Dicen que Lucía, la cadenciosa criolla con música de Machilo Guzmán que inmortalizó al ex presidente Joaquín Balaguer, fue inspirada en una preciosa dama de Santiago de apellido Brugal. “Lánguida, leve, sublime”, decía él que era esta musa cuya canción cantaron no sólo celebrados trovadores sino intérpretes populares con más pretensiones que voz y garbo.

Esta Lucía es ya un clásico de antología que evoca tímidos temblores, pechos femeninos, carnes transparentes, corrientes dilatadas, y que recuerdan a otro Balaguer: el poeta inspirado de calculada rima y contagiosos versos.

Hay, sin embargo, otra Lucía que hechizó al bardo y que motivó una elegía con el mismo nombre de mujer, muy parecida a la que fue llevada al pentagrama, tanto en sus letras como en su métrica. Llegó manuscrita en papel amarillento por los años a un fiel colaborador del ex gobernante. Balaguer la escribió y firmó con su puño y su letra el 16 de agosto de 1928. El leal asistente le bromeó hablándole de un vate que había escrito ese soneto y, al oírlo, el ya nonagenario líder reconoció su obra y reaccionó: “¡Lucía Durán!”. Así se llamaba, pareció recordar el líder reformista, la muchacha que a sus veintidós años interrumpía sus sueños. Esta Lucía no se conocía. Su poema, tan parecido al de su tocaya, no recibió el premio de la fama, no trascendió. Nadie, que se sepa, le compuso música. Se titula igual: Lucía.

“Es tu cuerpo tan tenue y delicado

y es tanta su esbeltez esplendorosa,

que parece que ha sido separado

del primoroso tallo de una rosa.

Dios, para hacerte angelical y alada,

buscó albor, en los mármoles egregios;

diafanizó tu planta perfumada,

hizo tu cuerpo musical de arpegios.

Tiene tal suavidad tu piel de raso,

que pienso que la tierra te lastima

y que puedo quebrarte como un vaso,

bajo el sonoro mármol de mi rima.

Se piensa al ver tu suavidad de espuma,

cuando en la calle pones tu donaire

que vas cual una flor, cual una pluma,

pisando levemente sobre el aire…”.