Angela Peña – La defunción del peso

Angela Peña – La defunción del peso

En 1982, Joaquín Balaguer utilizó dos símbolos como recursos de su candidatura a la presidencia de la República: un caldero vacío en señal del hambre que pasaba el pueblo y un billete de cien pesos para afirmar que la moneda dominicana se reducía a un simple pedazo de papel, criticando la política económica del Partido Revolucionario Dominicano. Con su estilo irónico exhibió y sacudió la papeleta y decía a Salvador Jorge Blanco, aspirante presidencial de ese partido, que si quería saber lo que valía, que fuera a una casa de cambio o supermercado y comprobara que representaba el cincuenta por ciento de su valor.

“¡Vedlo, flamante, limpio, fiel exponente de las últimas emisiones inorgánicas del Banco Central! Pero este enfermo que sólo necesita para sanarse, no de una inyección de penicilina, sino de una inyección de confianza, todavía respira, todavía puede caminar, aunque sea sobre una silla de ruedas; pero mañana ¿cuál será su valor? Si hoy respira, si todavía anda, es porque en el solio de los presidentes se sienta Antonio Guzmán, un dirigente perredeísta con ideas cortas o largas, pero con ideas definidas y con mentalidad conservadora”.

Mañana, en cambio “¿qué valdrá este billete, cuando la silla de alfileres sea ocupada por otro dirigente perredeísta?”, se preguntó, y contestó: “Pues entonces, fácil será predecirlo. Este billete valdrá tanto como un fusil sin balas, tanto como un pulmón sin oxígeno, tanto como el ala de una cucaracha, en una palabra, tanto como esto, como un copo de cenizas”.

El pronóstico balagueriano no alertó ni asustó al pueblo, que votó blanco, y el peso dominicano, desde entonces, comenzó a iniciar la historia de su devaluación. Ya hoy no agoniza, murió. Sólo falta que declaren por decreto que la moneda nacional es el dólar porque, como una afrenta a la soberanía, casi todos los comerciantes cobran y colocan los precios como si viviéramos en Nueva York, Puerto Rico o La Florida, lo que es una demostración de la falta de autoridad y de leyes de que adolecemos, por un lado, y de que el peso, como moneda dominicana, se extingue.

Sería injusto no reconocer al dictador Trujillo el respeto que inculcó a este peculio que comenzó en papeleta y terminó en metal, como también se faltara a la objetividad si no se admitiera que Balaguer fue un exigente estabilizador de la cotización del dólar.

Hoy, sin embargo, el peso dominicano es una pieza de colección, una reliquia, el recuerdo de los años más boyantes, cuando era tal su valor que se le comparaba con todo lo sólido, explosivo, consistente, firme, sustancial, fuerte, macizo: cáncamo, caña, aldaba, jáquima, cohete, tululú, tolete, clavao, bululú, se le decía exaltando su valía, y hasta se llegó a sublimizarlo al llamarlo como al Padre de la Patria, porque un peso fue también un Duarte, aunque el calificativo se lo diera la efigie del patricio.

Ya no está apalastrado, ni aguabinado, ni entontecido, ni agonizante. Murió. Un peso no es ni una menta. Como moneda nacional se lo tragó el dólar. Falleció y fue sepultado. Sólo falta firmar su acta de defunción.

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