Angela Peña – Otro reflejo de esta crisis

Angela Peña – Otro reflejo de esta crisis

Los cardiólogos dicen que aumentan los casos de hipertensión. Gastroenterólogos afirman que se está produciendo un progresivo aumento de las enfermedades gástricas, como úlceras y sangrados. Los psiquiatras no se dan abasto con sus numerosos pacientes neuróticos, esquizofrénicos, agresivos, deprimidos, coléricos, resultado de esta crisis que es económica, moral, política, social.

Imperan la indignación y los disgustos. Desesperación, inconformidad, descontento, rabia, humillación, irritación, enojo, son características en este pueblo que ya no aguanta semejante situación de descaro. No tiene defensores, al contrario, por cada expresión de protesta recibe una burla, ante cada explosión de incomodidad por la situación lo mandan fríamente, sin inmutarse, sin compasión, a freír tusa.

Cada dominicano está viviendo un estado particular de desastre con la comida, las medicinas, las cuotas del colegio cada vez más caras, los suelditos esfumándose, el dolor, la enfermedad aguantándose, ocultándose. Es preferible esperar con resignación la muerte que ir a desesperarse visitando hospitales en los que hay que hacer yuca para conseguir una cama o empeñar la vida para una pinta de sangre, algodón, jeringuilla. Los milagros se suceden en esos centros de salud donde una cirugía es obra de la mano de Dios.

Frente a esta crisis sin parangón en la historia se está generalizando un mal que ataca a mujeres y hombres: la caída del cabello. Es queja y consulta a la vez pero pocos se percatan de que el causante es el estrés, que lo provoca esta tensión, esta inseguridad colectiva que nos invade.

Es de origen nervioso. Hay que observar que se sale de raíz y se queda en el peine, entre los dedos. La provoca el insomnio, la angustia, la ansiedad, la incertidumbre, las deudas, el cobrador compulsivo, la escasez, el llanto de unos niños hambrientos a los que no se ha podido comprar el alimento, el grito desolador de un enfermo sin esperanza de un analgésico para sus sufrimientos lacerantes, el desempleo, la ausencia de clientes en los negocios, los apagones de doce horas, los indetenibles aumentos en los precios de todo, lo inalcanzable de la canasta familiar, el deterioro de los servicios.

No hay remedio en la mayonesa, la yema del huevo, la suela y el romero, las ampollas, el tuétano de vaca ni ningún otro tratamiento profundo. Es una caída de pelo emocional que no detiene nada ni nadie. Criollos y criollas están condenados a la calvicie prematura, el cabello escaso, el pelo en un sancocho, el cuero cabelludo despoblado.

Es el resultado de las presiones y tensiones. Es producto del miedo. La ocasionan los resabios y mala rabia por esta pesada cruz en un largo camino de espinas sin aparente salida. Cuando el dólar se eleva, mil hebras de cabello aterrizan en el piso, vuelan por los aires, se posan en los hombros, ruedan por las almohadas, van a parar al moro de habichuelas. Es el fruto de esta descomunal crisis. Todos entrarán, sin desearlo, en el cada vez más creciente club de los calvos. No por herencia.

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