Angela Peña – Miguelín y sus libros

Angela Peña – Miguelín y sus libros

Viene como siempre, cargado de ilusiones, deseoso de apreciar cómo siguen evolucionando la ciudad, la literatura, la amistad, que son sus grandes pasiones. Llega también con sus libros nuevos, los que nunca han faltado en sus 14 años de estar rodando entre Berlín y Santo Domingo. Es Miguel D. Mena, “el doctor Mena” para sus colegas alemanes y “Miguelín” para sus más íntimos, porque en verdad no le gusta ser llamado así por gente que nunca ha visto en su vida. En estos tiempos de limbo, cuando la sensación es de cámara lenta mientras la gente sigue intensificando sus tradicionales gritos al cielo, hablar con el editor de la conocida página Cielonaranja.com resulta refrescante.

“Hay que tener el alma bien puesta para no sucumbir a este arte de la queja, a esta confesión permanente de impotencia que caracteriza al dominicano”, cuenta Miguel, mientras busca asiento en el Parque Colón. A diferencia de muchos a quienes sólo se les puede ver en sus oficinas o residencias, el autor de “Almario urbano” prefiere, casi pone como condición, tomarse un café en El Conde y “chequear a la gente que pasa por ahí”, como siempre y como nunca, con sus monólogos, sus teatros, sus absurdos, sus sueños y pesadillas, sus dos bolas de helado o sus pompas de jabón.

Este viaje, dice, se decidió y armó en cuestión de horas, luego de una oferta única de una línea aérea. Debido a ese espíritu incombustible de editor que lo caracteriza, que lo ha llevado a publicar desde 1984 más de treinta títulos suyos y de otros autores dominicanos y extranjeros, no hubo que preguntarle sobre los nuevos que traía. “Presentaré dos libros, y si me alcanza el tiempo y es posible obtener algún tipo de apoyo, puede que incluso saque dos trabajos más. Se trata de un libro hecho sobre y con Efraín Castillo, Los años de la arcilla. Haceres literarios de Efraín Castillo, y otro de Manuel Valldeperes, un español dominicanizado, Letras y notas. Los otros textos son Poesía de Santo Domingo, una recopilación de textos sobre el espacio urbano, y un cd-rom, “Letras 2004”, la primera biblioteca digital de literatura dominicana”.

No encuentra limitada la idea de hacer esas obras en ediciones tan reducidas, muchas veces incluso sin saber él mismo la cantidad de ejemplares, y peor aún, sin disponer los mismos en las librerías. “El sentido común le exige al escritor pensar que sólo es posible la edición de mil ejemplares. En un país como el nuestro, tan pobre, eso es un lujo. Y lo digo no sólo por la cantidad de lectores, sino por los recursos que todo eso conlleva. La estrategia del cielonaranja, como antes lo fue la de “Ediciones de la Crisis” y “Ediciones en el Jardín de las Delicias”, fue el apostar por el libro que va de mano en mano, sin la necesidad de las grandes parafernalias editoriales”. Y agrega, tal vez de una manera mecánica por haberlo tenido que repetir cientos de veces en los últimos veinte años, que “lo importante es sacar uno, cinco, diez ejemplares, sin pensar en nada más”.

Al preguntarle por su interés por autores como Efraín Castillo y Manuel Valldeperes, Miguel destaca la manera curiosa de haber llegado a ellos. “A pesar de haber leído las cosas de Efraín, nunca había tenido contacto con él. Un día me encuentro con dos obras de teatro suyas de los sesenta, en el Instituto Iberoamericano de Berlín, que me impresionan, no sólo por su calidad, sino por el hecho de no haber sido tomadas en cuenta por ningún crítico literario. A eso se unió el interés por su obra de una profesora y crítica argentina, Nina Bruni. De ahí salió una entrevista que se fue extendiendo por más de cuatro meses, hasta fundirse todo en esta obra. De Valldeperes, aquel catalán que tanto hizo por nuestras letras, sólo se conocen sus crónicas periodísticas. En “Letras y notas” he rescatado sus ensayos publicados en revistas de Estados Unidos y España, sobre literatura y música. Es un viejo acto de justicia ante alguien a quien finalmente tenemos que concederle la nacionalidad dominicana”.

El tiempo con Miguel pasa rápido. Su hablar a veces tiene cierto aire profesoral, de lo que se excusa, aduciendo que sus años de “pedagogo”, tanto en Santo Domingo como en Berlín, lo han malacostumbrado. Sin embargo, la sensación de alegría en sus palabras es constante. “Hay que sacar la alegría de las piedras o de las letras”, exclama mientras ve pasar turistas, locos, cuerdos… El tiempo se agota y del café sólo quedan las borras.

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