Angela Peña – ¡Señor, ten piedad!

Angela Peña – ¡Señor, ten piedad!

No hay que estar en un templo, frente al Sagrario, ni escuchando misa o participando de la oración por los fieles. No es Viernes de cuaresma ni se trata de una Hora Santa ni del rezo de la letanía del Rosario. Es que hay una súplica presente, repetida, dolida, tremendamente desconsolada que sale de lo más hondo del corazón de este pueblo sumido en el desaliento: ¡Señor, ten piedad!

Cada día trae consigo la amarga sorpresa de una subida de precio derivada de la indetenible alza de la prima del dólar. No existe la alternativa de acudir al ventorillo, mercado, colmado, supermercado o gasolinera que venda más barato. Todo está escandalosamente caro por doquier: ajo, ají, cebolla, arroz, pollo, verdura, tomate, plátanos, habichuelas, queso, pan, berenjena, aguacate, guineos, pasta de dientes, aceite, limones, papel de baño, servilletas, leche… Dependientes, tricicleros, bodegueros, dicen que seguirán encareciéndose.

La gasolina escasea y el precio por galón se dispara.

Los fármacos se elevan hasta volverse inalcanzables. Casi todos los médicos han multiplicado sus honorarios y las clínicas el valor de sus habitaciones, servicios, medicamentos, cirugías, tratamientos, anestesiólogos.

Hay infinidad de apartamentos y casas de alquiler, pero la mayoría pide la renta en dólares haciéndolos accesibles sólo a agraciados extranjeros de moneda privilegiadamente inalterable.

Los pasajes de concho, de las guaguas de transporte urbano, de los autobuses que viajan al interior se dispararon. Hoy el pasajero va confiado en pagar lo mismo de ayer pero al cantearse encuentra una cifra superior porque todo se calcula según a cómo esté el dólar.

Todo lo determina la cotización de la moneda yanqui. Es la excusa de abusadores, especuladores, oportunistas que no importan, no usan materia prima ni han introducido mejora a sus negocios ni adquirido material nuevo en sus locales desvencijados, casi quebrados. ¿En qué afecta, por ejemplo, la prima del dólar a un viejo estacionamiento desolado, inseguro, cuyo único personal es el cobrador y su patrimonio, además del espacio, es un letrero anunciando que no se hacen responsables de pérdidas o daños en los vehículos? Esos bárbaros cobran hasta cincuenta pesos por hora, alegando que el dólar subió.

Viviendas destruidas por el descuido de antiguos inquilinos, casi en ruinas, cayéndose a pedazos por lo añosas y la falta de mantenimiento y dizque cobrando renta en moneda americana o su equivalente en pesos.

El país está hecho una desesperante calamidad. El pueblo se muere de hambre y enloquece por incertidumbre e impotencia, sin rumbo, sin dirigencia, falto de líderes, cayéndose a pedazos, viendo con rabia lo poco que le duele su desgracia a esa asociación de ambiciosos políticos e interesados caciques inmersos en lo suyo, unos buscando perpetuarse en sus despropósitos y dislates, otros temerosos de empantalonarse y enfrentar con valor a las patrañas, dormidos en sus laureles, planeando su futuro en un triunfo que está en veremos porque es evidente que mientras el desastre agota todos los medios por quedarse, el pueblo está perdiendo fuerzas, vencido por inanición y sólo atina a exclamar, en su infortunio: ¡Señor, ten piedad!.

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