Angela Peña – El hombre es de la calle

Angela Peña – El hombre es de la calle

Las dominicanas que no están casadas con un pepehachista, funcionario o ministro de este Gobierno, pensaron que con la dura crisis que enfrenta el pueblo por la indetenible carestía de la vida, los maridos infieles iban a recogerse. Pero parece que se equivocaron en su esperanza a juzgar por los celos, escenas en casas de queridas, asaltos alevosos en restaurantes y resorts, acecho en las entradas de discretas cabañas, persecuciones, sorpresas y hasta el pago de detectives para proceder al reclamo con pruebas en mano.

La infidelidad es una conducta del criollo y todo indica que no hay crisis que lo detenga en su arraigada costumbre de echar canas al aire. Creían las doñas que los retendría el alto costo de un motel, las subidas de precio de las cervezas o el alza constante de la gasolina porque ya no tendrían siquiera posibilidad de dar una vueltecita por el Malecón con la intrusa de sus desvelos. Sin embargo, esta desesperante situación que ahoga el bienestar de las familias no ha variado el sentir ni el comportamiento adúltero del macho criollo que parece realizar su hombría completando el bocado oficial en brazos extracurriculares. La compenetración con hijos y esposa, la estabilidad del hogar, la salud emocional de la prole, la felicidad de la pareja luce como si no les preocupara.

Mientras la ama de casa se desvive por hacer milagros con el presupuesto mínimo, él se las ingenia para solventar sus escapadas aunque frente a la esposa se convierta en el más rabioso crítico de las erradas ejecutorias oficiales. Sus “happy hours”, viajes vespertinos a playas cercanas o consumos etílicos en refugios de amor clandestinos son innegociables aunque peligre su condición de padre esposo y su hogar se derrumbe.

Para algunas señoras estos desvaríos de los pérfidos consortes son una enfermedad pero estudiosos de la conducta del dominicano concluyen en que es un hábito, parte de su cultura desleal, traicionera, alevoso y machista. Exhibirse con una chica hoy y otra mañana al margen de su cónyuge los hace más hombres frente a un público masculino que censura el que los socios de su club hagan vida en común con sus compañeras, a las que han terminado por bautizarlas con términos tan despectivos como la grúa, el yugo, el látigo, la arpía, mamá, la sanguinaria, en franco irrespeto a las uniones sólidas, al hombre responsable, reverente con la mujer que escogió como esposa, que ve el matrimonio como una empresa que debe venerar y hacer sólida con el ejemplo de su firmeza.

Aquí la sustentadora de la familia ha sido tradicionalmente la mujer. A ella le echan esa carga al casarse y debe convertirse en sostén doméstico, emocional, educativo y hoy hasta económico porque la superación femenina ha dejado muy atrás al marido que apenas tenía la obligación del diario.

Existe por eso una arraigada generación de niños que aunque no son gays, se doblan, por la ausencia de modelos varones y el contacto permanente con mamá y sus amiguitas quejándose del machazo que si suele quedarse un día festivo en casa, no es haciendo tareas escolares ni infundiendo valores morales. Está bajando un pote mientras tranca eufórico un juego con el doble seis o la cajita.

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