Angela Peña – Juan Bosch se cae a pedazos

Angela Peña – Juan Bosch se cae a pedazos

Es indignante ver el busto de Juan Bosch en la Plaza de la Cultura. No porque la obra guarde o no parecido con el notable escritor y político, según opinión de algunos que lo comparan con un mendigo enflusado, una caricatura, un pordiosero de saco y corbata que se asemeja más a Juan Antonio Alix que al fundador del PLD. Eso es ya asunto de concepción artística que podría ser motivo de discusión.

Lo que molesta es el estado en que se encuentra la producción. Parece haber sido remendada, hecha a pedazos o por etapas, construida con material de calidad, por unos lados, y por otros con barro, sal y agua. El cráneo, en su parte trasera, da la impresión de que lo moldearon con arena sin cemento. Luce como un implante. Se despedaza, lleno de cicatrices y hoyos, con disecciones en todas direcciones.

Aparte del embarre exagerado que han hecho con lapicero a sus facciones, la obra está opaca, perdió el lustre, si alguna vez lo tuvo. El brillo en la parte delantera, que es la más pulida, se esfumó. Un lado de su base se quebró y desapareció junto a trozos de la nuca y el rostro.

Las demás esculturas de la Plaza no se han deteriorado a pesar de las inclemencias del tiempo, del irrespeto de los estudiantes, de los años. Pedro Henríquez Ureña recibe mantenimiento tan esmerado como las representaciones de aire, agua, fuego y tierra que se observan nítidos, recién pintados, al igual que los bancos colocados en la pequeña plaza donde se exhiben. El notable humanista tiene busto a la entrada de la Biblioteca Nacional.

Así de bien conservadas están las estatuas de Salomé Ureña, Hostos, Cervantes, Sor Juana Inés de la Cruz, Lemba, Bartolomé de las Casas, Enriquillo y otras que han resistido los graffiti y el cariño de los alumnos consagrando en ellos, irrespetuosamente, sus cariños. Es que todos fueron realizados con material de primera, resistente a las lluvias, los vientos, sol, calor, frío, contrario a la pobre representación de don Juan.

Del busto de Bosch dicen que la concepción de su perfil, su cara, su expresión, no son exactos, que las orejas son exageradamente grandes, que no se parece y que sólo se percatan de que es él por la inscripción en la placa. Pero eso no es vergonzoso. Lo que conmueve es que se concibiera la obra en material tan efímero y más aún, dejarlo ahí hecho trizas, como un leproso de cemento al que se ve despedazar con irreverencia, sin ningún dolor ni arrepentimiento.

Este busto no es un reconocimiento. Es un monumento a la chapucería, un homenaje a la indiferencia. Una burla.

Por sus aportes a las letras, el profesor Juan Bosch es acreedor de miles de estatuas que lo presenten a las nuevas generaciones interesándolas en conocer su producción que lo ha proyectado como figura universal de la literatura. Pero no en una muestra que parece haber sido ejecutada con el resultado de una infeliz colecta pública o para salir del paso y que, además, no ha recibido atenciones ni cuidados como si el homenajeado, en vez de admiración, inspirara el resentimiento en los que deben preservar la pretendida concepción artística.

Si fuera pariente o doliente pediría, respetuosamente, que la retiraran.

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