Angela Peña – El corazón del ñame…

Angela Peña – El corazón del ñame…

El ñame, ese alimento misterioso, impredecible, metamorfósico, parece haber tenido algún momento de esplendor en la historia de América, pero en lenguaje, que lo muestra burlado, despreciado, asociado a todo lo defectuoso, inservible, irrazonable, indelicado, infame. Elemento de perturbación para el vocabulario español podrían haber sido los esclavos negros que entraron a la isla desde los comienzos del siglo XVI, dice Pedro Henríquez Ureña. Ellos trajeron el ñame y tal vez por tratarse de viajeros de casta considerada inferior, el tubérculo no sólo fue desairado como sustento, también se convirtió en objeto de mofa y chanza en el idioma.

Aunque fue recientemente cuando la palabra recobró su vigencia, su popularidad es tan antigua como la llegada de la planta a Santo Domingo. El ñame, aborrecido, menospreciado, vilipendiado, no ha desaparecido, ni desaparecerá, empero, de la dieta del dominicano. Se ha impuesto en el menú y presta oídos sordos a quienes lo denigran porque está seguro de su poder alimenticio, de su riqueza nutricional. Es indiferente a la opinión contraria y se mantiene ahí, empolvado, en cantidades industriales, rodando en los inmundos espacios del mercado, engalanado, bien envuelto y sacudido en las góndolas del súper.

Es capaz de dar fuerzas increíbles al que lo prefiere y llega hasta a convertir en obesos a los que se hacen adictos a su consumo, por eso muchos endocrinólogos lo eliminan del menú de sus pacientes rollizos.

El ñame es eficaz, activo, enérgico, fuerte, potente, vigoroso y pujante. Levanta a los débiles por falta de cuchara, aunque algunos después lo abandonan por el atentado contra la estabilidad de su peso.

No es de estos tiempos el calificativo de ñame para el que es incapaz, inhábil, inepto, impreparado, bruto. Tampoco son propias de los dominicanos estas acepciones, como no ha sido exclusivo de los criollos ese árbol de tallos endebles y hojas grandes, de corteza casi negra y carne parecida a la batata. Ñame es, además de incompetente, persona de pie grande. Algunos autores, como Carlos Esteban Deive, atribuyen esta descripción a los puertorriqueños. Patín Maceo y Henríquez Ureña, empero, la utilizan como dominicanismo.

Es Deive, en su Diccionario de Dominicanismos, quien ofrece la procedencia del significado de ñame que ahora se ha vuelto tan común entre los dominicanos. “En Cuba, persona inculta y torpe”. “El ñame (Dioscorea alata o sativa) es una planta de raíz tuberculosa comestible que se conoce en todos los países de la América tropical y que ha sido traída al continente por los esclavos africanos”, añade Deive e indica: “Ser alguien un ñame”. Cub., P. Rico. Ser muy torpe”.

Con la crisis económica y la ignorancia que cunde la República, el ñame ha recobrado valor en todos los sentidos: sacia el hambre que nos aniquila. Prácticamente define a una gran parte de la población pues, según Larousse, un ñamal es un plantío de ñames. No obstante, la expresión más aplicable a la República es la que describe el desaliento, la incertidumbre, el temor, la inseguridad, la desconfianza reinantes en esta Patria pese a las interesadas afirmaciones de quienes aseguran que aquí todo está bien: “El corazón del ñame sólo lo sabe el cuchillo” Anota Deive, como equivalencia: “Sólo el que sufre conoce la intensidad de su pena o dolor”.

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