Pocos dominicanos conocen Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca, escrito por Manuel Rueda, un libro que mereció el Premio Tirso de Molina en 1995, y fue publicado un año después por Ediciones de Cultura Hispánica y la Agencia Española de Cooperación Internacional, de Madrid.
No circuló en la República. No se vendió en librerías. Aquí llegaron tres ejemplares, uno para el autor y los otros para sendos amigos suyos entrañables. Cuando fue laureado, la crítica internacional desplegó una cadena de elogios para ese dominicano excepcional y prolífico que concibió con maestría, en dos jornadas para teatro, la vida y la muerte de la segunda hija de los reyes Fernando e Isabel cuya única locura consistió en amar sin reservas, con demasiada vehemencia al ingrato Felipe el Hermoso que ocultó a la perfección sus mezquinos intereses para confundirla, embargándola en un amor enfermizo por el que la bella Juana perdió clase, nobleza, compostura.
Ven a mí, tú, señor de mi corazón y de mi carne. Ven a darme el calor que necesito con tu boca de brasa y tu sexo, fuego líquido que traspasa mis noches. Misericordia a ti, que me hieres y me enciendes con el arrobamiento de tu amor. Ven a esta sierva que te espera en su tálamo nupcial. Tuya, tuya, siempre tuya, exclama Juana hasta desmayarse en su prisión desesperada, delirando por el lejano esposo de su perturbación.
El sacerdote se ruborizaba ante su turbadora revelación de que después de tres maternidades parecía que la dejaban virgen de nuevo, inédita para todos los goces, intocada para unas caricias exhaustas que se prodigaban con la desesperación de no poderse renovar de inmediato.
El libro no es un mero recuento de la vida de esta otra Juana que Manuel presenta cuerda y lúcida para las estrategias del poder, con habilidades y destrezas que sus ambiciosos padres subestimaron con el cruel encierro, la separación del amado. Es una obra escrita con toda la rigurosidad que requiere un trabajo especial para las tablas. Los personajes, que encabeza Juana la loca desde los 25 años hasta la hora de su muerte, a los 76, Juana Joven, Felipe el hermoso, Reina Isabel la Católica, Rey Fernando, cardenales, marqueses, esclavas, nodrizas, músicos, damas, soldados, pueblos, coros y todas las personalidades involucradas en la tormentosa vida que en desgarrante alarido se fusionaba, joven, con Felipe, en un solo nudo de amor que palpitaba y se retorcía antes de caer al abismo del lecho. Tuya. Si: tuya. Para siempre tuya. Pero tú, que despertaste tanto fuego en mi sangre, tú que me abriste las puertas del paraíso, me has confinado a la soledad. Sé que has sabido fecundarme como es debido, pero ¿son los hijos suficientes cuando se trata del amor de una mujer y de un hombre?
Todos los detalles están bien previstos, perfectamente contemplados en la escenografía, dispuestos, como los gestos, movimientos, sonidos, acciones. El estilo, adaptado al antiguo español, es elevado, preciso, cautivador, que exhibió Rueda en su obra fecunda. La historia es puntual, exacta, aplicada con destreza al extenso reparto que recrea una historia de intereses y ambiciones políticas, de luchas por la corona, por el triunfo en la guerra, con una inocente víctima del amor: Juana, injustamente llamada la loca. Padre, mi vida ha sido una sucesión de prisiones: he estado presa de mi madre en La Mota, presa de Felipe en Bruselas, y ahora estoy presa de vos en Tordesillas. ¿No os dais cuenta? Los que más he amado son mis crueles verdugos.
Es una pena que los dominicanos no conozcan este laureado trabajo, insólito, que glorifica al país, porque es obra digna de uno de sus hijos más preclaros.