Angela Peña – Los culturólogos

Angela Peña – Los culturólogos

Precioso espectáculo el que está ofreciendo la ilustre intelectualidad de la República. Ahora el debate está centrado en quien firmó para, de paso, lanzarse trapitos al sol, desahogar viejos rencores, descargar resentimientos guardados. En cada campaña electoral, en cada anuncio de un Premio Nacional, tras cada decisión de un jurado que reconoce y galardona en metálico a un escritor, surgen estas garatas. Las páginas de Internet y las de los periódicos no sólo se llenan de desmentidos y aclaraciones. También se ha instaurado el dime y direte que se extiende a la televisión, la radio, las tertulias.

Y entonces se cuestiona el papel de la clase nacional pensante. Ignorantes preguntan si entre sus funciones está el poner, quitar, auspiciar candidatos a la presidencia de la nación. Si aportan votos, sus firmas. Si son tan decisivos, pesados, significativos, sus nombres. En realidad aquí hay tantos genios como señales de identidad figuran en esas incondicionales listas preelectorales.

Muchos eruditos contemporáneos han empleado los últimos años de su producción brillante para criticar a los sabios y doctos teóricos del Trujillato. Que si se plegaron a la dictadura, si pusieron sus conocimientos y sus obras al servicio de El Jefe, si descuidaron su creación luminosa para convertirla en loas al Perínclito, en fin, que no le sacan el guante a aquellos que por obligación, sumisión o alcahuetería rindieron homenaje simbólico al caudillo con el hermoso presente de sus letras y pensamientos enaltecedores.

Hoy no hay tiranía y los poetas, literatos, cuentistas, novelistas, dramaturgos, pintores, cantantes, muralistas, no están obligados a ser prosélitos de políticos con ambición de mando. Pero se parecen a los que critican en la incondicionalidad, aunque espontánea, voluntaria, porque ni los gobernantes, ni los aspirantes, obligan a apoyarlos pese a que algún celoso ministro supuestamente los haga aparecer “inconsultamente” en la palestra siguiendo el rastro de su presencia en las nóminas del Estado.

Los que desconocen aun cuál es, por fin, la misión de estas mentes preclaras, sienten curiosidad por saber a qué se debe este pleito entre suscribientes de dos parcelas opuestas. Opinan que en un país de tantos iletrados, mejor sería utilizar tanto talento, tal sapiencia para alfabetizar, orientar, enseñar, transmitir e intercambiar conocimientos y hasta para distraer los espíritus agobiados por los desajustes que presenta la vida.

Es indiscutible que la intelectualidad tiene poder moral, infunde respeto, despierta admiración. Los pensadores dominicanos han desempeñado actuaciones ejemplares en momentos de crisis. El pueblo los ha seguido y mandatarios despóticos y líderes opresores les han temido. Escritores y artistas arriesgaron sus vidas en situaciones convulsas de la historia reciente. Otros se inmolaron en su lucha por la justicia, el bienestar común. La posteridad los ha reconocido tanto por su obra como por sus gestos patrióticos. Fueron los héroes y mártires contra la injerencia extranjera, el autoritarismo, la imposición militar, el irrespeto a la constitucionalidad. Muchos apasionados trujillistas se reivindicaron tras el ajusticiamiento del tirano y estuvieron presentes junto al pueblo en las batallas por la libertad. En la tribuna o con el fusil.

Los hombres y mujeres que en la actualidad representan ese sector deberían ya detener esa polémica sin sentido que no los engrandece. La chismografía cotidiana forma corrillos contando horrores que ningún medio publicaría, por comprometedor, bochornoso, sin que los aludidos tengan la oportunidad de defenderse. Y de la difamación, aunque encubierta, siempre queda la duda.

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