida 27 de Febrero que constituye un componente ideológico de cómo se construye la ciudad en los sistemas dictatoriales.

Omar Rancier, arquitecto, urbanista, hizo las consideraciones al agotar un turno luego de la excelente exposición sobre “Imagen, ciudad y modernidad”, de Miguel D. Mena, en el Palacio Consistorial. En abril, comentó, el puente Duarte se convirtió en casco de botella y la capital pronto fue tomada. La actual construcción de la 27 está conformada, añadió, para dar salida y entrada rápida a Santo Domingo. “Fue idea de Balaguer darle otro sentido al espacio, con una motivación ideológica”.

Miguelín congregó en el simbólico sitio de la Zona Colonial a un público numeroso que colmó el salón. Las sillas que se agregaron fueron insuficientes. Profesionales y estudiantes se tiraron al piso o buscaron asiento en las escaleras. En todos eran evidentes amores y dolores por este entorno que se pierde. Efraim Castillo, co-autor de uno de los libros que esa tarde se ponían en circulación (Los años de la arcilla. Haceres literarios de Efraim Castillo), acompañó al disertante en sus nostalgias y remembranzas, documentando la concurrida charla con la precisión de sus datos y nombres, exactitud que es ya proverbial de su memoria lúcida.

Casi todos, panelistas e invitados, concluyeron en que la revolución transformó la ciudad. Dos personas del público rebatieron la afirmación. Antes de que se destruya esta ciudad hay que fotografiarla, clamó Miguel y aseguró que los mapas mienten, poniendo como ejemplo la anulación, en todos, del muro de La Atarazana. Pidió pensar esta ciudad con un concepto de ofensiva, con propuestas de rescate porque, después de Balaguer, “el gran negocio ha sido acabar con esta ciudad”, enfatizó, agregando que las personas que más cuestionaron el orden citadino, como René del Risco, sucumbieron.

“En la poesía dominicana de los sesenta no existe la ciudad, y en los ochenta es un espacio no explorado”, aseguró. El “commander” Castillo extrañó las playas, los ríos, campos y otros lugares de esparcimiento y “maroteo”, ya desaparecidos o urbanizados.

Sociólogos, regidores, urbanistas, artistas plásticos, productores de televisión, escritores, arquitectos, ingenieros, emitieron reveladores pareceres en el debate doblemente ardoroso: por lo encendido de las ideas y por el calor reinante en el ambiente.

Estuvieron presentes, además, Pablo Morel, Pablo Bonnelly, Pedro René Alfonso, Linda Roca, Chiqui Vicioso, José Israel Cuello, Jimmy y Maritza Hungría, Tony Capellán, Gabina Alcántara (la mamá de Miguelín), Limber Vilorio, Fernando Valerio, Onofre de la Rosa, Carlos Castro y otros intelectuales así como estudiantes de arquitectura de la UNPHU y de UNIBE.

Miguel puso en circulación, también, el Diccionario de las Letras Dominicanas. Poética de Santo Domingo, Devenir Moderno. Santo Domingo. Su poesía. Antología de poesía urbana dominicana.

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